En 2015, fui a mi clínica de medicina familiar. Me dijeron que tenía alta la glucosa y que pasara con el endócrino, quien me dijo: “eres diabética”. Tengo sobrepeso y estoy de acuerdo con eso, pero nunca tuve la oportunidad de atender mi alimentación en la clínica, a veces no van los doctores o sólo te dan el medicamento.
Ahora con la pandemia perdí el control, me he sentido mal, busqué cita pero como es hospital Covid me tardaron y fui a Similares. Ahí me subieron la metformina a tres veces por día, pero seguí mal. Volví a mi clínica del ISSSTE y salí aterrada porque tuve que ponerme insulina, 24 unidades por la mañana y 14 por la tarde, pero la glucosa seguía alta, más de 200 en ayuno. Ahora me mandaron tomar la linagliptina y además insulina rápida. Tomo también medicinas para la presión, el colesterol y las várices.
Trato de cuidarme, pero tengo mis problemas. Quieren quitarme la casa y cuando estoy deprimida me da por comer pan o refresco y eso me levanta.
Éste es el relato de Margarita, quien vive la misma problemática de millones de personas con diabetes tipo 2 en México. El tamaño del problema por mal comer y diabetes supera ya a un sistema de salud incapaz de promover con éxito un estilo de vida saludable como motor de otra cultura posible, la del autocuidado.
Para muchas personas, la diabetes se controla con medicamentos, creencia que se refuerza desde los servicios de salud, porque la medicalización excesiva en el campo y la ciudad deja en el olvido los tratamientos basados en el estilo de vida. La práctica del ejercicio, el control del estrés, el equilibrio en la salud emocional y mantener el consumo de alimentos altamente nutritivos son la medicina de mayor impacto en el bienestar cuando se vive con esta enfermedad. Éste sería suficiente argumento para buscar soluciones fuera de los consultorios médicos, o bien, para habilitar el servicio como centros de acompañamiento de cambios en la forma de vivir la diabetes.
El país colapsa por enfermedades metabólicas, abanderadas por más de catorce millones de casos de diabetes tipo dos, aproximadamente, a lo largo y ancho del territorio nacional, con un gasto de 7 mil millones de dólares anuales.
De acuerdo con cifras del Observatorio Mexicano de Enfermedades No Transmisibles, en 2016 las personas con diabetes usaron menos los servicios públicos de salud: pasaron de 81.3% a 61.4% en un sexenio. Tal vez en ello influyó la proliferación de los consultorios a un lado de las farmacias barriales; de hecho, el porcentaje de pacientes con diabetes en control bajó de 38% a 18% en los servicios de atención primaria.
El sistema de primer contacto, en centros de salud y consultorios, dejó de funcionar como filtro para controlar la enfermedad y el gasto, porque sólo 35% de pacientes con diabetes regresa a consulta. Así se pierden a diario oportunidades de parar su evolución y, ¿por qué no?, de intentar revertirla.
La atención a esta enfermedad es tardía y dispareja porque la mitad de las personas con síntomas de pie diabético carece de acceso al tratamiento; se sufren 2.5 más úlceras y amputaciones en pobreza, donde la muerte se anticipa ocho años en los municipios más pobres del país, ahí donde las angustias son diarias por tener lo suficiente para calmar el hambre o para cubrir los huecos que deja la marginación y el olvido.
Las dolencias físicas, la preocupación y la tristeza influyen también en las concentraciones de la glucosa en sangre. La forma de comer en sus significados alimentarios y los ambientes donde se hace la vida acompañan la cultura del autocuidado, pero las políticas púlblicas se quedan cortas al considerar sólo el acceso a los servicios, a medicamentos y a personal más capacitado.
De nada sirvió emitir una alerta epidemiológica en 2016, al llegar a casi 100 mil muertes por diabetes ese año. Ahora la pandemia por Covid-19 es prácticamente una sentencia de muerte para quienes viven con esta condición. La realidad cambia más rápido que las políticas. Por ello, urgen nuevos caminos de acompañamiento y atención a la diabetes menos medicalizados, fortalecidos de saberes empíricos y socioculturales. Encontrarlos está en nuestras manos y ése es precisamente el objetivo del Foro Nacional de Atención a la Diabetes Tipo 2 (Véase recuadro).
Margarita, como cualquier ser humano, tiene derecho al bienestar, es decir, a lograr sus aspiraciones de vida con un sistema de salud centrado en la persona, capaz de reconocer todo tipo de recursos disponibles y optimizarlos a través de personal habilitado para detonar y acompañar procesos saludables, con la amplia participación de la persona, las familias y la comunidad. Así sería posible tejer de abajo hacia arriba una nación con salud multicultural. •