Haceres del poeta
i no escribo un día siento como si ese día no me hubiera bañado, ha dicho António Lobo Antunes en una de las mejores declaraciones que sobre la escritura por vocación he leído.
Ernesto Sabato cree que entre sus atributos espirituales el escritor debe contar con ‘‘una curiosa mezcla de fe en lo que (tiene) que decir y de reiterado descreimiento en (las propias) fuerzas, una combinación de modestia ante los gigantes y de arrogancia ante los imbéciles, una necesidad de afecto y una valentía para estar solo”.
Y Marguerite Yourcenar recomienda a todo artista una especie de perpetua atención al interior y al exterior, habitar esa frontera (algo parecido ha dicho Paz) que finalmente es el centro de todo hacedor de arte y por ende de todo escritor.
El artista debe ser poeta, explorador y filósofo, pensaba un pintor también músico: Paul Klee. ‘‘Poeta” es aquí la palabra que interesa. Desde cierto punto de vista –acasoel de todos los citados a pesar de que sólo el apenas aludido sea en rigor considerado poeta–, poeta y artista son términos equivalentes eintercambiables.
Pero maticemos algo respecto de lo expresado arriba por el portugués: el cotidiano baño del artista es a la par que el diario descubrimiento del arte el diario cumplimien-to del compromiso con él establecido, frecuente o idealmente entrega más que trabajo y goce mejor que compromiso.
Un impulso secreto o como secreto lleva al artista a hacer y a hallar en su quehacer un sí mismo de sí no necesariamente desconocido pero hasta antes de eso acaso sólo intuido y que más que descifrado tocado es, un sí tangible mejor que desglosable o explicable, como en secreto expuesto, pero expuesto y, sea el artista que sea, el arte de que se trate, no tanto (ex)puesto a la vista sino al tacto.
Digámoslo mejor, por oscuro que suene: el arte verdadero es siempre tangibilidad de lo otro, que hace a la vez tangible, tacto, la mismidad de uno, para uno y para el/lo otro.
Lobo Antunes, ‘‘poeta fracasado” según él, en ello –dicha nuestra– desacierta.