l perpetrado por Victoriano Huerta prefigura los siguientes golpes de Estado en América Latina. Sentó precedente y dejó valiosísimas lecciones que sus émulos (Carlos Castillo Armas, en Guatemala, 1954; Augusto Pinochet, Chile, 1973; Jorge Rafael Videla, Argentina, 1977, y Kaliman-Áñez, Bolivia, 2019) han sabido seguir. Lo explica el gran historiador Ariel Rodríguez Kuri: “Más que la traición o el oportunismo, la verdadera cifra de la Decena Trágica es el terror. Este… se constituye en momentos diferenciados. En primer lugar… la prensa había hecho una contribución fundamental al debilitamiento del gobierno de Madero al construir un discurso donde un supuesto caos político y militar parecía expresar la esencia del nuevo régimen”.
Adolfo Gilly comparte esa idea: La gran prensa de la época, unánime en su hostilidad hacia el presidente [Madero], fue el agresivo portavoz... y la organizadora intelectual y política que en aquel día de febrero se desataría... Fue una traición ejemplar...
( Cada quién morirá por su lado, p. 11).
En segundo lugar, “la incertidumbre. Los testimonios disponibles muestran que… la ciudad estaba dominada por rumores crecientes y muy difundidos
. Hoy se llaman fake news. En tercer lugar, el terror: “La Decena Trágica se convirtió en un experimento de terror inducido contra la población para preparar y justificar ante la opinión pública nacional y los gobiernos extranjeros la defenestración de un gobierno legal. El pronunciamiento de una mayoría del Senado, que pidió la renuncia del presidente… habla de la eficacia del terror; éste daba una coartada a una facción de la clase política desafecta a Madero”.
El terror como mecanismo para tomar el poder y que se agudizó tras el asalto al poder y su cobertura legaloide (mucho más inteligente, por cierto, que la de la señora Áñez). Todos sabemos que el 18 de febrero fue villanamente torturado y asesinado Gustavo A. Madero y que tres días después fueron acribillados el presidente Madero y el vicepresidente Pino Suárez. También fueron asesinados personajes como Adolfo Bassó, intendente de Palacio Nacional, asesinado por cumplir con su deber el 9 de febrero; Marcos Hernández, muerto al intentar salvar a Madero, o el gobernador de Chihuahua, Abraham González.
Más allá de eso, hay una prefiguración del terror estilo Pinochet o Videla: Guillermo Mellado documentó más de 30 asesinatos políticos en la ciudad de México. Cuenta Rodríguez Kuri: Es posible establecer las modalidades de operación
de pequeños grupos de oficiales del Ejército o agentes de la Secretaría de Gobernación que secuestraban y asesinaban a las víctimas designadas. Insisto, no estamos ante atavismos, sino ante verdaderas prefiguraciones
de la historia europea de los 1920 y 1930 o, añado, de Pinochet, Videla (y Áñez, que entra en esa ruta).
Es difícil valorar los alcances numéricos de aquellas operaciones de limpieza política. Un periódico calculó que en un solo día la policía de Huerta asesinó a 62 disidentes políticos
(Rodríguez Kuri, Historia del desasosiego…, pp. 89-98).
Podemos contar el paso posterior: el de la justificación: “El sufragio universal en naciones analfabetas… no puede traer otra consecuencia que el desajuste de las fuerzas sociales, el desorden, la anarquía, y el empeoramiento de las condiciones de existencia y de convivencia…” El cuartelazo “respondió a esta ansia general que no era sino la expresión del instinto de conservación común… la nación… saludó en aquel movimiento… la inevitable revolución contra el desbarajuste demagógico” (no, no es la señora Áñez ni sus voceros mexicanos tipo Marko Cortés: es Vera Estañol, conspirador antimaderista y colaborador de Huerta).
Hay otro ingrediente común: la participación de los operadores de EU (hoy, OEA). El nunca refutado testimonio del valeroso ministro de Cuba en México don Manuel Márquez Sterling es incontestable: La embajada fue “el centro de una verdadera conjura contra el gobierno y su política, desde antes de la sublevación… la política de las noticias falsas y del falso alarmismo… rindió magnífico tributo el desaforado embajador”. Pues Madero no tenía enfrente a Félix Díaz sino al representante del presidente [estadunidense] Taft.
(pp. 403-405).
No olvidemos que en septiembre de 1913, el senador Belisario Domínguez pidió a sus colegas deponer a Huerta: “La patria os exige que cumpláis con vuestro deber aun… con la seguridad de perder la existencia. Si en vuestra ansiedad de volver a ver reinar la paz en la República os habéis equivocado, si habéis creído las palabras falaces de un hombre que os ofreció pacificar la nación… le habéis nombrado presidente… hoy que veis claramente que este hombre es un impostor inepto y malvado que lleva la patria… a la ruina, ¿dejaréis, por temor a la muerte, que continúe en el poder?” Lo asesinaron una semana después.
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