La partería tradicional indígena y su desencuentro cotidiano con la biomedicina
Cuentan que las personas nacían en su casa, con la partera, venían de otras comunidades para atender las embarazadas, venían caminando, se hacían hasta dos horas, como buena partera, salía para sobar o para atender el parto; no importaba si era de noche o de día, con sol o con lluvia, con calor o con frío, si tenía pendientes; tomaba sus cosas y a caminar hasta donde la necesitaran.
No tenían horario, si la mujer paría rápido, rápido salía; si era tardado, se quedaba hasta que pudiera entregar al bebé; les pagaban con pollos, guajolotes, maíz, frijol, ocasionalmente monetario, eran muy respetadas. A los bebés los curaba de empacho, mal de ojo, de susto, mal viento, dolor de estómago, de caída de mollera; sabía mucho de plantas. Conocía cómo llamar a los cerros, al agua, los aires para ayudar a las personas.
Ahora ya no hay partera, todo en el hospital y aunque hubiera, no se puede, porque allá dan el papel para que los registren, sin eso es como si el bebé hubiera nacido en el monte.
Cuando van al hospital, reciben regaños y malos tratos por los doctores y enfermeras, les dicen que por qué van con las comadronas, que ellas no saben, cuando se complica, entonces si buscan a los doctores, para que salven al chamaco y a la mamá.
Esto pudo darse en cualquier comunidad indígena, ahora es parte del anecdotario, dada la acelerada erosión de la partería tradicional.
Las parteras son respetadas; fruto de diversas actividades, la partería no se reduce al embarazo, parto y puerperio. En la niñez, son buscadas para aliviar el empacho, mal de ojo; en la pubertad y adolescencia, la aparición de ciclo menstrual; la etapa adulta, la atención a la vida sexual y reproductiva, para buscar el embarazo, para control de la natalidad, la menopausia, entre otras.
Conocen el uso de plantas, animales, hongos, minerales, sus plegarias que dirigen a diferentes deidades, se puede apreciar la relación con el ecosistema que habitan, como considerar a los cerros, manantiales, rocas, cuevas, cuerpos acuáticos, entre otros, como parte compañeros de vida.
Su práctica médica está sustentada en el “don” que, en términos generales, es la designación de deidades, en este caso para ejercer la partería, que se va heredando de generación en generación, ésta no necesariamente lineal o dentro del mismo seno familiar.
Para serlo, se pasa por un tiempo prolongado de aprendizaje onírico, es decir, a través de sueños, su ente cultural muestra las formas de tratar, reforzada con experiencia de otras parteras, quienes fungen como instructoras. Cuando sus conocimientos son suficientes (generalmente varios años), se hace una ceremonia para la anuencia de las deidades, ésta puede ser realizada en una ocasión o repetirse en otros lugares, donde se ofrendan diferentes elementos, como tequila, mezcal, aguardiente, tabaco, copal, flores, entre los más comunes, y que se realizan en cerros, cuevas, caminos, entre otros.
Al estar en un ámbito comunitario, están obligadas a realizar labores como el tequio o la faena, de cumplir cargos comunitarios, aunque su práctica médica es reconocida como un encargo que se inserta en la lógica comunitaria, es necesario pasarlos; sus familiares se alinean a su ajetreada vida, están acostumbrados a tener en casa a pacientes, a salir a toda prisa, no importando la hora, condiciones climáticas o de camino, no existe horario o distancia establecida.
Es común verles salir en búsqueda de plantas, que preparan en compuestos (mezcla de dos o más plantas), maceraciones o simplemente secarlas para ser utilizadas cuando se requieran. Utilizan otros elementos como animales, hongos o minerales medicinales, así como sus manos, a través de éstas, realizan masajes, sobadas, acomodar el bebé en caso de estar sentado o atravesado, hacen el manteado o reboseado, utilizando una manta o rebozo.
En los últimas años, la partería ha sufrido un significativo descenso, producto de la relación de sojuzgamiento con la biomedicina, no considerando las particularidades culturales, apelando al uniformismo de lo mexicano. El seguimiento de las embarazadas debe de ser única y exclusivamente desde la concepción médica occidental, ligándolo a la obtención de la documentación de identidad a través del certificado de alumbramiento, dejando a la partería tradicional indígena como empírica, caduca, antigua, como un elemento folclórico que debe conservarse como un apéndice cultural pero que, en lo pragmático, no está considerado como una opción de atención a la salud. Sin embargo, la función de las parteras y parteros es importante, dado que son los encargados de recibir al recién nacido en un ámbito acorde a entorno sociocultural.
Cuando el parto se complica y es necesario trasladarse al centro hospitalario, los señalamientos hacia la parturienta, partera y acompañantes se centran en acciones discriminatorias y clasistas, por la vestimenta, la lengua y por su cosmovisión médica, a veces de personal médico que, siendo de la misma cultura, repiten los comentarios de los médicos y médicas.
No se consideran las peripecias que sortearon para llegar al hospital, el transporte, las condiciones del camino, la distancia, entre otras.
Por ello, muchas mujeres prefieren dar a luz en el seno familiar, hablando en su lengua, con sus bases culturales, su temor a ser parte de la violencia obstétrica, de dar a luz por cesárea sin su consentimiento, esto último es fundado, si se considera que, en nuestro país, esta práctica casi triplica lo permitido por la Organización Mundial de la Salud.
En conclusión, estamos ante el encuentro/ desencuentro de dos maneras de ver el mundo, lo suscitado hace más de quinientos años, no solamente está vigente, en las formas actuales se sigue ejerciendo violencia, enmarcada en actos discriminatorios, clasistas, coloniales y de blanquitud. •