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Nosotros ya no somos los mismos

La obsesión de alegar sobre la unidad nacional // Los hábiles ilusionistas nacionales// Seguimos como el país más desigual del mundo

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▲ José Ángel Gurría, titular de la OCDE y quien hace unos días afirmó que México tiene un gobierno chiquito, en foto de 2019 en la Universidad de Celaya.Foto Luis Castillo
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émosle merecido final al capítulo inicial de este obsesivo alegato que he venido pergeñando desde hace ya varios lunes sobre un asunto por demás discutible y muy digno de discusión: se trata de la opinión sumamente generalizada que sostiene: la unidad nacional es condición sine qua non para que los mexicanos podamos aspirar a mejores destinos. Sin ella resulta vano emprender empresas de gran calado, pretender superar deficiencias o solucionar problemas ancestrales que reclaman, evidentemente, un indispensable concurso colectivo. Esta teoría no es tan inocente ni tan desinteresada. No dudo que para muchas personas de buena fe, la anterior concepción de la transformación y el avance social representen un axioma, un dogma. Sin embargo, para quienes con leche nos hemos quemado el gaznate, hasta al Glenfiddich y al Macallan on the rocks, les soplamos preventivamente. Simplemente pienso que condicionar los avances y mejoras de la convivencia social a la conformidad y aplauso de una opinión unánime, representa una estratagema para preservar las condiciones de privilegio de los menos, sustentadas, obviamente, en las carencias, explotación, vasallaje y, por supuesto, la invisibilidad de las mayorías. La idea de la unidad nacional implica una usurpación de derechos, sentimientos, expectativas y aspiraciones de las mayorías. Los poseedores, que no propietarios, de la riqueza nacional por todos construida y por unos cuantos detentada son, han sido, además, los más hábiles ilusionistas, prestidigitadores (¡Cuidado con la competencia, mi admirado David Copperfield!). Desde los conquistadores, los realistas, los centralistas, los conservadores, los reaccionarios, los fifís. Sí, desde los orígenes hasta la fecha nos embaucan con espejitos y bisutería (ahora mercadotécnica y computacional), con encuestología, prefabricada sobre pedido y redes llamadas sociales que, desgraciadamente, no sólo enlazan, comunican e integran sino que, lamentablemente capturan, adocenan y privan de su libertad a quienes deben tenerla para explorar todas las aguas posibles. Los troles y bots son los inquisidores, los arbitrarios y selectivos oidores de la audiencia y aún, los verdugos anónimos de las voces disidentes y libertarias.

El anzuelo de la unidad nacional se me antoja (por su profundidad y dimensiones a lo largo del tiempo), como un antecedente de la estafa maestra, que involucró a los más diversos estratos: funcionarios federales, locales, directivos universitarios y académicos. Por supuesto a empresarios, comerciantes especuladores, gestocoyotes y toda la fauna en torno de los fáciles recursos públicos y los cobijó bajo la falsa etiqueta de: por el bien de la nación.

La engañifa de la unidad, por su parte, igual pretende engatusar dando como un hecho que todos los nacidos en los 2 millones de kilómetros cuadrados que conforman nuestro territorio somos connacionales y, por lo mismo, obligados solidarios a arrostrar, en la misma medida, problemas, hecatombes, carencias y aún, conductas aberrantes de líderes y gobernantes.

Los mitos y falacias sobre los intereses y conveniencias comunes de los mexicanos son el otro gran chantaje para legitimar el imperio de los fueros y los privilegios. Hablar de la unidad nacional me parece un despropósito cuando don José Ángel Gurría, merecedor indiscutible del preciado reconocimiento por sus innegables méritos en su desempeño gubernamental, como el Ángel de la dependencia y, además, como el más precoz y dineroso jubilado de este nuestro precario país, actual secretario de la OCDE, declaró hace algunas horas: México continúa siendo uno de los países no más pobres, pero sí desiguales del mundo.

Por todo lo anterior me atrevo a sostener que los grandes cambios, las transformaciones esenciales de nuestro país, no son resultado de la unidad de los desiguales. No de acuerdos, convenios, concordias imposibles, sino de rebeliones, enfrentamientos y arduas batallas. Mi opinión no tiene más valor que cierta experiencia personal y una óptica asentada en la perspectiva dialéctica de nuestra historia. Se las expondré con sinceridad y confianza, sino ¿qué necesidad?

Quiero concluir este asunto, porque me desespero por echar un cuarto a espadas sobre el affaire García Luna y el necesarísimo posicionamiento del fiscal Gertz Manero.

Twitter: @ortiztejeda