Desde que a principios de los noventa se concluyó que la alimentación indiscriminada con fórmulas y biberones era peligrosa e insuficiente, han pasado más de 30 años, pero los esfuerzos por capacitar y responsabilizar al personal de salud para que apoye a las madres a recuperar su capacidad natural para amamantar no han sido contundentes.
A lo largo de los muchos años que llevo trabajando en diferentes aspectos de la promoción, protección y apoyo a la lactancia materna, he llegado a la conclusión de que las únicas y los únicos que podrán revertir seriamente las lamentables tasas bajas de lactancia adecuada, son los padres y las madres.
En la capacitación y supervisión del personal de salud que los atiende durante el proceso reproductivo existen muchas barreras difíciles de superar: hábitos añejos de atención, que convierten un proceso natural en un suceso patológico; contubernio con los fabricantes de fórmulas y biberones; insuficiente presupuesto para actualizar permanentemente a los responsables; falta de confianza en las madres, y carencia de información de la responsabilidad real que implica, como profesional de la salud, recomendar un tratamiento riesgoso, la mayoría de las veces innecesario (yatrogenia le llaman por ahí), sin tomar en cuenta las consecuencias adversas, fatales en algunos casos, que puede traer consigo.
Los padres merecen que se les dé información completa sobre los riesgos de la alimentación artificial, sobre los casos en que por razones clínicas debe usarse (muy pocos por cierto), sobre la incapacidad del prestador de servicio que no sepa cómo apoyarlos a resolver las dificultades que se presenten (en especial si no se favorece el inicio temprano y el seguimiento en la primera semana después del nacimiento). Sólo entonces podrán decidir si es optativa o no la alimentación artificial.
La mayoría de las madres sigue siendo hoy en día tan capaz de amamantar exitosamente a sus hijos, como lo fueron durante milenios sus ancestras. Fueron las prácticas de comercialización no éticas, apoyadas por el personal de salud, las que con engaños las convencieron de su incapacidad, con el único propósito de enriquecer aún más a los fabricantes de fórmulas y biberones.
La pregunta es: ¿va a seguir el personal de salud calentándose la cabeza con la anatomía y fisiología de la lactancia y poniendo a las madres a realizar instrucciones mecánicas y obsoletas, cuando la mayor parte de las veces no son necesarias para que acomoden a los niños o se sujeten el seno? En otras palabras, ¿van a asumir su responsabilidad y capacitarse adecuadamente y sobre todo a dejarlas en paz?
Para un inicio exitoso de la lactancia basta con colocar al recién nacido piel con piel sobre el pecho materno, lo antes posible después del nacimiento y dejarlos tranquilos, asegurándose de que no tengan frío y estén cómodos. El bebé encontrará el pezón en media hora, en una hora, en tres o en seis (hablamos de niños sanos, por supuesto), y no se deshidratará, no tendrá hipoglucemia, y estará seguro y feliz (y a quien opine lo contrario se le recomienda que se actualice con fuentes fidedignas, pues no se debe actuar con base en una opinión sino en hechos sustentados en la evidencia).
Tristemente, la alimentación infantil saludable, adecuada y diseñada en especial para cada individuo es para varios un tema de burla. Creen que es una moda, un fanatismo o una opción escogida al azar. Pero la mala noticia es que “cada 30 segundos muere un(a) bebé por la utilización del biberón” y “según UNICEF, un millón y medio de vidas podrían salvarse cada año, si se logra revertir el declive en la lactancia materna” www.ibfan-alc.org/red/panorama.pdf.
Si como sociedad y como profesionales queremos revertir las bajas tasas de una lactancia materna adecuada (exclusiva hasta el sexto mes y complementada con alimentos saludables hasta los dos años o más), debemos dejar de repetir como loros las ventajas de la lactancia materna y empezar a informar sobre los riesgos de la alimentación con fórmulas y biberones: en la televisión, en internet, en los centros de salud, en los consultorios médicos, en los centros de trabajo. Entonces podrán exigir las madres que se les apoye de manera adecuada para amamantar exitosamente, de lo contrario seguiremos siendo (la mayoría de forma gratuita) agentes de ventas de los fabricantes de fórmulas y contribuyendo a enfermar niños y a dañar las economías familiares, pues además de ser riesgoso, es carísimo.
En realidad, la mayoría de los bebés puede alimentarse con la leche materna, con excepción de aquellos que padezcan galactosemia, enfermedad de orina en jarabe de arce y fenilcetonuria.
Y la mayoría de las madres es capaz de amamantar, salvo quienes tengan VIH y puedan asegurar una alimentación de sustitución aceptable, factible, asequible, sostenible y segura; las que tengan herpes simple en ambos pezones y aquéllas que consuman medicamentos no compatibles con la lactancia, que son muy pocos. •