Un diferendo que llama a confusión
n tiempos como los que pasamos, tiempos de crisis, crisis de salud, en la economía, en la seguridad y en la sociedad misma, todo lo que las pueda combatir resulta necesario para, entre otras cosas, dar tranquilidad a la población.
De esa forma, si se recomienda una infusión de canela o de limón con miel y aspirinas, y claro, un piquete de ron o de tequila, tal vez no cure nada, pero tranquiliza a quien la beba, y la gente ha empezado a buscar su tranquilidad con las medidas que mejor cree convenientes, las recomiende o no el gobierno.
Y en esa discusión parecen haberse enfrascado la jefa de Gobierno y el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell. Aunque desde las dos partes se niega cualquier tipo de desencuentro, lo que se ve es que no hay confianza entre las partes, lo que ha traído alguna confusión entre la gente.
Desde casi el inicio de la pandemia López-Gatell salió a ofrecer, en su encuentro vespertino con la prensa, los datos que a nivel nacional se requerían para el combate al virus –hasta ahí las cosas pintaban con normalidad– o las anomalías que dictaba el avance de la enfermedad.
La Ciudad de México requería, y requiere, por su importancia –es aquí donde existe la mayor concentración de población, donde se ubican los mejores y la mayor parte de los hospitales públicos, y donde están los especialistas que pueden ofrecer alternativas ante el mal, esto sin contar que los campos de investigación de las universidades también se hallan en esta metrópoli– del seguimiento puntual y de la información que debe tener la ciudadanía.
Para ese efecto, la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, decidió, por su parte, transparentar la información que se iba dando día con día en la ciudad, y desde entonces parecía que las formas de prevención ya no fueron tan iguales. De esa forma, en tanto que López-Gatell no recibía la orden de declarar la segunda fase de combate a la pandemia, en la Ciudad de México ya se pedía el confinamiento de las personas y otras medidas que se pusieron en marcha hace ya más de un mes.
Después, no hace mucho, los datos de las camas dispuestas para los enfermos de Covid-19 no parecían iguales. En la capital la jefa de Gobierno daba como un hecho la saturación de algunos de los hospitales dedicados a tratar el mal, mientras en las conferencias vespertinas se pretendía que el asunto no era tan grave.
La obviedad hizo que se tratara de enmendar el error y se dijo que la diferencia pertenecía a un problema de flujo de la información y no a alguna mala intención de las autoridades de alguna de las partes.
Pero el desacuerdo, cada vez más obvio, se ha centrado en el uso del cubrebocas. López-Gatell sigue diciendo, como lo hizo al inicio de sus apariciones por las tardes frente a las cámaras de televisión, que el uso de ese filtro no tiene mayor valor, pero Claudia Sheinbaum ha pedido, y en su caso ordenado, que se utilicen esa especie de esparadrapos.
Es muy importante que el funcionario federal, independientemente de sus puntos de vista, entienda que, como dijimos antes, ofrezca un elemento de tranquilidad a la gente, y si como dice López-Gatell, no sirve, tampoco hace daño, pero sus palabras confunden. Aguas.
De pasadita
Lo dicho, la iniciativa privada, esa que se pasó más de un año –cuando nada se sabía de la pandemia– publicitando inversiones que jamás llegaron pero que sí le dieron fotos y más fotos en los medios, ahora busca endeudar al país; no a sus integrantes, al país en general, mediante un acuerdo que deje de lado al gobierno, es decir, que no tome en cuenta eso por lo que se votó en mayoría. ¿No que ellos eran los paladines de la democracia? ¿No que son ellos los que llaman a la unidad nacional?
Está claro que se trata de una cuestión ideológica, de una forma de pensar, por eso tendrán el respaldo de la derecha partidista, que afortunadamente es una minoría, como ellos. ¿Está claro?