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Madera y fuego
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in Madera no hay fuego, las voces insurgentes ya habían comenzado a propagarse, desde la década de los años cuarenta en el estado de Morelos con Rubén Jaramillo a la cabeza, se había mostrado la desviación que se iniciaba desde la cúpula revolucionaria con una incipiente amnesia de las consignas como tierra y libertad o la tierra es de quien la trabaja; paulatinamente las contradicciones se suman durante los calendarios del siglo XX, maestros, campesinos, estudiantes, obreros, médicos, las voces van exigiendo lo que en apariencia ha quedado impregnado en la legalidad y que se ha transformado en letra de ornato; primero la tierra de Zapata, de pronto es la de Villa la que vuelve a gestar la indignación hasta un punto de ebullición que se desparrama, con la opción de las armas como única vía para reavivar el sentido de la legitimidad ausente.

El 23 de septiembre de 1965 irrumpe sin escrúpulos, se trata de la gran cachetada al discurso revolucionario de 1910, ¿cómo se les ocurre atacar al Ejército Mexicano heredero de las batallas de todos los ídolos de la historia patria? La palabra tierra vuelve a ser mancillada en voz del general Práxedes Giner Durán: “…ellos querían tierra, pues tierra les vamos a dar hasta que se harten”. Dictamina frente a los nueve cuerpos de los incipientes guerrilleros quienes buscaban la utopía con el sonido de las armas, ante la impúdica prepotencia e impunidad de caciques, autoridades y representantes populares.

Madera se propagó por todo México, sus rumores invadieron no sólo el estado de Chihuahua, los sobrevivientes lograron volver a contactar con quienes ya traían la causa en las venas, dieron testimonio de los acontecimientos, las sospechas de traición, se valoraron los alcances y errores, sirvió de germen, de soplo para dar una continuidad a la voz hasta desgarrarse. El alba de aquel día, que tanto obsesionó al adorado Carlos Montemayor, permitió iluminar otros horizontes, incendiar nuevas praderas, ilustrar otras historias.

La lección del 23 de septiembre de 1965 en Madera, también es asimilada por el Estado mexicano, se percibe que sus huestes deben aprovechar las vacantes en la Escuela de las Américas, organizar la contrainsurgencia, delinear la guerra de baja intensidad, no permitir que un nuevo amanecer traiga una amenaza ignorada, sortear la sorpresa, continuar esa vereda de agravios sin que las alteraciones secuestren sus sueños, donde se cultivan las pesadillas de los otros.

El intento de asalto al cuartel militar en la ciudad de Madera, en el estado de Chihuahua, un jueves 23 de septiembre de 1965, marca la pauta del inicio de las luchas político-militares clandestinas e ideológicas en nuestro país, representada de diversas maneras, en unas con la simple visibilidad de una astilla, en otras convertida en un gran tronco, las hay en forma de leño, o conformada con la suma de distintas vigas para alzarse en la trascendente Liga Comunista 23 de Septiembre en marzo de 1973 en Guadalajara.

Los reflectores de la historia no pueden dejar de visualizar las distintas arterias desde las cuales se han constituido los sistemas nerviosos de la expresión clandestina radical en México, la cual en una primera instancia, por regla, fue la respuesta desesperada al calvario diseñado desde el poder para evitar que alguna demanda social justa prosperase, para transitar luego al intento de cooptación, sugiriendo la infidelidad de los líderes ante las causas populares, y al recibir como respuesta los principios como medida inquebrantable, el museo del terror se esboza con todo tipo de sugerencias: amenazas, desaparición forzada, intentos de asesinato, tortura, por lo que frente a dicho menú, la puerta de salida con cierta viabilidad terminó siendo la radicalización armada; la cual, dentro de la estrategia de guerra de baja intensidad, el Estado mexicano ha pretendido evitar que se visibilice, ha deseado ocultar, negar y borrar.

Han transcurrido 660 calendarios mensuales desde aquel acontecimiento temerario encabezado por Gámiz y Gómez, convocando a más de un incendio, una llama, un fuego, una luz, otra utopía, donde los tentáculos del espanto alcanzaron a un par de generaciones, por lo menos. Los vientos hoy se aprecian en direcciones distintas, por lo menos aparentan no avivar las llamas del pasado, el cual en su resguardo en la memoria, debe dejar de ser nostalgia y evitar disfrazarse de impunidad, para alcanzar a quienes han diseñado por varias décadas la tarea de la ignominia.

* Escritor y autor del libro Los años heridos: la historia de la guerrilla en México 1968-1985.