El Golfo de México es el más grande de los cinco mares regionales mexicanos. Su extensión de casi 1.6 millones de km2 alberga una importante biodiversidad marina, contribuciones naturales para los pueblos (antes llamados servicios ambientales), así como actividades económicas, que dan sustento a la población costera desde Tamaulipas hasta Yucatán.
Se ha identificado que, tanto en la parte mexicana como en la norteamericana, se desarrollan 44 actividades económicas marinas, siendo las más relevantes la energía (petróleo y gas), el turismo, la transportación marítima, los puertos y la pesca, que generan 67 billones de dólares anuales de ingresos al estado mexicano, una cifra 2.55 veces menor que la que obtienen nuestros vecinos del norte.
El panorama es complejo
Nuestra producción de petróleo sufre caídas importantes por el agotamiento de Cantarell, el campo histórico más productivo y a la producción de gas que acompaña esta disminución. El turismo es una actividad muy dinámica y contamos con sobradas bellezas naturales, ofertas gastronómicas, arqueológicas, culturales y recreativas, pero se enfrentan a condiciones de seguridad insuficientes que garanticen la tranquilidad y vida de las personas que las visitan.
Si bien la transportación marítima y las actividades portuarias están llamadas a ser las más dinámicas y eficientes en el transporte de mercancías a nivel mundial, nos enfrentamos con que tenemos una limitada capacidad portuaria. En el caso de la pesca, se observa una disminución de las capturas superior al 30%, en relación con su máximo histórico, ocasionada por la sobreexplotación, sobrecapacidad, falta de ordenamiento, conflictos entre el sector pesquero y el petrolero e incluso entre pescadores legales e ilegales.
Por si fuera poco, el futuro del desarrollo económico y social de la región, así como su seguridad alimentaria se encuentran comprometidos por una planeación sectorial que genera costos que no se incorporan a la contabilidad de quien los genera y por ineficiencias en la búsqueda de metas de corto plazo; por el cambio climático que está provocando fenómenos hidrometeorológicos extremos más frecuentes e intensos que en el pasado (lluvias, inundaciones, huracanes); por el incremento del nivel del mar con sus efectos negativos en las ciudades comunidades e infraestructura costera; y las dificultades crecientes para acceder a los recursos marinos y pesqueros, con efectos directos en la disponibilidad de alimentos.
Programas gubernamentales para la planeación marina
Para enfrentar estas dificultades, México cuenta con un instrumento de planeación espacial llamado Ordenamiento Ecológico del Territorio (terrestre y marino) que tiene fundamento en la Ley General del Equilibrio Ecológico y Protección Ambiental de 1988 y su reglamento en la materia de 2003. Ahí se establecen las bases para llevar a cabo la planeación espacial marina como un proceso de participativo, colaborativo, transparente, flexible, ecosistémico -en su más amplia expresión-, científico-técnico, adaptativo e integral, con mecanismos de co-producción de conocimiento, evaluación, seguimiento y rendición de cuentas. No hay otro con estas características referido a los mares y costas mexicanas.
Todo programa de ordenamiento ecológico marino define una zonificación y la distribución de las actividades sectoriales en el mar, con base en la identificación de los espacios que cuentan con las condiciones para que cada sector desarrolle su actividad óptimamente. Asimismo, establece regulaciones para las actividades productivas con el objetivo de prevenir impactos ambientales y sociales o conflictos con otros sectores. El Reglamento lo concibe como un proceso iterativo que involucra la formulación, expedición, ejecución, evaluación y en su caso, modificación del programa.
La formulación inicia con la firma del convenio de concertación de los participantes, la instalación de un comité de ordenamiento, de una bitácora ambiental y de un estudio técnico de cuatro etapas -caracterización, diagnóstico, pronóstico y propuesta- y concluye con un decreto regulatorio después de un proceso de consulta pública, que es obligatorio para la administración pública federal. El carácter vinculante y obligatorio es la gran fuerza y diferencia con el otro proceso de planeación espacial territorial en México (Ordenación del Territorio de SEDATU).
Aunque el Ordenamiento Ecológico del Territorio aparece en la legislación ambiental mexicana desde 1988, las intervenciones marinas iniciaron en el año 2000, y en 2006 comenzó el Proceso del Programa de Ordenamiento Ecológico Marino y Regional del Golfo de México y Mar Caribe, que se decretó en 2012.
Si bien el Ordenamiento Ecológico del Territorio ha ayudado al gobierno a tomar decisiones en la evaluación de proyectos que requieren de una manifestación de impacto ambiental y a definir los mejores sitios para ubicar las inversiones y programas públicos, es necesario desarrollar procesos a escalas más finas sobre todo en las regiones portuarias -desde Altamira, hasta Holbox- para generar sinergias, certidumbre y confianza entre sectores para minimizar los conflictos socioambientales por las interacciones de estos en el territorio marino-costero, así como impulsar medidas de mitigación y adaptación frente al cambio climático.
Escenarios futuros para el Golfo de México
Los escenarios hacia el 2050 para el Golfo de México no son halagüeños. Una base muy pequeña de producción de petróleo y gas natural, una gran presión en las costas por el incremento del nivel del mar sobre todo en Tabasco, Yucatán, Campeche, Veracruz y Tamaulipas, donde algunas ciudades estarán bajo el agua y enfrentando problemas de seguridad alimentaria, ya que habrá recursos naturales y pesqueros escasos como efecto de la acidificación, sobreexplotación y el calentamiento global.
Recientemente, el discurso de las organizaciones de las Naciones Unidas (CEPAL, IPCC, IPBES, CDB, PNUMA y FAO) se ha radicalizado ante el incumplimiento -por parte de los países- y las tendencias negativas de los indicadores asociados con los compromisos ambientales hacia 2050. Primero los de Cambio Climático, luego las metas de AICHI 2020 y ahora las de Biodiversidad, llegando incluso a cuestionar -abierta y sutilmente- el actual modelo de producción y consumo (capitalismo neoliberal globalizador) y a plantear la necesidad de construir un Cambio Transformacional radical e inmediato que nos lleve hacia un mejor futuro.
Hay más preguntas que respuestas sobre qué y cómo debe ser este Cambio Transformacional, aunque ya se exploran opciones posibles. Sin duda, alguna estas deben contemplar nuevas aproximaciones como: ciencia y tecnología apropiadas y comprometidas, ética, filosofía, ecología política, inclusión y equidad de género, bienestar, revisión de valores, evaluación, justicia, pensamiento crítico y complejo, relaciones de poder, conocimientos indígena y de comunidades locales, transdisciplina, participación pública, nuevas visiones y valoraciones sobre el mundo y la naturaleza, su funcionamiento y modos de hacer las cosas de manera distinta…y mejor.
La pandemia, su origen y manejo, así como la acumulación de vacunas en el mundo nos están demostrando que el status quo, el valor primordial del dinero, el reduccionismo y la inercia no son opciones, tampoco esperar promesas de soluciones tecnológicas inciertas por venir.
Es aquí donde con el modelo de planeación espacial marina nuestro, -capitalizando experiencias previas, sumando el compromiso, saberes y participación de todas-, se vislumbra la posibilidad de generar una nueva economía azul y el acercamiento a los objetivos del desarrollo sustentable. Así, estaremos transitando hacia el Cambio Transformacional, hacia una mejor gobernanza marina. •
No es posible solucionar los problemas con el mismo tipo de pensamiento con el que fueron creados
Albert Einstein