“Para… nosotras, el embarazo y nacimiento no solo es un evento obstétrico, sino que se trata de mantener la vida de las comunidades. Es decir, es cuidar también el corazón y el futuro de los pueblos originarios” dice la vocera del Movimiento de parteras de Chiapas Nich Ixim, Ofelia Pérez. De origen tzotzil, ella ha combinado los conocimientos tradicionales con una formación como partera profesional.
Desde hace 22 años, Ofelia brinda servicios de salud materna, fertilidad, métodos anticonceptivos y es promotora de salud comunitaria. Ella, como otras parteras en Chiapas, enfrenta obstáculos físicos, económicos e institucionales para desarrollar su labor. “No somos reconocidas. No respetan nuestro trabajo. (…) Nos ponen muchos problemas para seguir trabajando”. Vivencias que han llevado a más de 600 parteras, de 35 municipios chiapanecos, a conformar el Movimiento Nich Ixim “para defender y mejorar la salud de las mujeres y también el derecho de seguir ejerciendo la partería”.
En 2010, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social reportó que el 43% de la población chiapaneca carecía de acceso a servicios de salud, cuestión que se agudizó derivado de la pandemia. Ofelia relata que gran parte de la población rural y urbana del estado quedó sin acceso a atención médica pues fueron cerrados los centros de salud. “Nos dimos cuenta de que realmente las parteras fueron las que más estuvieron día y noche atendiendo (…) no sólo atendieron mujeres embarazadas y partos, sino que también tuvieron que atender casos de COVID”, incluso parteras que habían dejado de ejercer reactivaron su práctica.
En este margen sur del país, la labor de las parteras ha marcado la diferencia en la vida de las mujeres, históricamente y durante esta coyuntura sanitaria. Su acción ha permitido mantener a raya la muerte materna en Chiapas, aunque a nivel nacional los índices hayan crecido. Como Ofelia, otras parteras tradicionales, han dado seguimiento a los embarazos, previniendo así complicaciones durante el nacimiento. Han atendido nacimientos domiciliarios para mujeres y familias que tienen hospitales a horas de distancia; aportando, además, al desahogo del sistema sanitario. Es de destacar las actividades que realizan como promotoras de salud, dando información en las lenguas indígenas locales sobre la pandemia y la importancia de la vacunación.
A pesar de la relevancia de su práctica, a muchas parteras se les ha prohibido atender partos y a otras les obstaculizan el proceso de traslado hospitalario por emergencias obstétricas. Al no ser reconocidas oficialmente como prestadoras de servicios de salud, a muchos de los bebés atendidos por ellas se les niega o dificulta el certificado de nacimiento, documento de identidad del recién nacido. Ofelia dice que con la pandemia “se ha aumentado muchísimo la atención que estamos dando y con nuestros propios recursos. Prácticamente no contamos con el apoyo de las instituciones oficiales de salud. Aunque nos dicen que tenemos que protegernos (…) de no contagiarnos, no contamos con los insumos de protección. Los conseguimos con nuestros propios medios y con algunas organizaciones” pero no hay para todas las parteras.
En Tijuana, al otro extremo del país, la partera Ximena Rojas describe su práctica como partería “pura y dura”, pues su labor inicia por conseguir lo más básico como: agua, alimento y ropa. Ximena heredó el conocimiento de la partería de su bisabuela y abuela, que ha combinado con su formación como enfermera obstétrica y partera profesional. Ella tiene dos áreas de acción laboral: su práctica privada con familias que viven o trabajan a los dos lados de la frontera, y su trabajo de servicio social a la comunidad en la clínica gratuita Justicia en Salud, que forma parte de Refugee Health Alliance, organización que da servicios de salud a población migrante, refugiada y vulnerable en Tijuana.
En Justicia en Salud, parteras, doulas, traductoras voluntarias, ofrecen servicios para la atención de la salud sexual y reproductiva y a la primera infancia. La población con la que trabajan carece de lo básico para la vida, cuestiones que se agravan por la irregularidad de su estatus migratorio y la ausencia de documentos de identidad -a veces perdidos, a veces robados violentamente en el tránsito-. Ximena relata que diariamente atienden en la clínica a mujeres y familias muy diversas: étnica, racial y lingüísticamente. Se encuentra constantemente con casos de desbalances hormonales, problemas de fertilidad, infecciones urinarias (por falta de agua para beber, baño para orinar o bañarse, y ropa limpia) además de casos de violencia sexual en el tránsito.
La crisis sanitaria provocada por el coronavirus se sumó al rechazo y dificultades cotidianas que, tanto las parteras como la población migrante, enfrentan. La demanda de sus servicios creció: “Estábamos atendiendo partos uno tras otro (…) sin los apoyos y sin los certificados de nacimiento. Reportar la identidad de un recién nacido toma 5 minutos a un médico; a nosotras, sólo completar los requisitos en el registro civil, nos toma horas. Porque la jurisdicción sanitaria no nos ha dado de alta (…) a pesar de que seamos proveedoras de salud de primera línea.”
Ofelia y Ximena coinciden en que urge se les reconozca oficialmente como proveedoras de servicios de salud, se les dé acceso a certificados de nacimiento, existan programas que subsidien materiales o servicios -como agua o luz-, se establezcan alianzas entre profesionales de la salud para la canalización de emergencias obstétricas.
A través de las vidas de Ofelia y Ximena podemos ver el valor de la partería tanto para la vida de las mujeres y bebés, como para la vida comunitaria. De punta a punta del país y a pesar del desprestigio y acoso, las parteras ponen sus cuerpos, manos y recursos para cuidar, acompañar, aliviar y promover la sanidad física y social en los márgenes de un Estado-nación en crisis sanitaria desde hace décadas. •