El programa Producción para el Bienestar (PpB) de la Subsecretaría de Autosuficiencia Alimentaria de la Secretaría de Agricultura y Desarrollo Rural (SADER), que empezó en 2019 aportando apoyos directos a pequeños y medianos productores en sustitución de los anteriores Procampo y Proagro, ha revolucionado la relación del Estado con los campesinos, reconociendo su potencial productivo y organizativo.
El PpB empezó atendiendo a productores de granos básicos principalmente del sur-sureste y en el curso de tres años amplió su cobertura a otros cultivos y regiones; hoy está presente en 27 entidades del país y son más de 2 millones los beneficiarios/as. Entre sus estrategias destaca especialmente la de Acompañamiento Técnico que incluye Escuelas de Campo.
La Estrategia de Acompañamiento Técnico (EAT) consiste en “fortalecer capacidades de productores campesinos para que transiten a sistemas agroalimentarios más sostenibles, productivos y resilientes, que permitan mejorar la autosuficiencia alimentaria…” de varios granos básicos y otros productos agropecuarios; para lo que más de mil técnicas y técnicos agroecológicos y sociales dan asistencia técnica, capacitan y organizan ‘escuelas de campo’ en parcelas demostrativas con el enfoque de comunidad de aprendizaje donde se ejercita un intercambio y diálogo de saberes.
En el arranque, el personal técnico de la EAT recibió diversas capacitaciones y herramientas metodológicas, mediante talleres, videos y materiales de apoyo, principalmente sobre agroecología, conocimiento de suelos, cultivos y prácticas culturales, con la intención de prepararse para contribuir a la conversión de una agricultura campesina no sustentable y ya agotada a “sistemas agroalimentarios más sostenibles”.
Se buscó también que se familiarizaran con la dimensión social del Programa entendiendo el contexto en el que los y las campesinas del PpB viven, trabajan y toman decisiones. Y uno de los primeros aprendizajes en esta línea fue que el productor o la productora a quien se pretende fortalecer, no se mandan solos, son parte de una familia. De manera que el núcleo doméstico y no el individuo, es el punto de partida para las transformaciones agroecológicas. Si en el núcleo familiar los cambios no son aceptados y asumidos, la transición estará en riesgo. Pero además las familias no actúan aisladas, viven en comunidades donde entre otras cosas se protegen colectivamente de amenazas externas de carácter social, económico o ambiental, y donde se coordinan para resolver problemas. Así pues, el sujeto del PpB no es un productor y su parcela, sino la unidad familiar y la comunidad a la que pertenece.
Un segundo aprendizaje derivado del primero, es que el PpB va más allá de lo productivo y ambiental, pues si se busca que las familias rurales produzcan de otro modo, puedan alimentarse sanamente y vivan mejor, es necesario que la transición agroecológica sea viable en lo económico y resulte socialmente pertinente. Si los cambios tecnológicos propuestos suponen altos costos en dinero o en trabajo, quizá no convengan; tampoco serán aceptables si demandan un sobresfuerzo familiar; no es justo por ejemplo que las mujeres dupliquen o tripliquen sus jornadas laborales o que los jóvenes renuncien a estudiar fuera de su comunidad por ayudar en la parcela o asistir a las Escuelas de Campo. En resumen, el Programa calará hondo si atiende también las dimensiones de la sustentabilidad que tienen que ver con costos directos e indirectos, distribución de los trabajos, valores familiares y comunitarios.
En esta perspectiva es claro que una condición insoslayable para el buen curso del Programa es el reconocimiento -y conocimiento- que de la vida comunitaria y organizativa tengan los promotores. Por ello la formación del personal técnico y social del PpB en campo puso en cuestión los enfoques que se centran exclusivamente en lo agronómico y productivo, y enfatizó la necesidad de entender y atender a los usos y costumbres, a los modos de vida y a las estrategias familiares y comunitarias de las y los destinatarios del Programa: ¿Cómo se toman las decisiones en la familia, y quienes las toman?, ¿Cómo se relacionan los miembros de la familia con su entorno? ¿El Programa responde a sus expectativas, capacidades, valores y costumbres? ¿En las Escuelas de Campo se habla de estos temas? ¿Cuáles son los mayores problemas comunitarios, cómo los percibe la población según género y generación? ¿Cómo funcionan los órganos de decisión colectivos, los comisariados, las asambleas ejidales o comunales, además de otras organizaciones o grupos de interés?
Para ello en los talleres se compartieron conceptos y metodologías útiles para identificar necesidades y oportunidades de las familias con un enfoque de género y generación, con la idea de captar percepciones y expectativas diferenciadas de hombres, mujeres y jóvenes, que pudieran influir o ser decisivas en la adopción de prácticas agroecológicas, acercándose de esta manera a la condición -diversa- de la familia rural.
¿Por qué este enfoque? Porque las familias campesinas hacen mucho más que cultivar una parcela. Tienen otras actividades por cuenta propia, agropecuarias, artesanales, y también asalariadas; sus ingresos también son muy diversos: provienen de la venta de su producción, del jornal que ganan, de algún oficio, de subsidios gubernamentales y de remesas. Su capacidad de trabajo varía según la composición de la familia; y por lo general sus recursos y patrimonio son limitados. De modo que las decisiones para emprender una nueva actividad o cambiar hábitos, depende de todo esto. Y por lo general terminan por elegir la mejor opción posible: la que mejor compensa los esfuerzos, la que minimiza los riesgos, la que procura bienestar…. En eso consiste la sabia combinación de actividades, recursos y capacidades para alcanzar el buen vivir familiar en condiciones precarias.
Dada la precariedad de sus condiciones de vida, los esfuerzos campesinos se orientan principalmente a la sobrevivencia de la familia. Lo que no significa que los intereses de sus integrantes sean idénticos. En sociedades como la nuestra, hay desigualdades de género y de edad, que ponen en desventaja a mujeres y jóvenes. Diferencias que deben tomarse en cuenta a la hora de proponerse transformaciones, pues sin equidad entre géneros y generaciones la sustentabilidad agroecológica y la viabilidad económica serán insuficientes.
Además, la familia vive y hace comunidad para resistir y protegerse de amenazas externas, para convivir y cuidar sus recursos, para celebrar y preservar sus tradiciones. Hay localidades cohesionadas y armónicas, y otras conflictivas, divididas o tomadas por el narco. Y hay organizaciones comunitarias o supracomunitarias de distinto tipo, tamaño y calidad.
Reconocer la diversidad y complejidad social en la que se ubican sus destinatarios y actuar en consecuencia es parte fundamental de un programa de conversión agroecológica que por tanto arranca de lo agrícola. El futuro de PpB depende en gran medida de que sus promotores, tanto productivos como sociales, entiendan y atiendan al modo de vida campesino. •