a estupenda iniciativa de la Cineteca Nacional de proyectar durante el mes de abril la retrospectiva Mujeres documentalistas, con quince largometrajes realizados en nuestro país a lo largo de las pasadas dos décadas, sugiere la necesidad y las ventajas de ampliar y diversificar la oferta cinematográfica en una situación tan crítica como la que ha impuesto a los exhibidores la pandemia por el nuevo coronavirus. Apostar al atractivo absoluto de la novedad en momentos en que las salas de cine mantienen aforos limitados y en que los estrenos son escasos por la baja producción mundial, es una estrategia arriesgada y previsiblemente tan frustrante como ver en una vacunación masiva la gran panacea sanitaria cuando aún persiste la amenaza de variantes resistentes que obligan a extremar la cautela. Ante este panorama incierto será sin duda estimulante ver cómo una institución como la Cineteca Nacional, tan indispensable para la cinefilia capitalina, pudiera adaptarse, de un modo ambicioso y consecuente, al tipo de estrategias de programación híbrida que ya ensayan espacios más modestos, como Cine Tonalá, por mencionar un ejemplo, construyendo o afianzando las alianzas con plataformas como Filminlatino (para cine mexicano) o MUBI (para cine de autor), entre otras, para no restringir sus funciones y propuestas a una mera opción presencial. Son muchos los espectadores que agradecerán el buen esfuerzo de negociación financiera o política que permita ofrecer simultáneamente en la Cineteca Nacional y en diversas plataformas, no sólo los notables ciclos de cine que habitualmente propone esa institución, sino también sus Muestras Internacionales de Cine o su Foro Internacional. Lo ideal sería, naturalmente, una plataforma propia para una Cineteca que sigue siendo el mayor espacio de difusión de la cinefilia.
Por el momento basta con detenerse en una de sus mejores iniciativas actuales: el ciclo Mujeres documentalistas integrado por 16 largometrajes: La tempestad (Tatiana Huezo, 2016), Batallas íntimas (Lucía Gajá, 2016), La pasión de María Elena (Mercedes Moncada, 2003), Agnus Dei, cordero de Dios (Alejandra Sánchez, 2011), Morir de pie (Jacaranda Correa, 2011), Retrato de una búsqueda (Alicia Calderón, 2014); Flor en otomí (Luisa Riley, 2012), El buen cristiano (Izabel Acevedo, 2016) Visa al paraíso (Lilian Liberman, 2010), Bellas de noche (María José Cuevas, 2016) Plaza de la Soledad (Maya Goded, 2016), Bosque de niebla (Mónica Álvarez Franco, 2017) Esa era Dania (Daniela Ludlow, 2016), Trazando Aleida (Christiane Burkhard, 2007) Baño de vida (Dalia Reyes, 2016) y La primera sonrisa (Guadalupe Sánchez Sosa, 2014). Algunos de estos títulos se presentan en varias plataformas, en particular en Filminlatino, pero es una gran oportunidad verlos ahora reunidos en una buena curaduría. Si bien la difusión de esos trabajos ha sido eficaz y oportuna en festivales nacionales, y de modo especial en Ambulante, gira de documentales o en DocsMx, fuera de esos espacios y de sus públicos cautivos, su exhibición comercial ha sido muy coyuntural y en muchas ocasiones, harto efímera.
No es un azar que justamente en momentos de mayor exacerbación de la violencia en México (feminicidios, secuestros, desapariciones forzadas) y la persistencia e impunidad de abusos sexuales cometidos contra menores, surja la necesidad o la conveniencia de brindar mayor visibilidad a puntos de vista tan potentes como los de mujeres documentalistas muy cercanas a las realidades que describen sus cintas. En otros países de Latinoamérica y Europa, inclusive en regiones de Medio Oriente, existe un registro creciente de las luchas feministas y de los escollos o del franco rechazo que en las cúspides gubernamentales suelen encontrar sus demandas de condena a la misoginia y a la violencia de género, o su reclamo del derecho a decidir un embarazo. En México hay una nueva generación de cineastas muy jóvenes, como el caso de Tania Claudia Castillo (estimulante work in progress, Juntas somos fuertes), por señalar un ejemplo, que, atentas a las experiencias de las mujeres documentalistas que les han precedido, procuran tomar el pulso de las protestas feministas pasadas y presentes (#me too, marea verde), involucrándose en ellas de un modo cada vez más directo. Se trata, en la mayoría de los casos, del rescate de una memoria colectiva de género y de una agitación política permanente para conferir al documental los beneficios de una mirada femenina nueva.
El ciclo Mujeres documentalistas se proyecta en la sala 7 de la Cineteca Nacional a las 20 horas.