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Desde otras ciudades

La emergencia sanitaria obligó a cambiar de giro laboral a un emprendedor salvadoreño

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▲ Alisandro, quien se describe como un guardián ambiental, ha buscado una nueva forma de ganarse la vida sin importar su condición física en un país azotado por la violencia y con 808 muertes por coronavirus.Foto Afp
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lisandro Ramos, un salvadoreño con discapacidad en las piernas desde la infancia, tuvo que cerrar su pequeño local de venta de mariscos cuando la pandemia de Covid-19 alejó a los clientes en su poblado en El Salvador y se reinventó como guía turístico.

De fácil hablar y piel morena, Ramos se alista para guiar a una decena de jóvenes en una caminata al cerro Quezalapa, ubicado entre las ciudades de San Pedro Masahuat y Rosario de la Paz, en el sureste de ese país.

Algunos de mis vecinos me dijeron que yo era un loco por hacer esto, comenta mientras se echa una mochila a la espalda y toma sus muletas para comenzar el ascenso al cerro, una caminata que puede durar hasta tres horas a paso relajado.

Sin doblegarse por la crisis y por las limitaciones de movilidad que le dejó la poliomielitis que sufrió de niño, Ramos conduce a los turistas por un resbaladizo camino de tierra en el que hay que sortear grandes rocas, maleza y árboles.

Después de que las restricciones para combatir la pandemia apartaran a los clientes de su negocio, el salvadoreño de 41 años tuvo que sobrevivir con el poco dinero que enviaba su esposa desde Estados Unidos.

Un año atrás ella y su hija tomaron el camino de miles de centroamericanos y emigraron sin documentos, con ayuda de un coyote, a Estados Unidos para salir de su precaria situación económica.

Tras cerrar su negocio, el trabajo como guía le ha permitido salir adelante y pagar las deudas contraídas para el viaje migratorio de su familia.

Convertirme en guía es un esfuerzo con el que espero ayudar a que lleguen recursos económicos a mi comunidad como destino turístico y que esos ingresos también me ayuden a salir adelante, dice sudoroso tras coronar la subida al cerro.

Vive en la comunidad de Barahona, un poblado rural de campesinos que producen maíz, aledaño a San Pedro Masahuat, a unos 45 kilómetros al sureste de San Salvador, y cobra una módica tarifa por su trabajo de guía hacia el cerro.

Ramos suele hacer el recorrido acompañado por su hijo Rodrigo, de 10 años. Sufre al recordar a su esposa y a su hija Heizel, de ocho años, quienes se encuentran en Atlanta, en el este de Estados Unidos.

Mi sueño más grande es reunificar a mi familia. Por hoy, mi hijo es mi amigo y mi compañero, él se quedó a cuidarme, pero espero un día estar con toda mi familia y por eso me esfuerzo.

Afp