“Lo tienen viviendo con los chanchos”. “Lo pegaban porque dicen que está loco”. “La amarraron porque se sabe salir corriendo”. Dicen al referirse a jóvenes “anormales” del campo en los reportajes sensacionalistas; pero, ¿cómo es en realidad la vida de esas/os jóvenes en el campo?, ¿qué hacen?, ¿cuáles son sus condiciones?, son preguntas que casi nadie contesta, o ni si quiera se pregunta. Nos conformamos con las verdades a medias de este tipo de reportajes que responden a una intencionalidad política y económica en la que la interseccionalidad juventudes, “dis-capacidad” y ruralidad, está determinada en función de los criterios modernos, occidentales, urbanos y burgueses, de normalidad, progreso y desarrollo. Teniendo en cuenta esto, ¿es posible preguntarnos sobre la vida de las y los jóvenes con “dis-capacidad” en el campo, más allá de estos criterios?
“Manuel”, según palabras de uno de los que fue su maestro “aparentemente tenía dis-capacidad intelectual”; él cuenta que “Manuel” caminaba más de una hora desde el lugar donde vivía hasta el pueblo más cercano que era Convento, en la provincia de Manabí- Ecuador. “En la escuela solía salirse de las clases que le aburrían, pero cuando desde lejos veía que estábamos jugando regresaba, tenía 11 años y estaba en tercer año de educación básica (tercer grado), le gustaba mucho ir a la feria del pueblo y jugar. El director y su otro maestro sí solían darle con una regla porque no aprendía”, señala su maestro.
En Ecuador o México, así como en casi todos los países de América Latina, hablar de una sola ruralidad es negar la multiplicidad de formas que a ella se agrupan. No es lo mismo, cuando nos referimos a la ruralidad amazónica, que cuando mencionamos a los pueblos de la sierra, o la costa. De la misma manera cuando hablamos de pueblos más cercanos o alejados de los centros poblados más urbanos; o, de aquellos lugares invadidos por minería, pozos petroleros, hidroeléctricas, etc. Cada una de estas “características” determinadas al territorio, pero, sujetas a lógicas de desarrollo y modernidad de los Estados, afecta el modo de establecer relaciones entre las comunidades que las habitan; esto es importante porque del modo de entenderse en esas comunidades se entenderá el modo de ser joven, y joven con “dis-capacidad”.
“Manuel” desde la mirada del director de la escuela “no es útil, no aprende, no tiene un futuro”. Pero, ¿qué le gusta a “Manuel”?, ¿para qué es “bueno? Según informes del Ministerio de Educación de Ecuador en el año lectivo 2019-2020, se matricularon 2,955 estudiantes con “dis-capacidad” entre 11 y 18 años, 195 en escuelas especiales y el resto en educación regular, en el área rural a nivel nacional. ¿Quién determinó su “dis-capacidad”? ¿Qué se espera de ellos y ellas? Son preguntas que están en relación a lo que la escuela como institución formal espera de las y los jóvenes, y eso, es reflejo de lo que una sociedad capitalista, moderna, adultocéntrica, patriarcal, sostenida en la lógica del desarrollo, la productividad, la colonialidad del saber, espera de las y los jóvenes.
Pero, los pueblos siempre han resistido desde otros criterios y maneras de entendernos como seres del mundo. Las comunidades entre más alejadas de los “centros poblados de desarrollo” ofrecen otra posibilidad de vida digna a las y los “tullidos”. En el campo, la diferencia es parte de la realidad compleja del territorio. Las semillas, por ejemplo, todas son distintas, los animales viven y se entienden diferentes. Así, la “dis-capacidad” no está sujeta a la evaluación médica y la productividad, sino al trabajo, al rol que cada quien, con sus singularidades y complejidades, puede aportar a la comunidad. Los colibríes de alas rotas vuelan y no son excepcionales, solo se reconocen en la existencia. Nos hemos preguntado ¿por qué la palabra inclusión, no existe ni de manera literal ni similar en el náhuatl o el kichwa, e incluso, es epistemológicamente absurdo en la construcción de esas lenguas? Quizás porque en otras cosmovisiones no modernas ni capitalistas, somos habitantes todos y todas del mismo planeta, convivimos con la diferencia que es la naturaleza misma.
No se busca “idealizar el campo”, sino entendernos desde las miradas críticas que en él hay, desde los lugares de resistencia en los que “Manuel” no es inútil sino es autónomo, puede decidir libremente sobre su vida: si estudiar o jugar, ahí los caminos son su cotidianidad al andar libremente. Es importante entender que la “dis-capacidad” es una categoría colonizante; y, es a su vez, marcador de desarrollo y subdesarrollo, so pretexto de instalación de instituciones publicas y privadas que, en nombre de la “inclusión”, modifican las realidades comunales de comprensión de la diferencia y de los cuerpos que se amalgaman en ella.
No necesitamos más sensibilización de la “dis-capacidad”, necesitamos politizarla. •