l asesinato del general iraní Qasem Suleimani en Irak y el ataque suicida del niño José Ángel en una escuela de Torreón constituyen dos lados de la misma moneda. Ambos son síntomas del predominio de una cultura política de muerte, violencia y destrucción originada en Estados Unidos y que cada día se afianza más en México y el mundo entero.
¿Cuáles son las condiciones de la posibilidad de que un niño de apenas 11 años de edad decidiera disparar en nueve ocasiones contra sus maestros, sus compañeros y a sí mismo?
El abandono por los padres y el uso de los videojuegos violentos no son suficientes para explicar esta barbaridad. Hay miles de niños que viven con sus abuelos y juegan con la computadora, pero jamás había pasado algo similar en México. Cada año hay más de mil suicidios y la violencia escolar es una triste realidad a lo largo de la República Mexican, pero el hecho que un niño tan pequeño haya tomado una decisión de esta magnitud refleja la infiltración dentro de la cultura mexicana de una lógica de violencia y de muerte sin precedente.
Lo llamativo del tiroteo de Torreón no es que existan niños víctimas de la desintegración familiar o la depresión, sino que este niño en particular haya planeado con tanta frialdad y anticipación el ataque a sus maestros y compañeros. Para José Ángel no fue suficiente el triste y trágico acto de quitarse la vida, sino que sintió la necesidad de hacerlo dentro del principal escenario público de su vida, la escuela, y además llevar a sus compañeros consigo en el camino.
¿Fue un acto de venganza
por algún bullying en su contra? ¿O simplemente quiso que su fin tuviera tintes de un perverso heroísmo
o martirio
al caer muerto en un imaginario campo de batalla
?
Probablemente nunca sabremos a ciencia cierta los verdaderos motivos de este acto de barbarie. Pero lo que sí queda claro es que el esquema cultural que permitió que un niño tan pequeño tomara esta decisión no proviene de las raíces colectivas, solidarias y revolucionarias del pueblo mexicano, sino de la lógica de la muerte y la intolerancia propia de los sectores más individualistas, intolerantes, consumistas e imperialistas de Estados Unidos.
Es la misma lógica que llevó al joven Patrick Crusius a manejar mil kilómetros desde su residencia en Dallas, Texas, hasta el Walmart de El Paso para matar hispanos
en agosto pasado. Es el mismo esquema que permitió a Felipe Calderón declarar la guerra
al pueblo mexicano con el fin de compensar por su falta de legitimidad a raíz del fraude electoral de 2006. Y es la misma locura
que impulsó a Donald Trump a mandar asesinar en Irak hace 10 días a uno de los líderes políticos más poderosos de Irán.
José Ángel es víctima y síntoma de una nueva cultura política anticivilizatoria producida simultáneamente por el baño de sangre de Calderón y el racismo imperial de Trump.
Es importante evitar la tentación de ver el ataque en el colegio Cervantes de Torreón, Coahuila, como un hecho aislado o resultado de factores exclusivamente locales, tecnológicos o familiares para entenderlo como un síntoma de al mucho más grande que hoy pone en riesgo a la humanidad entera: una arraigada cultura política de la violencia y la venganza.
En este contexto, los mexicanos debemos ser particularmente orgullosos de haber enviado un mensaje tan claro de humanismo al elegir a Andrés Manuel López Obrador a la Presidencia de la República en 2018. En lugar de dejarnos consumir por la desesperación y apostarle a la vía de la muerte y la venganza, elegimos un hombre tercamente decidido a construir la paz desde abajo. La solución al inaceptable nivel de violencia hoy en México no puede ser un retorno a las fallidas estrategias del pasado, como insinúan los LeBarón y sus aliados de Washington, sino una inversión de cada vez más recursos, inteligencia y tiempo en la vía de la paz trazada por el nuevo gobierno.