ese a las limitaciones impuestas por la pandemia que mantiene acotada la actividad del mundo entero, se realizó una vez más en México –ayer sábado 27– la llamada Marcha del Orgullo LGBT+ que tiene lugar desde 1978. Esta vez la celebración, ciñéndose a las restricciones de movilidad dictadas para evitar la difusión del Covid-19, tuvo un carácter virtual; es decir, se llevó a cabo a través de la transmisión por redes sociales de una serie de presentaciones artísticas alusivas al tema, así como de cápsulas informativas, conversaciones sobre pasado, presente y futuro del movimiento organizador, y temas específicos como homologación de derechos para todas las personas en el país y reconocimiento de los derechos para las familias diversas.
Aunque la historia de dicha celebración tiene muchos antecedentes, no fue sino hasta 1999 cuando la marcha llegó por primera vez al zócalo de la Ciudad de México, y cambió su original nombre de Marcha del orgullo gay
por el de Marcha del orgullo lésbico, gay, bisexual, y transgenérico
(es decir, las siglas LGBT+, como se le conoce ahora, tras agregarse a la lista otras diversas opciones sexuales).
En sus inicios, rechazado o cuando menos mirado con desconfianza por los sectores más conservadores de la sociedad, el movimiento que ayer cumplió otro año de bregar por la visibilización pública de sus integrantes –y por extensión de todas las personas que tienen elecciones sexuales consideradas diferentes– se inscribe en un marco más amplio, donde prevalecen las nociones de coexistencia, modos de relación social y formas de habitar el planeta. En tal sentido, como espacio que abre el pensamiento y las prácticas humanas a otros planos que diferentes de los tradicionales, ocupa ya un lugar bien ganado entre los agentes activos para la construcción de órdenes sociales.
Pero no es corto el camino que todavía le queda por recorrer al movimiento LGBT+ en su búsqueda de pleno reconocimiento. De hecho, la discriminación de que son objeto las personas cuya orientación sexual e identidad de género les son negadas, aún constituye un escollo difícil de sortear en amplios sectores de la sociedad. Las variadas formas de violencia ejercidas en su contra –con su máxima y más repudiable expresión, los crímenes de odio– son todavía moneda corriente en muchas naciones del mundo, la nuestra incluida.
La celebración virtual efectuada ayer, sin embargo, representa otro paso adelante no sólo para el colectivo encargado de darle vida, sino también para todos los sectores sociales convencidos de que es preciso desterrar del mundo, para siempre, la exclusión, el prejuicio y la segregación.