Pobre entrada ante desalmado cartel en la Plaza México
Lunes 13 de enero de 2020, p. a34
Mientras publicronistas y demás defensores del nefasto sistema taurino se rasgan las vestiduras por el indulto, en la undécima corrida en la Plaza México, del bravo y noble toro de Piedras Negras Siglo y medio, como si el resto de los indultados hubieran recargado en puyazos, otros se preguntan si el infeliz de 11 años que el pasado viernes, en Torreón, mató a una profesora, hirió a varios compañeros y se suicidó con una de las dos pistolas que introdujo en la escuela, acaso asistió a corridas de toros, pues, según la Unesco y ciertos especialistas gringos, dicho espectáculo influye en la conducta violenta de la niñez. Sólo que en Coahuila un congreso estatal pelele prohibió en 2015 la fiesta de toros, por lo que el niño asesino debió contaminarse del gusto por las armas y la sangre más bien con la basura televisiva y los videojuegos de violen-cia extrema.
Ayer, en la duodécima corrida de la desairada temporada grande 2019-20 en el coso de Insurgentes, que registró otra pobre entrada ante otro desalmado cartel, partieron plaza el tlaxcalteca Uriel Moreno El Zapata (45 años de edad, 23 de alternativa, 23 corridas el año pasado y una éste), el capitalino Jerónimo (42, 20 de matador y 15 tardes en 2019) y el michoacano Antonio Mendoza (26, cuatro, 11 festejos el año anterior y uno éste), quienes enfrentaron toros de la ganadería zacatecana de Pozo Hondo, muy bien presentados, recargando en el puyazo, de embestida clara pero agarrados al piso y de escasa transmisión en general.
El Zapata atesora maestría, imaginación torera y una capacidad de dar espectáculo sólo proporcional a su discreta administración. Debiendo estar hace años peleando las palmas a los que figuran de aquí y de allá, es sistemáticamente ubicado en carteles modestos. Imaginativo con el capote, fácil y variado con las banderillas y poderoso con la muleta, entendió muy bien a su primero, Señorito, al que dio una lidia inteligente y completa, no obstante la sosería de la res, para cortar la primera oreja.
Con su segundo, Gitano, hizo derroche de suertes capoteras inéditas o casi desconocidas, cubrió con gran lucimiento el segundo tercio llevando los tres pares en una mano, clavando primero un par monumental, luego un violín y por último un cuarteo, para conseguir escenas de enorme torería y dar una vuelta obligado por el emocionado público. Con gran sentido de la colocación logró tandas en las que tiró con temple y mando del toro, incluso en muletazos de vuelta entera, convirtiendo en recorrido la tardanza del burel. Volcándose sobre el morrillo y saliendo trompicado dejó un estoconazo en todo lo alto por lo que la gente demandó las dos orejas, que fueron concedidas. Tarde triunfal de Uriel Moreno, que ya mere-ce otro trato.
Jerónimo en su incopiable sello lleva su penitencia, por lo que su honda y cadenciosa tauromaquia requiere de un toro a modo, por no decir de la ilusión, como casi lo fue su primero, Barba Azul, amplio de cuna o espacio entre ambos pitones, al que recibió con verónicas de la casa y consiguió una faena de menos a más por ambos lados, destacando los natura-les largos, desmayados y sentidos. Cobró una entera desprendida que bastó para obtener merecida oreja. Sobró expresión, pero fal-tó estructura.
Antonio Mendoza es todo entrega, recibe a sus toros a pie firme con el capote y mediante estatuarios con la muleta, las zapatillas firmes y el corazón por delante. La faena a su primero tuvo garra y mando por ambos lados con tandas quietas y ajustadas. La espada sigue siendo su falla. Sin embargo, la vuelta con la que lo premió el público corroboró la privilegiada conexión de Mendoza con el tendido. Urgen otros criterios de inclusión.