Hay tanto por revisar
n torno a la deliberadamente escandalizante frase de la columna anterior: “Diseñar e imponer, por decir, protocolos mundiales de matrimonio y procreación…”, algunos lectores, desde la ideología o la creencia más o menos asimilada, externaron su punto de vista. ¿Cómo puede hablar de imponer protocolos cuando el mundo está sobresaturado de exigencias, la mayoría en detrimento de la persona humana?
, preguntó alguien que firma Una hermana en Cristo. Cierto, si algo abunda desde siempre en el planeta son las imposiciones de toda índole, desde políticas y religiosas hasta culturales y dietéticas, pasando por el enajenante y sospechoso quédate en casa de estos siniestros días.
En el caso del matrimonio y la procreación, las cifras son elocuentes y reflejan unos usos y costumbres no por ancestrales menos extraviados por el espíritu de una época caracterizada, antes que por los avances, por la irresponsabilidad, tanto individual como colectiva. Si cada año nacen cerca de 100 millones de personas y muere poco menos de la mitad, aproximadamente, gobiernos, instituciones y familias enfrentan un severo problema relacional de urgente solución, pero sin visos de corrección en el horizonte.
Del lo que Dios unió no lo separe el hombre
, supuestamente divino, al ya no se reproduzcan como conejos
, del papa Francisco, la sucesión de imposiciones, engaños y manipulaciones en torno a la familia, el matrimonio y la procreación ha sido desalmada, al grado de que las leyes todavía hablan de que “toda persona tiene derecho a decidir de manera libre, responsable e informada (sic hasta Utopía) sobre el número y el espaciamiento de sus hijos”, sin mencionar la posibilidad de que la persona decida no tenerlos. Si en tiempos normales los divorcios iban a la alza, con el pretexto del confinamiento se han disparado. La nueva normalidad que se pretende imponer, si de verdad quiere mejoras, tiene que revisar a fondo paradigmas y valores milenarios probadamente fallidos como costumbres, aunque puntualmente reforzados por gobiernos y religiones, transmitidos en la familia y en la escuela y repetidos a diario en la televisión con sus toneladas de basura. Qué deberá entenderse por amor, por procreación responsable e informada –¿dónde?–, por relaciones que ya no sean exclusivas y excluyentes, por calificar para una paternidad y maternidad con herramientas, por empezar a disminuir, en fin, la demencia en el planeta.