Domingo 12 de julio de 2020, p. a12
La novela El obsceno pájaro de la noche del escritor y periodista chileno José Donoso Yáñez (1925-1996), es considerada, desde 1970, año en que se publicó por primera vez, como su mejor obra, además de estar llena de ambición literaria. El autor exhibe gran imaginación para crear un mundo poblado de personajes que se confunden entre lo humano y lo monstruoso. En esta ocasión editada por Alfaguara, se muestra en sus páginas una de las mejores paradojas que definieron la obra del también académico. Con autorización de la editorial ofrecemos a los lectores de La Jornada un fragmento del ejemplar.
El terror
En algún punto de El obsceno pájaro de la noche de José Donoso, un patrón de fundo llamado Jerónimo de Azcoitía construye un país privado para su hijo, que ha nacido con varias deformidades. Utopía e infierno a la vez, ese país estará poblado por sujetos contrahechos, monstruos de feria y personajes bizarros que han sido contratados a través del territorio para que finjan ser ciudadanos de aquel lugar, donde lo normal será lo raro, lo extraño, la materia desde la que se define lo cotidiano. En otro momento de la novela, un narrador soñará con ser imbunchado, con que le cosan los agujeros del cuerpo para integrarse al aquelarre de brujas que habita en una casa de reposo para ancianas y niñas huérfanas en La Chimba, al otro lado del río Mapocho. Todas estas mujeres, que alguna vez pertenecieron al servicio doméstico de la aristocracia chilena, ahora esperan la llegada de un niño santo, hijo de una asilada. En otro episodio, sobre el final, una mujer soñará que le están robando sus órganos. La paranoia la poseerá. Todo transcurrirá en ese hospicio cuyo patio está lleno de santos rotos y donde las viejas (no hay nada que le atraiga y le aterre más a Donoso que la palabra vieja), conspiran entre murmullos, rodeadas de paquetes con un contenido desconocido que son esos tristes fetiches que atesoran de modo obsesivo.
Hay más, muchas más, pero recuerdo estas escenas porque dentro de la literatura chilena un aura oscura rodea este libro. Y esta tiene que ver con lo que significó para su autor, pero también con la complejidad para situarlo en el horizonte de nuestra narrativa, dada su peculiar originalidad y el modo en que se relaciona con los materiales que construyen nuestra tradición y memoria. Eso queda establecido en el hecho de que El obsceno pájaro de la noche exhibe en sus páginas una de las mejores paradojas que definieron la obra de su autor: un cuento de monstruos como representación de la mejor tradición de nuestra ficción más realista.
Rodeada de una leyenda negra sobre cómo fue escrita, la novela carga con una mitología lo suficientemente amplia como para desviar la atención de lo que narra. Densa y dolorosa, esa mitología invade nuestras lecturas al punto de que nos obliga a preguntarnos cómo funcionaba la violenta extrañeza del imaginario del novelista que la escribió. De hecho, es parte relevante no solo de Correr el tupido velo (2009), las terribles memorias de Pilar Donoso, su hija; sino también Diarios tempranos. Donoso in progress, 1950-1965 (2016), el volumen editado por Cecilia García-Huidobro con los cuadernos que el novelista dejó en Iowa y Princeton. En ambos libros (así como en la crónica que cierra esta edición) se detalla el proceso de la escritura de la novela como un calvario que destruyó la salud y la moral del escritor, que estuvo a punto de llevárselo a la tumba.
Refiero lo esencial de todo aquello: Donoso tuvo el primer atisbo de la historia en una calle de Santiago en 1959, cuando con su amigo Fernando Rivas vieron a un chico deforme vestido de terno en el asiento trasero de un auto de lujo manejado por un chofer privado. A partir de esa imagen el escritor se hundió en la redacción de la novela por más de una década, hasta su publicación en 1971. No fue un proceso sencillo. Por el contrario, la redacción de El último de los Azcoitía (ese era su título original) mutó en un proceso larguísimo de reescrituras y planes fracasados, de saltos al vacío, de una frustración constante que terminó, literalmente, transformada en una enfermedad física. Durante esos años, Donoso no solo terminó de abandonar Chile, sino que se casó, adoptó una niña y ejerció el periodismo, mientras viajaba por México, Estados Unidos y España, además de participar de la pandilla del Boom, donde estaban García Márquez, Vargas Llosa, Cortázar y su viejo amigo Carlos Fuentes. Donoso fue, quizás, su miembro más opaco y excéntrico. Así, publicó otras novelas –Este domingo y El lugar sin límites– mientras seguía abducido por las vidas mutantes de los Azcoitía, protagonistas de El pájaro
, (que es como le decía en la intimidad a este libro inacabable), que lo empezó a devorar y se convirtió en una obra imposible, hecha de líneas paralelas que devinieron en un laberinto sin solución. Todo lo anterior está anotado en sus diarios, que no solo detallan la condición obsesiva de dicha escritura, sino también cómo esta supuso una dificultad casi infranqueable, que tensionó hasta el límite las relaciones que el mismo Donoso estableció entre la literatura y su propio cuerpo, pues el proceso lo enfermó físicamente. Aquello solo pudo cerrarse cuando fue ingresado de urgencia en un hospital por una úlcera y sufrió los efectos secundarios de una inyección de morfina. Producto de la alergia a la droga, Donoso terminó alucinando lo que sería el esquema final del libro. Logró entonces finalizar el libro, pero la salida de Carlos Barral de la editorial Seix Barral, lo dejó sin el Premio Biblioteca Breve, que sería la confirmación de su condición de obra maestra.
Todo esto no pasaría de ser más que una anécdota si no fuese porque El obsceno pájaro de la noche es el más complejo, el menos irreductible y el más insoportable de todos los libros de José Donoso. Anoto insoportable porque exige del lector una tolerancia y entrega respecto a su escritura densa y nerviosa, que cambia su centro constantemente, cruzando identidades, haciendo que el lector se hunda en los rincones de una cabeza que sintoniza demasiadas voces, todas desajustadas de sus cuerpos posibles. En esto radica el misterio de la novela, su perturbadora descripción del mundo, hecho de murmullos cosidos a la fuerza, licuados dentro de la fiebre de un narrador (el Mudito/Humberto Peñaloza, escriba de Jerónimo) que vive en el desalojo de su propia lengua, mutilado pero también poseído por palabras que no le sirven para contener el mundo crepuscular que habita.
Quizás este sea el mérito fundamental del libro: operar a partir del acopio de pedazos rotos de discursos, convertir la ficción en el basurero de la Historia. Algo que contiene los escombros de sus mitos de origen y de las promesas sobre su futuro. Y aquí aparece otra de las paradojas de la obra: en apariencia, Donoso publicó una obra total, una novela río capaz de rivalizar con las de sus amigos del Boom, pero cuya escritura en realidad estaba atada dramáticamente al eriazo, remoto y presuntuoso
, que es el modo como Enrique Lihn describió alguna vez a Chile. Esa fantasmagoría nacional la acerca más a Pedro Páramo que a Cien años de soledad. No es raro, de hecho, en sus diarios repite varias veces su admiración por Juan Rulfo, y eso permite sospechar cierto vínculo simétrico. Tanto El obsceno pájaro de la noche como Pedro Páramo comparten la condición de ser relatos infernales e historias construidas con los jirones de países muertos. Pero donde Rulfo exhibe brevedad, concisión y misterio, Donoso ofrece hipertrofia y agotamiento, locura y asfixia.