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AMLO y los obradoristas: viajero frecuente
S

i el presidente López Obrador estuviera inscrito en algún programa de viajero frecuente y se premiara con millas el número de likes y retuits que han surgido a raíz de su propuesta sobre la rifa del avión presidencial, tendría millas para darle la vuelta al mundo en varias ocasiones.

El bendito avión. Prometo no hablar de la rifa y dedicar sólo un párrafo al avión presidencial. El revuelo que causó este tema es una prueba contundente de su triunfo en la disputa por los símbolos. Las coordenadas que definen el conflicto discursivo contemporáneo son la lucha contra los privilegios y contra la impunidad.

Restauración y renovación. Para Gramsci, la noción de revolución pasiva da cuenta de la tensión entre dos tendencias: conservación-innovación. Las élites económicas están divididas, las políticas están desplazadas y las fuerzas sociales dominadas, aunque en efervescencia, se encuentra fragmentadas. Surge entonces un movimiento multiforme que aglutina agravios y personal político proveniente de todos los agrupamientos desarticulados.

Coaliciones. Morena ha sido una coalición electoral exitosa. Una vez ganada las elecciones de 2018, instalados los poderes Legislativo y Ejecutivo, Morena ha transitado por dos vías. En el Poder Legislativo se perfila con claridad hacia un partido parlamentario. Ahí han sido muy exitosos, si se mide en iniciativas aprobadas y en construcción de consensos. Desde luego las mayorías legislativas sientan las bases para que eso ocurra, pero no es posible subestimar el papel de los liderazgos morenistas en ambas cámaras. En el Poder Ejecutivo no existe asomo alguno de partido, sino el liderazgo unipersonal del Presidente.

Partido-movimiento. Morena no es partido ni es movimiento. En ciernes, podría ser un partido parlamentario. La parte de movimiento es inexistente, como ha sido la ausencia de acompañamiento social en apoyo a medidas centrales y controversiales del presidente López Obrador. Estamos frente a un oxímoron cuya actualidad política ha sido consecuencia de dos constataciones. Por un lado, el creciente desprestigio de los partidos ante los ciudadanos que frecuentemente los conciben como oligarquías que no representan a los ciudadanos. Por otro, particularmente en el seno de las izquierdas que gobiernan en el ámbito nacional, el temor a que su perfil discursivo-ideológico se diluya en el quehacer gubernamental.

Sistema de partidos de la alternancia. Luis Salazar (1999) lo caracterizaba como un sistema polarizado no por identidades políticas consolidadas, sino por los agravios y conflictos generados tanto por la modernización económica como por la forma en que se desarrollaron las reformas político-electorales y los conflictos en torno a las mismas. Añadía que la persistente anomalía de nuestros procesos electorales centrada en una oposición maniquea entre autoritarismo y democracia conducía a eventos con un sentido plebiscitario. El eje de esa polarización ha sido desde entonces la dicotomía gobiernismo/antigobiernismo. Esto es el rasgo característico de todas las elecciones desde 1994.

El Estado se constituye por agregación. Un Estado es fuerte en la medida en que gobierna a través de una coalición que agrega intereses y valores. Las crisis orgánicas son el resultado de la incapacidad de sumar. La crisis es siempre crisis entre representantes y representados. Justamente lo que tenemos hoy.

Gobernabilidad. Luis Salazar (1993) señaló que el sistema político mexicano cristalizó una mezcla afortunada –desde el punto de la eficacia gubernativa– del México profundo con el México imaginario. A su vez, Rafael Segovia (1974), usando el término residuos institucionales, advirtiendo que tratar de liberarse de ellos equivale a arrancar una planta trepadora que sostiene el viejo edificio que, en parte, ha destruido.

Es en este terreno que se juega el futuro de la 4T.

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