l capitalismo funciona como una de esas criaturas descritas en la imaginación gótica del siglo XVI, el golem en particular. La leyenda entrecruza desde entonces a una de las pesadillas más oscuras de Occidente. En el siglo XIX adoptó la forma de Frankestein, en el XX las del avatar y los robots de la película Yo, robot dirigida por Alex Proyas, basada por cierto en la novela de Isaac Asimov, en la que artefactos pensantes se rebelan contra los seres humanos. Los hombres deciden desafiar a Dios desplazándolo de su lugar. Crean una criatura a imagen y semejanza de un ser humano
, un ser que contenga todas sus cualidades menos las que lo llevan a destruirse a sí mismo. El experimento desemboca en una catástrofe: el golem termina por acabar con sus propios creadores.
Desde 2018, una vez más, el capitalismo se ha internado en una de esas crisis que ocurren una vez cada siglo. En tan sólo siete meses, a partir del estallido de la pandemia del coronavirus, cientos de millones en todo el planeta han perdido sus trabajos. Otros se encuentran en stand by, con sus salarios visiblemente reducidos. Y la cifra de los desempleados apoyados por el Estado en los países centrales alcanza cifras estrepitosas. ¿Hasta cuándo soportarán los gobiernos sostener sus apoyos con una baja de sus ingresos sin parangón alguno? Para los individuos, las instituciones, las empresas, hoy todo es incertidumbre. El número de empresas quebradas alcanza ya millones. Y la tormenta ha empezado a acercarse a las corporaciones globales en las más disímbolas ramas: la aviación, las industrias de la alimentación, las compañías automotrices, el petróleo… Sobre todo a la pequeña y la mediana empresas, que son casi siempre las que proveen la mayor cantidad de empleo.
El límite no está a la vista. A diferencia de la crisis del 29, que tomó por sorpresa a las bolsas del mundo, la actual ha sido, en cierta manera, inducida y gestionada por los propios Estados bajo el argumento de los efectos de la pandemia
. Digo que es un argumento
porque si bien la pandemia representa un peligro ostensible, en ningún caso en el mundo occidental se ha convocado a las sociedades para encontrar salida a la detención de la maquinaria económica. Por el contrario, ahora comienza la retórica de la segunda ola
para continuar el paro. En una sociedad de productores individuales, como lo es la sociedad de mercado, cada quien se rasca con sus uñas. Violar esta ley significaría violar la razón de ser de la lógica de la reproducción del capital.
La situación puede seguir deteriorándose. Agustín Carstens, que es ahora uno de los grandes capos de la banca internacional, aclaró recientemente que el sistema global no contaba con mecanismos para impedir las bancarrotas. El desastre completo podría ocurrir si las empresas quebradas dejan de pagar sus créditos a la banca. Lo mismo acontecería con los créditos individuales. Entonces colapsaría el aparato nervioso central del sistema: el capital financiero. Veremos.
Carstens hizo responsable a la pandemia de la depresión económica. ¿Pero es realmente así? No, por supuesto. Los cambios tecnológicos ocurridos en los pasados 15 años, sobre todo los inducidos por las plataformas digitales en la producción, la circulación y el comercio, han producido una radical desvalorización del valor del trabajo. Y he aquí la paradoja: los aparadores están llenos y nadie tiene recursos para adquirirlos.
Schumpeter describió a esta situación con una dislocante metáfora: la destrucción creativa. Habló mucho de la parte de lo creativo, pero nada de las formas de la destrucción. Digamos que el capitalismo es un sistema que debe devorarse a sí mismo cíclicamente para renacer. La destrucción reside en la muerte de partes enteras del capital. En el siglo XX esto significó la muerte física de poblaciones y ciudades enteras. Las carnicerías de dos guerras mundiales datan este fenómeno. Es por eso que Marx dice en algún momento que en la lógica del capital la guerra deviene una fuerza económica
.
La pregunta es muy sencilla: ¿quién está ganando con el argumento de la pandemia? Y la respuesta también es sencilla: la banca (hasta ahora), las industrias digitales y las que mantienen el sostén de la vida tal cual, las farmaceúticas entre otras. Son los tres sectores que definirán al siglo XXI. La banca se encuentra en peligro. Facebook, Google, Amazon… son los nuevos amos. Y las farmaceúticas, ni hablar. ¿Quién no quiere prolongar su vida ad infinitum?
Es por eso que el Estado mexicano debería estar pensando en una perspectiva de alto riesgo también, en vez aplicar políticas de austeridad y niño bien portado en el ámbito internacional. Por lo menos a lo largo de tres líneas: a) ¿qué sucede si acontece un colapso bancario? – hoy no se pueden rescatar empresas–; b) desarrollar las propias plataformas digitales, que deben ser públicas, tal y como empieza a acontecer en Europa –¿no podríamos ya contar con un Mexzoom en vez de estar recortando recursos a la comunidad científica de ingenieros, matemáticos y físicos?; c) y, por último, impulsar las propias vacunas y los propios fármacos –y no dejar morir de hambre a biólogos y químicos.