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Cabeza rapada
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ace dos o tres décadas, cuando los conceptos de odio racial y supremacía blanca parecían todavía limitados a la acción criminal de grupúsculos de extrema derecha, dispersos y fácilmente descalificados como caricaturas del rencor social, surgieron películas anglosajonas de denuncia como la ya emblemática Historia americana X (1998), del británico Tony Kaye, con Edward Norton y Edward Furlong, o Cabezas rapadas (Romper Stomper, 1992), del australiano Geoffrey Wright, o antes aún, la impactante Made in Britain (1982), de Alan Clarke, estelarizada por Tim Roth. La premisa narrativa era casi invariable: la conducta delictiva de un grupo de parias sociales tenía como explicación no tanto una clara adscripción ideológica a valores conservadores, sino la simple acumulación de un poderoso resentimiento. Una vez planteada esa suposición, seguía la rehabilitación del personaje descarriado, convertido casi a pesar suyo en un patético neonazi, a través de un laborioso ritual de arrepentimiento tardío y expiación de culpas con un vago propósito de enmienda.

A partir de hechos reales, Cabeza rapada (Skin, 2019), la cinta estadunidense más reciente del realizador israelí Guy Nattiv, explora esta veta interpretativa del odio racial como expresión de un desequilibrio emocional causado por una infancia desdichada o por carencias afectivas de todo tipo. La visión es reduccionista y un tanto anacrónica en momentos como el actual, cuando un respaldo institucional a la supremacía blanca en Estados Unidos legitima las conductas antisociales de muchos individuos que, lejos de ser resentidos parias sociales, gozan de claros privilegios económicos.

Aún así, la película de Nattiv propone un acercamiento, siempre interesante, a las dinámicas de reclutamiento, formación y fraternización ideológica de jóvenes desempleados que alguna organización de ultraderecha pronto convertirá en sicarios y brazos armados para asediar y ejecutar a personas pertenecientes a las minorías raciales.

Cabeza rapada es variante temática de Skin, un trabajo previo de Nattiv, ganador en 2018 del Óscar al mejor cortometraje de ficción, en la que varios agresores supremacistas blancos enfrentan la dura revancha de un grupo afroestadunidense reparador de los agravios. En su nueva película el tono es más mesurado. Su protagonista, Byron Babs Widner (Jamie Bell, protagonista de Billy Elliot, Stephen Daldry, 2000), pertenece a una organización racista llamada Social Club Vinlanders, y ostenta múltiples tatuajes en brazos y rostro como señas de identidad vinculadas a los valores vikingos de una autoproclamada raza superior. Pertenecer al grupo es reconocer una deuda de lealtad a líderes que rescatan a los nuevos reclutas de la pobreza o de familias desintegradas. El lema del grupúsculo es Raza y razón y su justificación social es la regeneración de los adeptos. El líder Fred Hammer Kramer (Bill Camp), lo señala claramente: Tomo una escoria y la convierto en un ser humano. Parte de esa nueva calidad de ser humano consiste en incendiar refugios de inmigrantes o propagar el odio a lo diferente en una cruzada de saneamiento de la sociedad estadunidense.

Cabeza rapada se presenta ante todo como un aleccionador cuento moral basado en el registro puntual, entre ficción y documental, de una de las acciones de One People’s Project, una asociación de lucha contra los crímenes de odio que recaba testimonios de neonazis arrepentidos. El propósito es loable, pero su traslado al relato de ficción es menos afortunado. La insistencia en el proceso de purificación moral del protagonista Byron mediante la dolorosa remoción de sus tatuajes (un cambio de imagen para una azarosa reinserción social), termina lastrando el ritmo de la cinta añadiendo morosidad donde debiera prevalecer una acción más ágil, aunque es cierto que la cinta no intenta de modo estricto ser un thriller. Lo suyo es algo diferente. De una manera elocuente, el director israelí expone las contradicciones detrás de un prejuicio racial, pronto convertido en conducta de odio, donde el color correcto de la piel suele convertirse en patrimonio único de un analfabeto moral.

Cabeza rapada/Skin está disponible en la plataforma Netflix.

Twitter: @CarlosBonfil1