os de los capítulos más inverosímiles del México contemporáneo y que en estos días nos tienen en ascuas –como son las detenciones y los procesos judiciales en Estados Unidos contra el ex secretario de Defensa general Salvador Cienfuegos y contra el ex secretario de seguridad pública Genaro García Luna por narcotráfico, conspiración y lavado– son la prueba más contundente de que la literatura puede fijar complejos procesos sociales y muchas veces anticipa el destino del hombre.
A una novela publicada por entregas en el siglo XIX debemos uno de los mejores retratos de la corrupción desde el poder en nuestro país.
Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno, fue publicada por entregas en Barcelona entre 1889 y 1891 y después en México entre 1892 y 1893.
En sus 117 capítulos, Payno da parte de la vida menuda, de los hábitos, mitos, costumbres, aspiraciones, formas de mover la economía y, por supuesto, de la corrupción en México –que por cierto se llamó durante la Colonia: el unto de la Nueva España, la grasa que hacía posible que los engranes de la maquinaria colonial funcionaran; el diezmo de nuestros días, la dádiva, la mordida.
Uno de los personajes principales de la novela de Payno, es el coronel Juan Yáñez, conocido como Don Relumbrón por su ostentoso afecto a los oros y los brillos, al dinero fácil y al sonoro ritmo de bon vivant que organiza fiestas con la crème de la crème seducida entonces, como ahora, a golpe de billetazos.
Don Relumbrón es el nuevo rico y no sólo un funcionario corrupto del montón: es la mano derecha del presidente Antonio López de Santa Anna, pues se desempeñaba como jefe de seguridad pero también como líder de los bandidos de Río Frío.
Era el García Luna de Felipe Calderón, el Salvador Cienfuegos de Enrique Peña Nieto o incluso el Édgar Veytia, juzgado también en Estados Unidos y que fuera el fiscal de Nayarit durante el gobierno de Roberto Sandoval.
(No es un pecado imaginar que muchos Relumbrones evitarán viajar a Estados Unidos en los próximos años. Adiós, Nueva York, Las Vegas y hasta El Paso, Texas para ir de shoping).
Y así como Los bandidos de Río Frío fijó para siempre la corrupción desde la cima del poder en México, la literatura no sólo es memoria, sino también imaginación que puede anticipar lo que vendrá.
Uno de los grandes escritores de ciencia ficción de quien en este año celebramos el centenario de su nacimiento, Ray Bradbury, es el gran anticipador; el visionario de los días que han llegado.
Si uno se acerca a ese libro fantástico que es El hombre ilustrado, publicado hace más de 70 años, podrá encontrarse con uno de los cuentos más alucinantes sobre la posibilidades y usos de la llamada Internet de las cosas
o la inteligencia artificial aplicada a los hogares. Las casas inteligentes de Japón, la realidad aumentada, las imágenes 3D y el mapping son una pálida sombra a lo imaginado por Bradbury.
Los buenos escritores por su sensibilidad son las mejores antenas, los radares más eficaces, para captar los mensajes que pueblan la semiósfera.
Leer significa ejercer nuestro derecho a la memoria y la imaginación.
La lectura se ha convertido en una herramienta para fijar al mundo y construirlo; en una memoria extendida, en un disco duro que nos permite llevar a donde sea saberes y curiosidades.
Un libro es un espacio público donde coincidimos con autores, pero con otros lectores también.
Pocas cosas ponen el piso tan parejo como la lectura. Pocas fomentan mejor la comunidad.
Leer es participar en un espacio público e íntimo a la vez porque además de ayudarnos a tender puentes nos ayuda a reconstuir nuestra interioridad.
Me alegra que en la Universidad Autonoma de Chihuahua, los jóvenes en su 42 Semana del Humanismo hayan incluido a la lectura como uno de sus ejes de interés.
Sin cultura no hay trasformación democrática posible y el objeto cultural de referencia ha sido, desde hace tiempo, el libro porque la lectura estimula el pensamiento crítico, dispara la imaginación y ayuda a consolidar la memoria, ingredientes fundamentales para construir un mejor futuro.