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Ciudad perdida

En 2018 no se votó por una varita mágica

H

ace un año más de 2 millones y medio de habitantes de la capital de México, de esta ciudad, decidieron sufragar para cancelar una historia de corrupción y muerte que inundó al país durante más de tres décadas y media de su historia reciente.

Nadie en la CDMX, hasta donde sabemos, votó por una varita mágica que borrara con un solo movimiento la costra de inmundicias políticas y financieras que se sucedieron por encima y en complicidad con la ley y de quienes la aplican. Aunque deseable, el milagro era imposible, incluso así, como milagro.

Por eso el domingo a mediodía, con un sol quemante sobre sus cabezas, una porción muy importante de gente que no cree en varitas mágicas, pero sí en el empeño y el trabajo constante, se reunió en el Zócalo de esta ciudad para escuchar, después de más de 300 conferencias mañaneras y una infinidad de posicionamientos sobre diferentes temas del país, la voz del presidente López Obrador.

Llenar la plancha de la plaza mayor del país no parecía una tarea tan difícil. Las encuestas de quienes menos quieren la gestión de López Obrador dicen que la gente siente que su situación económica ha mejorado en el último año, y eso no es obra de la publicidad ni de los dichos de los supuestos líderes de opinión, sino de una realidad que se llama reparto equitativo de la riqueza del país.

El éxito de los programas sociales como eje fundamental de la política del gobierno actual llevó a la gente a poner en perspectiva todos los malos augurios que ha generado la postura de las grandes calificadoras y el peso del fantasma del estancamiento. La gente dice que está mejor que en el último año del gobierno pasado, cuando un solo habitante del país tenía lo que otros 60 millones.

Y es que en un solo año se han empezado a romper los moldes que se fraguaron en cuando menos 35 años de sometimiento por la dictadura del mercado, y eso ha causado la irritación y el odio de quienes prefieren al gobierno arrinconado, el gobierno que cambió las leyes de la Constitución por las de la oferta y la demanda, donde la figura presidencial no es más que la de un administrador de los intereses de los grandes capitales.

Parece que el gobierno ha tomado su lugar y busca gobernar, y con ello trata de hacer entender a todos, los más ricos y los más pobres, que para nadie es bueno que las cosas siguieran como estaban. Los que por alguna circunstancia han tenido que sufrir los efectos del rumbo nuevo a veces reniegan sin entender que el cambio duele, pero lo que es mortal era el cáncer con que se vivía.

Más vale ahora hacer la reflexión: seguir como en esos últimos 30 años hasta que todo se pudra o torcer el destino maldito para construir un horizonte diferente, no perfecto, pero más justo. La ciudadanía tiene la palabra.

De pasadita

Después del ignominioso episodio que sufrió la policía de la ciudad a la que vimos ser ofendida públicamente una y otra vez hasta casi perder el honor, cuando fue atacada por un grupo de mujeres encapuchadas hace apenas algunos días, y la pérdida de autoridad del gobierno que sucedió tras ello, el señalamiento de la jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum, hacia los jueces que dejaron libre a un presunto feminicida, un tanto de la confianza perdida podría haber retornado a la ciudadanía.

Hace bien la jefa de Gobierno al levantar las acusaciones; da esperanza saber que en la procuraduría se habrán de analizar muchos expedientes que hablan de justicia, no para una porción de la población, que la merece después de toda una historia de atropellos y humillaciones, sino para todos quienes han sufrido, a manos de ministerios públicos y jueces incapaces y corruptos, una injusticia. De eso están plagadas las calles de la Ciudad de México, que no quepa duda.

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