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Ver día anteriorDomingo 25 de octubre de 2020Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Nuevo orden
L

a capital del miedo. En 2007 el director uruguayo Rodrigo Plá describió en la zona una de las pesadillas más recurrentes de las clases privilegiadas. Se trataba de la manera brutal en que un grupo de parias menesterosos irrumpía en un fraccionamiento de lujo para sembrar el terror entre una pequeña población adinerada y literalmente amurallada, que jamás había imaginado una afrenta semejante a su tranquilo bienestar y a sus propiedades. Quienes dictaban las órdenes nuevas en ese reducto de paz y armonía eran los que siempre habían sido menospreciados, cuando no invisibilizados, y que procedían así a un implacable ajuste de cuentas. Este tipo de alegorías de un rencor social capaz de desatar el caos está también presente en Bacurau: tierra de nadie (Dornelles, Mendonça) o en Parásitos (Jon Boon Ho), películas premiadas en Cannes 2019. No es un azar que Nuevo orden (Michel Franco, 2020), descripción dantesca de una revuelta popular revanchista, haya conquistado ahora el premio del jurado en el pasado festival de cine de Venecia.

Basta repasar la prensa europea para constatar hasta qué punto el tema de la violencia social ha cobrado relevancia y cómo ficciones sobre un futuro inmediato con vocación de desastre se han vuelto auténticos bestsellers, como Sumisión, del siempre polémico Michel Houellebecq, o de obras disruptivas como Francia, naranja mecánica, de Laurent Obertone, crónica de la irrupción de lo salvaje en una nación. Ese salvajismo lo representan esos nuevos bárbaros, pesadilla de la derecha social, que son ahora los inmigrantes musulmanes y también cualquier movimiento popular incontrolado (chalecos amarillos, Black Lives Matter), susceptible de sembrar la anarquía. La amenaza latente al día siguiente de esa revuelta social sería la instauración de un nuevo orden de carácter autoritario con el ominoso desenlace de una dictadura militar.

En Nuevo orden asistimos a una boda civil a punto de celebrarse en el interior de una residencia opulenta, mientras afuera de sus muros se desata una insurrección social. A medida que el caos se aproxima a esa casa, con las señas premonitorias de un verde misterioso que pinta el agua y mancha las camionetas de lujo, los invitados son presas de una sorda inquietud que el arribo de las huestes destructoras transforma en pánico generalizado. Los sirvientes se vuelven contra los patrones, y su vieja sumisión y su bondad agradecida adquieren tintes de crueldad y de revancha. Un viejo statu quo presentado como decadente cederá el paso, por la fuerza, a un nuevo orden en el que ahora habrá de imperar la cara oculta del odio clasista.

El título elegido por Michel Franco para su nueva cinta evoca, mediante una significativa inversión de los términos, presente en la tipografía de los créditos, al lema favorito de la extrema derecha europea a finales del siglo pasado: Orden nuevo. Todo parece indicar aquí que en su afán por atizar el odio y la violencia, los extremos políticos llegan a tocarse, y que las mejores causas progresistas (el feminismo, la lucha antirracista), pueden a su vez engendrar demonios muy parecidos a los que habitan en las agendas del pensamiento reaccionario. Lo interesante en Nuevo orden es la manera en que el realizador sacude las certidumbres morales de quienes siempre ubican los vicios y la insensibilidad en un solo lado del espectro social –las clases privilegiadas–, al tiempo que atribuyen, de modo providencial, los valores más nobles y bondadosos a una población desfavorecida.

Michel Franco incurre ciertamente en el cliché de conferir mayor densidad sicológica a los personajes que viven en la opulencia, transformando a los rebeldes agraviados en simples caricaturas del rencor social. Pero al margen de ese maniqueismo innecesario, y en el contexto de una boda civil violentamente saboteada por una horda de insumisos rencorosos, se insinúa de manera más sutil y perturbadora el fantasma de un miedo que se apodera de todos por igual en una ciudad y en un país que el cineasta presenta como un navío a la deriva encaminado a la autodestrucción. Ese miedo procede de una crispación social fuera ya de control y que envenena las conversaciones en las redes sociales. Michel Franco puede imaginar así epílogos ominosos en una ciudad con toques de queda, retenes urbanos, ejecuciones sumarias y pena de muerte. Una lúgubre advertencia del México por venir en caso de persistir las polarizaciones políticas. Como en el grabado de Goya, también en el apocalíptico fresco social de Nuevo orden el sueño de la razón produce monstruos.

Se exhibe en la Cineteca Nacional (sala 2, 14:45 y 17:00 horas), en Cine Tonalá y en salas comerciales.