Las tres patas del agro-negocio
Cuando el periodista argentino Darío Aranda le preguntó al biólogo molecular Andrés Carrasco si prohibiría el glifosato, el científico dijo que eso no le correspondía a él, pero que sí podía afirmar que el principal químico usado en la agricultura industrial provocaba malformaciones en embriones. Carrasco venía entonces (en el año 2012 cuando ocurrió la mencionada entrevista) de soportar tres años de persecución debido a una decisión radical: publicó el resultado de su investigación antes de auditarla por sus pares, el mayor pecado para la comunidad científica. La infidencia le devolvió campañas de descrédito orquestadas por empresarios del agro-negocio y sostenidas en las principales publicaciones del mainstream periodístico, a las que se sumó el Ministro de Ciencia argentino, Lino Baraño (en el cargo entre 2007 y 2018) poniendo la forma por encima del fondo: que Carrasco había probado en el laboratorio lo que los pueblos fumigados denunciaban en los territorios y asumía con la difusión de esa información una postura sostenida en la convicción que la ciencia se hace para la población y no para el agro-negocio.
Con este antecedente en mente debe leerse la filtración del audio que reproduce al Secretario de Medio Ambiente mexicano al reconocer que la 4T no es un Gobierno monolítico, sino el campo de múltiples luchas para dirigir el poder del Estado. El episodio hizo emerger públicamente la presión ejercida sobre el primer funcionario del Continente que se atrevió a proponer que el glifosato debe dejar de usarse. Con Toledo como guía, el gobierno mexicano fue el primero en aterrizar las denuncias que Carrasco hizo hace una década y proponer una regulación en consecuencia, arropada en miles de pruebas científicas que se han acumulado en el mismo sentido.
Es importante señalar dos cuestiones respecto a este químico y el proceso que lo extendió sin medida por todos los cultivos agrícolas del Continente. La primera es que el glifosato es apenas una de las tres patas que sostienen al modelo de la agricultura industrial, el cual tiene otro pie en la masificación de semillas certificadas (transgénicas e híbridas) y los complejos sistemas de pago de patentes y regalías que traen aparejados, que son el verdadero motor de recaudación de ganancias para un puñado de empresas del sector, encareciendo los costos de producción. La tercera pata, y tal vez la más ignorada del modelo, es la mutación que impone en las relaciones laborales del mundo rural, sustituyendo el trabajo campesino por mecanismos de “siembra directa”, ejecutados por empresas de “servicios agrícolas” que con una sola persona y una máquina trabajan en pocas horas grandes extensiones de tierra. Con esta tríada, la agricultura industrial se reveló como un modelo que no sólo expulsa a la gente que vive del campo, ya que requiere poquísima mano de obra para conseguir sus rendimientos tan deseados, sino que favorece la concentración de la tierra, ya que su “rentabilidad” crece con su extensión territorial.
Aunque en la Argentina, el movimiento de los pueblos fumigados fue el sustrato para el que Carrasco trabajó hasta el final de su vida, estas denuncias replicaron en Uruguay en menor escala, un país donde los pueblos fumigados con agro-químicos son tan pequeños que caciques como Máximo Castilla, sojero del Departamento de Canelones, se atreve a amenazar a los reporteros que osan pisar su feudo: Paso Picón.
Cuando en la misma entrevista del año 2012, Aranda le preguntó a Carrasco por qué las autoridades sanitarias no habían clasificado al glifosato de acuerdo a su verdadero grado de toxicidad, el científico liberado ya de todo prurito para declarar, dijo básicamente que el problema era suyo: “Su clasificación de baja toxicidad es lo contrario de lo que afirman estudios diversos que confirman la alteración de mecanismos celulares y sobre todo, es contrario a lo que padecen familias de una decena de Provincias. Es de locos pensar que no pasa nada” •