ace unos días, con la guía de la querida antropóloga Lourdes Herrasti, vecina del lugar, fuimos a pasear por una de las colonias más antiguas y de tradición en la Ciudad de México. A un lado de la villa de Tacubaya se encontraban los terrenos del rancho San Pedro, que se distinguían por estar sembrados de pinos. Ahí se desarrolló el barrio que habría de denominarse San Pedro de los Pinos.
Estaba poblada desde tiempos prehispánicos, como lo demuestra la presencia de asentamientos en la zona arqueológica que se localiza al suroeste de la colonia, donde se levantó un pequeño teocalli dedicado a Mixcóatl, dios de la guerra.
Después de la Conquista paulatinamente se pobló con obrajes, sobre todo en la villa de Mixcoac, y una que otra ranchería e importantes haciendas. La región era rica en recursos, principalmente forestales, por la abundancia de bosques de pino.
En el siglo XIX comenzó la urbanización; alrededor de 1886 ya estaban trazadas poco más de 20 manzanas y al nacer el nuevo siglo se comenzó a poblar. El auge de la zona fue a partir de 1920, cuando se anexaron las tierras de San Pedro el Viejo y los fraccionadores le dieron la traza urbana que tiene hasta la fecha, con una retícula ortogonal que se distingue por la nomenclatura de números de sus calles.
Es una colonia pequeña, que conserva construcciones de épocas pasadas de diversos estilos, arbolada, tranquila, con una rica vida de barrio. Están distribuidos en las manzanas los establecimientos que dan calidad de vida a sus habitantes: carnicería, zapatero, tintorería, miscelánea, farmacia, panadería, cafeterías y, por supuesto, un mercado, templo y dos lindos parques: Miraflores y Pombo.
El primero es el de mayor extensión, muy arbolado, luce unos grandes pinos que rememoran el bosquecillo que bautizó la colonia y no faltan algunas frondosas palmeras. Hay juegos infantiles y aparatos para que los adultos hagan ejercicio, que, por cierto, estaban bastante concurridos. También tiene áreas reposadas que invitan a la lectura, divertirse con un juego de mesa o a ese grato pasatiempo que es ver pasar la vida. En 1971 se realizó una profunda remodelación y lo dotaron de originales pisos diseñados a partir de circunferencias de distintos tamaños. En 2005 hubo un intento fallido para que llevara el nombre del dramaturgo Emilio Carballido, quien fue vecino de la colonia. Por cierto, aquí también vivió Vicente Leñero, otro notable hombre de letras y teatro y actualmente habita la destacada cronista Guadalupe Lozada, quien encabeza la Secretaría de Cultura de la ciudad.
Unas cuadras adelante está el parque Pombo, que rinde homenaje a Luis Pombo, el abogado oaxaqueño que donó este espacio a la comunidad en 1904. Al centro está el clásico quiosco, rica vegetación que mezcla árboles frondosos con sensuales platanillos, flores diversas, uno que otro maguey y un área de juegos infantiles. A diferencia del vecino parque Miraflores, el Pombo está rodeado de todo tipo de comercios, el mercado San Pedro y la parroquia de San Vicente Ferrer.
Ésta la construyeron los dominicos entre 1922 y 1958, su peculiar fachada revestida de tabique muestra una portada que mezcla los estilos barroco y neoclásico de la que sobresale su torre campanario de forma ochavada.
Uno de los lugares que rodean el parque es el Chapacuafish, en el 65 de la Calle 7, un sencillo restaurancito con su patio que ofrece el auténtico tacofish. Le llegan en el plato dos tortillas calientitas que abrazan un envoltorio de masa fina, crujiente y doradita que en su interior contiene camarones, marlín o pescado, ricamente sazonados con salsa de chipotle. Al lado, según el gusto, ofrecen cebolla y rajas, cilantro, cebolla morada con habanero o ensalada. Para cerrar con algo dulce camine un par de cuadras a la Calle 17; en el 77 está Alebrijes, con buen café y muchas ricuras. Hay variedad de pastelillos, pays, postres como tiramisú, merengues, gelatinas de yogur con frutas, muse de distintos sabores y mucho más. Ambos sitios cuentan con medidas de seguridad para evitar contagios.