El principal reto que enfrentamos los gobiernos locales a partir del 1º de octubre de 2018 fue recuperar la confianza de una sociedad que se había volcado a las urnas buscando por la vía pacífica la transformación de la vida pública del país.
Para lograr esto, la primera tarea era cambiar de manera abrupta y sin transición las formas: acabar con el derroche y la ostentación; no pintar de los colores de nuestro movimiento la infraestructura pública; regresar a la plaza los actos cívicos. Intentar forjar una alianza sólida con la sociedad, con una sociedad fragmentada y refugiada en el pequeño espacio familiar, que había perdido casi por completo la noción de comunidad, de colectivo, de esfuerzo compartido.
A la par de la acción urgente de gobierno, se requería ser eficaz en un entorno de abandono de décadas y corrupción que había permitido la degradación de la infraestructura de los servicios más básicos, teníamos que hacer un esfuerzo para recordar entre todos cómo era antes, cómo teníamos confianza, cómo podíamos recuperarla, cómo podía construirse un gobierno y una sociedad distinta, caminando juntos para resolver los problemas.
En un municipio como Berriozábal, con más de 30 mil habitantes en la cabecera, ubicada en la zona metropolitana de Tuxtla Gutiérrez y más de 20 mil en 50 localidades rurales, el reto era grande pero alcanzable. En un tiempo largo pero necesario tuvimos más de 20 asambleas de barrio y casi 50 asambleas comunitarias en las que abierta y libremente la gente escogió a sus representantes en el territorio inmediato: los presidentes de barrio y los agentes municipales de las comunidades rurales.
Con esta estructura básica comenzamos a superar los parches y remiendos que nos permitieron en los primeros meses mantener las cosas funcionando, y comenzar a construir las soluciones de fondo. En la parte rural hubo dos cosas que saltaron de inmediato: el abandono total de los Sistemas Comunitarios de Agua, y las dificultades para acceder a los servicios de salud en caso de enfermedad.
Construimos de manera pronta, acicateados por los cortos tres años de gobierno cuando comenzaba a terminar el primero, una red de promotores de salud y la primera alianza público-comunitaria en México: el Organismo Municipal de Servicios Comunitarios de Agua y Saneamiento (OMSCAS), entidad paramunicipal con presupuesto y patrimonio propio y con una Junta de Gobierno mayoritariamente comunitaria. Esto con una alianza estratégica con Cántaro Azul A.C.
Y entonces la pandemia nos alcanzó. En la ciudad se paralizó todo: el barrio por barrio que comenzaba a enrolar a los jóvenes en actividades colectivas, el uso constante y frecuente de la plaza pública como sitio de encuentro, la redefinición consensada de las reglas para el uso y disfrute de los espacios comunes para la práctica del deporte. Casi todo.
En el campo la vida siguió transcurriendo y las estructuras recién formadas mostraron su utilidad: a través de las brigadas de mujeres por el agua y de los Comités Comunitarios de agua, se hizo llegar alcohol en gel y la información preventiva en aquellos sitios donde no estaba garantizado el abasto mínimo de agua. Y llegaron las lluvias con los primeros días de junio, y como corresponde al deterioro ambiental de nuestras cuencas, el agua bajó rápidamente de cerros y montañas y rebasó los cauces y formó otros nuevos. Y con su fuerza se llevó los de por si precarios sistemas de gua de cuatro comunidades y los cuatro principales caminos rurales que hacía apenas meses habíamos restaurado.
De un día para el otro, literalmente, estaban las máquinas removiendo las toneladas de deslaves para dejar los caminos transitables. La estructura de un gobierno que se hizo tocando puertas para llevar regeneración casa por casa, respondió inmediatamente y por tierra y agua se hizo llegar la ayuda humanitaria de inmediato. Cuando nos pudimos asomar a las comunidades pasados tres o cuatro días, estaban ya trabajando voluntariamente por primera vez en años en reparar sus sistemas de agua. Y una semana después de las lluvias, con la aportación del material por parte del gobierno municipal, el agua estaba nuevamente en los hogares. Al mismo tiempo, mediante el OMSCAS se hizo llegar agua potable que quedó disponible en contenedores al alcance de todos.
Con la pandemia suspendimos una de nuestras principales actividades económicas: el tianguis dominical de las flores, que congrega a productores de 5 comunidades alrededor del parque central para vender miles de plantas y flores producidas durante las semanas previas. Son ya casi 15 domingos en los que no hay ingresos en cientos de hogares, para miles de personas.
Ante el riesgo de perder la producción que significaba semanas de esfuerzo y todo el capital de los pequeños productores, nuestro gobierno instrumentó una estrategia de rescate. Adquirimos a precios de costo miles de flores y plantas de ornato, que fueron regaladas en los hogares de Berriozábal.
La presencia constante, el rescate de productores, la ayuda alimentaria conjunta del estado y el municipio, la economía viva de traspatio, la reacción inmediata ante las inundaciones de los primeros de junio y la confianza forjada entre sociedad y gobierno permitieron una reducción fuerte de la movilidad y que se retrasara la llegada de la COVID. Es apenas en estos últimos días de junio que se resienten las primeras pérdidas de vidas en el medio rural, y aunque cada vida que se pierde duele, y existe miedo e incertidumbre, existe también la confianza en la alianza forjada en los meses previos entre gobierno y sociedad y la confianza en que estos gobiernos nunca volverán a abandonarlos, nunca estarán de nuevo para enriquecerse, nunca pensarán en el bienestar mal habido sobre el bienestar colectivo. Nunca más. •