Llevo casi tres años buscando y de alguna manera he personificado la desaparición, es por ello que me gustaría invitar a cada uno a reflexionar, desde su propia trinchera, para que cobre vida la consigna: ¡Nos hacen falta!
El 30 de noviembre de 2018 en la Ciudad de México desapareció una de mis hermanas, Viviana Elizabeth Garrido Ibarra de 32 años, dejando una hija pequeña de 9 años. Una larga y compleja historia como la de tantos desaparecidos de este país, que me han llevado a transitar por muchas instituciones, contraer múltiples facetas: como familiar que busca a su hermana, buscadora de personas, acompañante de familiares e integrante de un colectivo de familiares.
Es verdad que nadie se encuentra preparado para una situación tan fatídica. Sin embargo, las autoridades arrinconan a las familias en una secuencia de papeleos innumerables que no dan espacio para respirar y reflexionar más allá, el mundo gira en torno a buscar. Vamos repitiendo y mejorando la narrativa de cómo desaparecieron, inspeccionamos cada detalle. Pareciera que el cuerpo de quien busca destina toda su energía al ejercicio de la memoria.
Claramente me veo identificada con la frase recurrente entre los familiares: “a nosotros también nos desaparecieron”, la vida que llevábamos se diseminó, la desaparición nos invade en lo más íntimo. Nuestras casas se vuelven el recuerdo del espacio que han dejado nuestros desaparecidos, se transforman en un lugar irreconocible o intransitable, donde habitan muchos recuerdos difíciles de ubicar, ya que no sabemos si algún día podremos colocarlos en alguna parte, si nuestro familiar regresará a casa o continuaremos aguardando eternamente.
Es muy recurrente que nos visiten reporteros, porque desean capturar esa silla vacía. ¿Cómo no romper en llanto frente a una cámara, micrófono o grabadora?, ¿cómo no revivir el sentimiento de pérdida, que no es precisamente una pérdida? Ante la desaparición de nuestras y nuestros seres amados, el espacio físico y emocional es afectado de manera invariable y ambos se tornan públicos, para la sociedad y las autoridades. Constantemente somos personas afectadas emocionalmente o enfermas, nerviosas, requerimos contención urgente ante “el hecho victimizante”. Hay cierta supresión de identidad debido al supuesto descontrol que produce nuestro sufrimiento, nos define la categoría de víctima. Pero no con el fin de acceder a una atención integral como lo marca la ley. Más bien somos minimizados, tratados como personas que sufren al otro lado de un escritorio ministerial, mientras los medios de comunicación, incitadores a las lágrimas, nos exotizan. Se abandona la finalidad de difundir la búsqueda en sí misma.
Un día nos encontrábamos en la sala de la casa de Viviana, tomando fotos y riéndonos. Luego, dimos un salto en el tiempo y nos descubrimos en el comedor sacando algunas fotos familiares, mostrándolas a un periodista. Había pequeñas risas y llanto, de ese que se atora en la garganta. El periodista nos juraba reivindicar la imagen de Viviana y contar una historia que la enalteciera. Tantos reflectores y ojos observando provocaron que mi familia tuviera que contar todo, creo que nunca habíamos tenido tanta inseguridad. ¿Hablar o no frente a medios de comunicación? ¿Lo que dijimos ayudará a localizarla? Incluso hablar con medios de comunicación se transformó en una especie de obligación. De esta forma demostramos que seguíamos en la búsqueda. Podríamos ser el encabezado perfecto: “Una familia que sigue en resistencia buscando”. Pero sucede que en ocasiones queremos decir: estamos cansados. La fuerza política que nos representa, de la que a veces recibimos ovaciones, se desmorona o se va. Las autoridades nos agotan y vivimos en un acorralamiento constante.
Y sí, les buscamos porque les amamos, pero también anhelamos encontrarnos a nosotros en el mismo ejercicio, porque también nos desaparecieron. •