El año de 1980 trajo una buena noticia para la zona central de México: el nacimiento de la Reserva especial de la Biosfera Mariposa Monarca, en los límites entre el Estado de México y Michoacán. Desde varios aspectos este hecho resultaba trascendente porque, además de proteger un área natural para las futuras generaciones y el fenómeno migratorio de la mariposa monarca en un espacio donde existen bosques milenarios y paisajes espectaculares, quizá lo más importante es que es el corazón de captación del Sistema Cutzamala, la principal fuente individual de agua para la CDMX.
El principal reto es que los bosques perduren, para lo cual deben existir actividades económicas rentables para las personas que viven ahí y son las dueñas de la tierra: ejidos, comunidades y pequeños propietarios. Una de estas alternativas fue la producción rural de acuacultura de trucha arco iris en la reserva, para lo cual se aprovecha el agua de los ríos y manantiales sin que se consuma, pues una vez que pasa por los estanques donde están los peces, sigue su curso sin afectar su cantidad.
Y vaya que la cría de trucha tuvo éxito. Actualmente existen más de 150 granjas en toda el área de la reserva y más de 600 familias producen, en su propia comunidad, alrededor de 700 toneladas de trucha, que se venden en mercados locales, regionales y nacionales. Esto representa una importante derrama económica directa para ellas, que viven en zonas de alta y muy alta marginación.
Pero no solo eso, la truticultura ha generado otros impactos positivos: un incremento importante en la calidad de la nutrición de comunidades alejadas al tener acceso a una proteína de primerísima calidad; el cuidado de los manantiales y cauces de los ríos por parte de los pobladores, ya que la trucha necesita agua limpia para su crianza; la protección y reforestación de los bosques por parte de los productores, que en muchos casos eran antaño explotadores del bosque (no siempre legalmente), ya que les ha quedado claro que sin bosques no hay agua, y sin agua no hay truchas; y por otro lado, ha puesto un freno a la migración de las juventudes al tener alternativas económicas viables en su propia comunidad.
Sin embargo, no todo es miel sobre hojuelas, el cambio climático está alterando el patrón de lluvias en todo el mundo y la parte central de México no es la excepción, las precipitaciones están disminuyendo y, por lo tanto, también los caudales de ríos y manantiales. Esta situación hace (o debería hacer) prender las alarmas por todo lo alto, ya que no solo el agua para las truchas va sistemáticamente disminuyendo, sino, el agua del Cutzamala, que se provee diariamente a más de 22 millones de personas.
Los truticultores lo saben, por ello han redoblado esfuerzos para cuidar los bosques. Cada vez de manera más coordinada, mediante sus agrupaciones de productores, hay mayor apoyo a brigadas contra incendios, limpieza de cauces y defensa de los árboles. Sin embargo, dada la magnitud del problema ambiental, éste debe ser atendido desde diferentes enfoques, inclusive por las personas que viven lejos de la reserva y disfrutan del agua que les proporciona.
En este contexto han nacido nuevas ideas para atender el problema ambiental, igualmente alentadoras, como es el movimiento “Pesca con futuro”. Esta iniciativa busca, desde la perspectiva de mercado, desarrollar la sustentabilidad acuícola en dos sentidos: fomentar el consumo de productos responsables ambientalmente, como es la producción rural de trucha, entre los líderes de opinión gastronómicos y los centros de consumo como cadenas de supermercados; y estimular que la industria acuícola avance hacia buenas prácticas ambientales certificables. Esto crea un círculo virtuoso al generar la demanda de productos amigables ambientalmente, lo que provoca que los productores caminen cada vez más hacia la sustentabilidad; lo que es esencial para nuestro futuro, porque a su vez, satisface las necesidades de un número cada vez mayor de consumidores que buscan, dentro de sus argumentos de compra, además de la calidad y beneficios a su salud, la sostenibilidad como una forma de contribuir para la construcción de un futuro ambientalmente sano.
Resulta estimulante ver cómo los esfuerzos de conservación y sostenibilidad están insertando la idea del cuidado del medio ambiente como un argumento de compra, convirtiendo el consumo de productos responsables ambiental y socialmente —como la acuacultura rural— en una herramienta poderosa, tanto como el propio poder de compra al alcance de todo consumidor, volviéndolo una parte activa fundamental para frenar y revertir el principal problema que nos ha llevado a la crisis ambiental sin precedentes: la actitud de apatía y el desdeño del poder de elección que tiene cada persona. •