Sábado 30 de noviembre de 2019, p. a12
Es momento de una buena taza de café.
Johann Sebastian Bach amaba el café. Vaya, le compuso una cantata: Schweigt stille, plaudert nicht (algo así como Cállate, no rezongues
), mejor conocida como La cantata del café, número de catálogo BWV 211, compuesta en 1735 en Leipzig, en honor a un sitio exquisito de toda exquisitez: el Café Zimmermann, abierto en 1715 por Gottfried Zimmermann, quien lo convirtió en epicentro social y cultural.
La cantata del café es una pequeña ópera que anticipa la exquisitez de los diálogos entre Tamino y Pamina y entre Papagena y Papageno, escritos por Mozart, otro gran degustador de café, en 1791. En el caso del compositor alemán, se trata de una operita cómica, un diálogo entre un señor y su hija, a quien recrimina su vicio
por el café que le costará, amenaza en vano el vejete, el no conseguir novio
, a lo que ella, Liesgen, responde a su padre, Schlendrian, algo así como pues me vale madre
, pero en alemán antiguo (je) y se declara feliz con su vicio del café:
Ei!, wie schmeckt der Coffe süsse,
Lieblicher als tausen Küsse
(Ah!, el grato gusto del café,
más amable que mil besos)
Me encontré este hermoso disco, titulado Routes du Café. Bach. Bernier (Alpha-Classics), del Ensemble Masques dirigido por Olivier Fortin. Lo comparto ahora (está disponible también en Spotify).
Desde mediados del siglo XVI tenemos esa costumbre licenciosa: sentarnos frente a frente en una mesa, charlar y tomar café, y escuchar música.
Luego de nacer en Abisinia y crecer en Egipto y Yemen e inundar el glorioso mundo árabe, el café se convirtió en algo así como la versión laica del santo grial y la meca se multiplicó en forma de cafés, o cafeterías: locales de culto, templos de lascivia y gozo.
Los primeros cafés se abrieron en Constantinopla y un siglo después, a mediados del XVII, se esparcieron por Europa. Fue un fenómeno social y cultural.
En el Café Zimmermann había concierto los viernes por la noche.
Esa tradición perdura. De hecho, un capítulo fundamental en la historia de la música es la orquesta Café Zimmermann, especializada en repertorio barroco y bautizada en honor de ese antro de vicio y delicia.
El disco que hoy nos ocupa es un homenaje y una celebración. Una fiesta. Homenaje al café. Celebración del café.
Reúne las dos cantatas que inauguraron la inmensa literatura en torno al café que ya resulta inconmensurable
C’est alors que l’odeur du café
remonte l’escalier
como estos versos de Saint-John Perse (y es así como el aroma del café / asciende por la escalinata) y como muchos otros poemas y libros y obras musicales.
Cuando Bach (1685-1750) escribió su Cantata del café ya existía Le Caffé, capítulo fundamental del Troisiéme Livre de Cantates de Nicolas Bernier (1664-1729), donde el compositor francés rinde tributo a las sensuales cualidades del brebaje.
El disco que ahora recomendamos trae entreveradas esas dos cantatas con lujuriosas piezas de música otomana. Has de cuenta Las mil y una noches del café.
El disco tiene cuatro paradas: París, Londres, Constantinopla y Leipzig. En la primera estación, París, una suntuosa composición del gran maestro de Constantinopla, Nayi Osman Dede (1652-1729), nos tiende una alfombra exótica para levantarnos en vilo, en vuelo.
La construcción exquisita de este disco es curaduría de un barista, es decir, un experto que nos sirve regias tazas de café en forma de música: Olivier Fortin, director del Ensemble Masques.
Construyó este disco como una fasil, siendo fasil una suite o forma musical otomana que incluye taqsim (improvisaciones) y una variedad completa de piezas tradicionales e integra de esa manera las obras occidentales (las cantatas de Bach y de Bernier) con la suculenta música turca.
Puras delicias. Toda la sensualidad en una taza de café, es decir en un disco: Routes du Café.
Suenan en este disco instrumentos del barroco. La piel se eriza cuando se combina un tambor turco con una bas de viole. Vaya lascivia. El escucha entorna los ojos y se va. Y regresa.
La viola da gamba, la flauta barroca, los violinos y el tanbur, el ney, los artefactos de Oriente y de Occidente.
Como una mezcla magistral de café arábica y café robusta. En su tueste exacto: tueste medio sin rasgar la frontera de lo oscuro, torrefacción en equilibrio de PH, aromas y sabores desperdigados como si una ninfa en un óleo de Adolphe Bouguereau se llevara a los labios el claroscuro objeto del deseo: una taza de café.
Igualito como la muchacha en éxtasis degustando café, óleo del siglo XVIII de autor desconocido y pieza estelar del Pera Museum de Estambul, que ilustra la portada del disco que hoy le servimos en taza humeante, con su galletita y su chocolatito.
El track 13 de este disco es como un spresso latte que se sorbe así: los labios entreabiertos, el silbo de los labios un estremecimiento, tus cabellos rojos apenas mecidos por el suspiro que nace de mi pecho.
Este track, 13, se titula Saillie du caffé y lo escribió una taza de café sobresaliente en su mano izquierda, la pluma de ganso entintada en la mano derecha el elegante caballero de peluca y gesto adusto (Gerard Depardieu en Todas las mañanas del mundo, filme de Alain Corneau que relata la belleza del sonido de la bas de viole en manos de Marin Marais y de su maestro, Monsieur de Saint Colombe), la escribió, digo, el maestro Marin Marais, otro ferviente del hechizo.
El track 16 es un estremecimiento: Fantasía en re menor del caballero inglés don Matthew Locke (1621-1677), cuya música, recuerdas, nos unió de manos y cuerpo en medio del tráfico de Coyoacán después de horas de charlar al calor de muchas tazas de café: 10:11, eso duró aquella pieza, track 6, de Matthew Locke en un disco de música para piezas teatrales de William Shakespeare, otro adorador del café.
Tan íntimo como un amanecer en medio de la neblina en Coatepec.
El track siguiente, 17, refleja el rubor rosado de tus mejillas después del amor. Tanburi Cemil Bey (1873-1916) es el autor otomano de este prodigio de yayli tanbur con violino.
Y es momento de entrecerrar los ojos y sorber otro trago de café.