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El arte de la edición
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▲ El músico estadunidense Al Di Meola y un par de soles en una imagen tomada de su página web.
 
Periódico La Jornada
Sábado 17 de octubre de 2020, p. a12

Aquí viene el sol: Les Paul, Guild, Conde, Martin, Ovation, Ricken-backer, que es equivalente a decir: Stradivarius, Montagnana, Amati, Guarnieri…

El sol es una presencia en la música de Al Di Meola (Jersey City, 22 de julio de 1954). Su sonido es siempre soleado.

Su sol: una guitarra.

Para él, los mejores lauderos del planeta construyen soles, es decir: guitarras.

Di Meola hace sonar los soles cual Helio en la antigua Grecia junto a sus hermanos Selene, la luna, y Eos, la aurora, la de los dedos color de rosa.

Cuando suena una guitarra en los altavoces, los quiebres de su cintura, las palmas, cantos y dorsos y nudillos de los dedos de las manos realizando caracolas, giros, jiribillas, las enaguas rojas saltando por encima de los muslos, los requiebros y el quejío, los tacones haciendo saltar el polvo de la duela, todo eso junto produce una sensación tan placentera que uno sonríe y dice: claro, es Al Di Meola.

Sonido inconfundible, cuestión de estilo.

El nuevo disco de Al Di Meola es una obra maestra de estilo y de corrección de estilo.

Un prodigio de labor de equipo.

La prosa, es decir la manera de producir sonido en sus guitarras, es dominio ya absoluto en el arte de Al Di Meola. Su nuevo álbum, titulado Across the Universe, es un portento, pues el maestro Katsuhiko Naito es el autor de la edición del sonido en este disco y deja a uno con la boca abierta de tan pulcro, nítido, impoluto su trabajo.

Vamos a ponerlo así: es como un texto en manos de un editor que cuida cada detalle, mima, procura el texto de manera tan magnífica que el resultado final respira.

El nuevo disco de Al Di Meola es muchas cosas a la vez: un homenaje a la música de los Beatles, una manera de entender la música como pocos, una delicia para audiófilos, una cátedra de percusiones, un portento de orquestación, una sonrisa soleada al final: Ava Di Meola, haciendo su debut mundial a sus tres años de edad, cantando los primeros versos de Octopus’s Garden e inventando, como hicimos todos cuando muy niños, la letra a como nos suena. Uno sonríe encantado. (En el cuadernillo del disco, su padre, Al Di Meola, anota: ella venía sentada en el asiento trasero del coche y no se percató de que la estaba grabando, cantando ella frente al original de los Beatles en las bocinas.)

Ya hace siete años había remontado Al Di Meola los muchos Everest que constituyen las piezas de los Beatles: a la vista de todos, pero pocos tienen la capacidad de conocer las rugosidades del terreno escarpado, las hondonadas, las cimas y las simas.

Aquel disco se tituló All Your Life. A Tribute to The Beatles; una paráfrasis exquisita del segundo verso de la pieza In My Life.

Catorce piezas de los Beatles desfilan en aquel disco pisando las seis cuerdas de su hermosa guitarra Conde Hermanos (la misma, un Stradivarius de la guitarra moderna, la favorita también de Leonard Cohen, inseparable de ella).

Digamos que aquel de hace siete años es un bonito disco, interesante, ameno, divertido, disfrutable. Qué bien, qué padre, next.

Al escuchar su nuevo homenaje a los Beatles uno se topa con un prodigio: ¡alguien que sí entiende a los Beatles, ese gran lugar común de la historia de la música!

A manera de proemio, Al Di Meola escribe en la primera página del cuadernillo de su nuevo álbum: El propósito de este disco es celebrar el esteticismo, la belleza y el gozo que animan esas melodías de todos conocidas y lo que para mí entrañan a lo largo de mi vida.

¿Qué significa entender la música de los Beatles? Revisen las tiras de Mafalda y los dibujos del libro Ni arte ni parte, del maestro Quino, y entenderá cómo la inteligencia, el genio de una persona frente al tocadiscos escuchando a Bach y enseguida a Beatles, es capaz de realizar en la vida.

El ímpetu que anima, eso es en síntesis la música de los Beatles.

La portada del disco es un evidente homenaje a John Lennon, una paráfrasis de la carátula del malogrado acetato del ex Beatle, titulado Rock’n Roll. La reverencia a Ringo corre a cargo de su hija de tres años cuando canta El Jardín del Pulpo. Rinde caravana a Paul cuando acaricia su guitarra Conde en Yesterday, pero el disco es en realidad un homenaje al mejor músico del cuarteto de Liverpool: George Harrison, Yorch Jarry Song, Yorch Jarri (here comes the) Sun.

La razón es sencilla y contundente: Al Di Meola es guitarrista. Harrison también. Hablan el mismo lenguaje.

Decir que George es el mejor Beatle no es mera cuestión de gusto o simpatía, aunque me cae a todo dar el Yorch, sino resultado de severo análisis musical: las melodías las rendía uno de los mejores melodistas de la historia de la música (lugar que comparte con, por ejemplo, Giuseppe Verdi): Paul McCartney; las mejores letras después de Bob Dylan y la mejor voz desafinada: John Lennon; el mejor baterista de la historia de la cultura rock: Ringo Starr, y el aportador de armonías, atmósferas, encandilamientos: George Harrison, el hacedor de música.

El nuevo disco de Al Di Meola, que aquí recomendamos con entusiasmo y alegría, es un episodio interesante en el tema de la improvisación musical y sus accidentes: el cóver, la versión, el pasticho, el estándar, la copia o, en este caso cae el disco de Di Meola: lo mejor: la exquisitez musical denominada Tema y Variaciones.

A lo largo del disco escuchamos entreveradas, solas, en diálogos, en solos alucinados, las obras de arte que construyeron lauderos para Al Di Meola: Conde, Les Paul, Ovation, Guild y una copia fiel del bajo de McCartney, un bajo Rickenbacker.

Escuchamos también un desfile de bombo, platillos, tam tam, pandero, redoblante, timbales, un concierto en sí mismo de percusiones. Uno puede elegir y apuntar el oído durante todo el disco solamente hacia el sonido de las percusiones y encontrará deleite.

Ah, ¡la orquestación! El disco Across the Universe (curioso, entre los 14 temas de los Beatles que incluye el disco, no viene el del título) es un dechado de orquestación, ese arte que en la historia dominan muy pocos, entre ellos Rimsky Korsakov y Maurice Ravel.

Uno puede elegir y apuntar el oído a lo largo de todo el álbum solamente hacia la danza del sonido que gira, salta, vuela, se desliza en las bocinas izquierda, derecha, traseras, frontales. Una delicia para audiófilos, insisto, esos seres tan excéntricos cuyo placer mayor consiste en, sencillamente, disfrutar el sonido puro, tal cual, como sonido. No la bonita melodía ni el atrevido contrapunto. El sonido, nada más el sonido puro.

Y es ahí donde luce el trabajo maravilloso del editor, Katsuhiko Naito, como el gran maestro de la curaduría de un texto que es lo mismo que un disco que es lo mismo que curar una exposición que es lo mismo que hacía Stradivarius hace milenios: procurar, mimar, brindar las condiciones para que el sonido, ese misterio del universo, quede en su sitio y nos haga a todos tan felices.

Enhorabuena, editores.

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