Opinión
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Aprender a morir

Caminito de qué escuela

E

n planetas manicómicos, como el nuestro, enloquecidos pero ridículos, esperanzados pero mentirosos, irresponsables pero tenaces, de cuando en cuando fenómenos naturales, sociales o sanitarios exigen replantearse la situación individual y colectiva con respecto a nosotros mismos, a nuestros semejantes y al mundo, sin que a la postre logremos espabilarnos más allá del miedo, de las pérdidas y de algunos tranquilizadores propósitos de enmienda.

Sísifos incansables, desde siempre empujamos la pesada piedra de la existencia hasta casi llegar a la cima, para desde allí, exhaustos, tener que soltarla y verla rodar ladera abajo y repetir el intento por tiempo indefinido, pues más que privilegio el atrevimiento de nacer es desafío desigual. ¿Por qué? Porque alguien ordenó hace milenios que el destino de la vida humana es cargar desproporcionados pesos, soportar contrariedades y sobrellevar aflicciones.

Tan extraña percepción de lo que debe ser la vida en la tierra convenció a la gente de impulsar la filosa roca del dolorismo como única alternativa, no porque no haya opciones sino porque el pensamiento humano ha tenido lentas y manipuladas posibilidades de desarrollarse en beneficio de los seres humanos. El concepto de educación ha sido estrecho y lo que debía servir para que aflorara la conciencia de la persona se convirtió en dogma indiscutible de sometimiento y obediencia forzada.

Informal o institucional, familiar o mediática, laica o religiosa, los fines de la educación fueron envilecidos en función de los intereses de unos y sometimiento de los más. Por falta de educación suficiente es que las élites no entendieron su obligación como reducadores, no como simples explotadores especializados en acumular. Por ello, antes y después de la pandemia, no se ha dejado de anunciar, vender, comprar y arrojar millones de toneladas de basura y desechos.

Angustiados, enojados y más o menos pasivos por lo menos los dos recientes años, muchos niños y jóvenes clasemedieros vuelven a clases presenciales cargados, más que de entusiasmo, de pésimos hábitos de estudio, desgastantes relaciones intrafamiliares y bajo nivel de atención y comprensión, gracias a la enorme carga de basura electrónica que a diario reciben de programas, series televisivas, videojuegos y celulares. Las dos v (violencia y vulgaridad) de este bestial bombardeo electrónico, también irán de compañeros en las clases presenciales.