El mundo atraviesa una de las crisis más importantes de la historia de la humanidad, la cual es el resultado de un modelo social basado principalmente en el desarrollo económico, estructurado de manera jerárquica, que ha ignorado o subestimado los límites de la naturaleza y que ha creado y reproduce condiciones de pobreza, desigualdad y exclusión debida al género, raza, cultura o religión, así como violencia al interior y entre las sociedades, y muchos otros problemas.
Se trata de una sociedad que excluye a grandes sectores de la población, que acumula la riqueza en muy pocas manos y mantiene una base trabajadora alienada en su puesto de trabajo, a través de un salario, el sistema bancario, la seguridad social y el pago de impuestos; que orilla a otros sectores poblacionales a la informalidad o a la delincuencia y mantiene en condiciones de sobrevivencia a otro numeroso sector, que apenas tiene lo indispensable para vivir.
Estos problemas han propiciado un consenso mundial sobre la urgencia de transformar las condiciones actuales. Los 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, de la agenda 2030 de la ONU, firmados en 2015 van más allá de buenas intenciones, son medidas urgentes para una transformación social que evite una debacle social, económica o ambiental que ponga en peligro a las mismas sociedades y los recursos naturales. Estos objetivos se encuentran en estrecha relación y se pueden resumir en la idea de que el desarrollo debe ser sostenible, incluyente y con justicia social.
A siete años de haberse firmado los Objetivos de Desarrollo Sostenible, no solo parece que el mundo ha logrado muy pocos avances, sino que se han agudizado los problemas. Son muchas voces las que afirman que es necesario un cambio de dirección, pero la estructura social jerárquica alrededor del desarrollo económico parece ser tan sólida que aniquila todo intento.
En el caso de México y América Latina, buena parte de la población costera y rural dedicada a la pesca y acuicultura artesanales cuentan con los recursos mínimos para vivir. Esta población ha visto pasar los avances tecnológicos, los cambios de uso de sus tierras para ser destinadas a la industria, el turismo, la navegación y otras actividades ligadas al supuesto desarrollo, sin ser tomados en cuenta y mucho menos siendo partícipes. En este contexto, mujeres y hombres han tenido que integrarse al mundo laboral con puestos de trabajo denigrantes y sueldos miserables. Otros tantos han elegido migrar hacia polos de desarrollo dentro y fuera de su país. Quienes deciden quedarse y se aferran a una actividad pesquera o a la acuicultura, generalmente se encuentran en condiciones de pobreza o extrema pobreza.
Durante las últimas décadas, la acuicultura, como la mayor parte de las actividades productivas del ser humano, se ha integrado a esta lógica ligada al desarrollo económico, y las empresas han aprovechado una gran cantidad de innovaciones técnicas, tecnológicas, metodológicas, etcétera, con el principal objetivo de mejorar la producción y elevar las ganancias monetarias. Bajo esta lógica, más pronto que tarde, la acuicultura, lejos de ser una solución, se convertirá en parte del problema.
Los gobiernos de países latinoamericanos destinan una pequeña parte del presupuesto para apoyar proyectos productivos que beneficien a estos sectores marginales de la población. Sin embargo, para que estos proyectos sean sostenibles, se debe trabajar mucho en la innovación social, a través de la Investigación Acción Participativa, para lograr una organización social que no gire alrededor de la ganancia monetaria, sino que apueste a la transformación de los recursos naturales en bienestar social, desarrollo humano, en cuidado del ambiente, con respeto a sus límites, con justicia social, equidad, igualdad, inclusión, trabajo digno y, además, producción de bienes para su comercialización. Todo lo anterior relacionado con los ODS. La acuicultura, y en particular la acuicultura artesanal, tiene la oportunidad de demostrar al mundo que sí se puede vivir de una forma distinta.
Siendo 2022 el Año Internacional de la Pesca y Acuicultura Artesanal (AIPAA 2022), declarado por la ONU, es una oportunidad para hacer visibles estas actividades, y la acuicultura artesanal no debe mirarse como una ocupación anclada en el pasado, ni tampoco como una labor de sobrevivencia. Por el contrario, la acuicultura artesanal, estructurada en una organización no jerárquica, como puede ser una cooperativa, una organización comunitaria o cualquier grupo social con una estructura horizontal, puede mirarse como una fuente de transformación social, a través del trabajo dirigido hacia el aprovechamiento de recursos naturales, transformados en bienestar y abundancia. La clave está en que esta riqueza se reparta y se utilice para beneficios comunes y no se acumule en pocas manos, con trabajadores pobres y frustrados. •