Política
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Nosotros ya no somos los mismos

Cumplir la cita cívica en la urnas en México

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▲ El pasado 1º de agosto, el llamado a las urnas fue atendido sólo por unos 7 millones de personas.Foto Víctor Camacho
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a me ha sucedido antes, pero la mayoría de las veces he logrado salvar la hecatombe que significa que, faltando unos renglones para dar fin a la columneta, ésta desaparezca houdinescamente de la pantalla de mi sufrida laptop a la que aporreo de forma inmisericorde cada domingo. Pues esa suerte me abandonó el día de ayer y el harakiri que me apliqué fue irreversible.

Estoy haciendo un desesperado esfuerzo por suplir las cuartillas escritas sobre un tema en torno al cual he venido recabando confiable información: opiniones de especialistas, reportajes de periodistas serios y veraces y testimonios personales de quienes han vivido los diversos problemas que en sus relaciones afectivas, sentimentales, eróticas y sexuales les ha ocasionado la emergencia que los terrícolas todos estamos viviendo. Si recupero lo evaporado, tendremos otros datos para una productiva interlocución. Paso, con una vieja pero ilustradora anécdota provinciana a cumplir mi tarea de hoy.

Con motivo de las elecciones del pasado agosto, después de emitir nuestros sufragios por demás diferenciados, según quedó claro en una franca plática posterior, nos reunimos un grupo de paisanos en un espacioso jardín y cumpliendo con rigor las medidas de seguridad sanitaria en vigencia (que me temo permanecerán por mucho tiempo más), pronto salieron a relucir acontecimientos y anécdotas mil veces comentados y siempre divertidos. Algunos de los presentes comenzaron a criticar a la altiva y humilde columneta y exigieron, como parte de la multitud, un poco de consideración por su fidelidad hebdomadaria. En concreto pedían que incluyera algunos de los episodios ahí recordados para poder darlos a conocer a sus familiares y amigos. Fue inútil que yo alegara que mucho de lo divertido que a nosotros nos parecía lo platicado residía en que conocíamos a los personajes involucrados y vivíamos en una época y lugar semejantes. Lo que pasa, me contestó un cuate al que ya desde endenantes le decíamos el abuelo, (imagínenlo ahora), es que tú sigues siendo un gran consumidor de lácteos. Vaya rebuscada forma de decirme que soy muy mamón. En fin, la presión fue mucha y yo quería otro Martini, aunque les aseguro no es nada fácil ingerir un Martini por medio de un popote que tiene que perforar un tapabocas. Les advierto que aspirar la aceituna es simplemente imposible.

Lo que paso a relatarles sucedió en Nueva Rosita, población central de la región minera coahuilense. Era domingo y día en que se elegía al gobernador del estado. El candidato del PRI era don Braulio Fernández Aguirre, ex alcalde de Torreón y diputado federal hasta el momento de su postulación. En La Laguna de Coahuila era muy bien conocido y reconocido. Había hecho una gran labor en su municipio, pero, además de sus atributos personales, había una pequeña cuestión que hacía su triunfo inevitable: era candidato único. Bueno, situémonos en la casilla principal de muy pocas que había sido necesario instalar en Nueva Rosita. El presidente de ésta era don Genaro (me parece recordar que de apellido Flores). Don Genaro era muchísimo más priísta que don Plutarco, que Luis y que Manuel Pérez Treviño. Alternaba (o empalmaba) sus tareas partidarias y electorales con algunas funciones administrativas, tales como el registro civil, la recaudación de rentas y, cada tres años, presidente de casilla. De su desempeño en esta especialísima función dependían todos los otros encargos, de allí el celo y esmero en el cumplimiento cívico con el que se distinguía.

Ese día, don Genaro tenía una seria preocupación. No por supuesto el resultado de la elección, ya dije que don Braulio era candidato único. Lo que le tenía inquieto era el número de sufragios que se consiguieran en Nueva Rosita. Jamás había sucedido que, en Sabinas, pese a tener mayor población, se registrara una votación más alta que en Nueva Rosita. Don Genaro sabía que su honra y prez, pero, sobre todo, sus estipendios varios, dependían de su desempeño en esta fecha. A pleno mediodía no se sentía conforme con el número de sufragantes, por lo que salió a constatar el largo de la fila que se repegaba a la pared o a cualquier techito. Con asombro descubrió a un individuo bastante diferente al resto de los formados y de inmediato fue hacia él y le inquirió: Pero don Ezequiel, ¿qué hace usted aquí? –Esperando mi turno para pasar a votar, don Genaro. Éste, de inmediato lo sacó de la fila y lo jaló rumbo a la entrada de la escuelita convertida en casilla. –Pero, ¡cómo se le ocurre!, los ciudadanos distinguidos como usted no tienen que pasar por estas dificultades cuando nos hacen el favor de venir a ejercer su derecho a… Allí lo interrumpió don Ezequiel y después de carraspear y darle un breve trago a su ampolleta (envase pequeño que no da tiempo a que el líquido se caliente), dijo: Mire, don Genaro, usted sabe que yo no soy de aquí. Soy lagunero, del mero San Pedro de las Colonias, de donde es don Braulio. Nuestras familias son amigas de toda la vida y yo le debo al señor muchos favores que me ayudaron a ser lo que soy. Hace más de 20 años que decidí residir aquí con ustedes, porque toda la familia de mi vieja es de estos rumbos. Sólo que eso de las votaciones a mí nunca me interesó. Créame que no me siento orgulloso de lo que le cuento, hasta apenado me siento de mi irresponsabilidad de estos 20 años.

Aquí, quien interrumpió la confesión fue don Genaro, que se puso en pie y con fuerte voz exclamó: ¡Párele, párele!, don Ezequiel, no nos ofenda. ¿Cómo que en 20 años usted no ha ejercido el sagrado derecho del voto ciudadano? Si yo soy el más facultado para garantizarle fehacientemente que, durante estos años, usted jamás ha dejado de sufragar. Pa’eso son los amigos, ¿o no?

Sin suficientes Genaros, la democracia seguiría en el mundo de la utopía.

Twitter: @ortiztejeda