a 4T desplegó un discurso contra los privilegios y la desigualdad y en favor de los pobres, de los más humildes
. La 4T se volvió gobierno por una insurrección popular electoral: pudieron millones sacudirse el dominio ideológico del prianato neoliberal y votar por la esperanza. Después, la 4T ha ido convirtiéndose en hechos conforme los programas sociales avanzan.
En distintos puntos del mundo la perseverancia de programas sociales asistenciales, con impacto en la educación de niños y jóvenes, ha mostrado una incidencia favorable en el reto de alcanzar nuevos y mejores niveles de vida. Lo mismo ha ocurrido con programas asistenciales cuyo propósito ha sido mejorar la alimentación o la salud entre niños y jóvenes y población carenciada en general.
Son programas tan indispensables como urgentes; sobre todo la alimentación y la salud, no pueden esperar; especialmente si la espera es puesta encima de las interminables décadas (y siglos) de carencias padecidas por las familias en pobreza. Muy poco detrás viene la educación también como una necesidad urgente.
Es imperativo sostener en continuidad esos programas para la reducción efectiva de los niveles de pobreza: alimentación, salud y educación abren accesos a mejores rumbos, empleos, ingresos, en una acumulación virtuosa de posibilidades y realidades. Una palanca mayor para un cambio sostenido en el estatus de esas familias es la creación de empleos permanentes bien remunerados que, por lo visto –como siempre– sólo llegarán por el impulso detonante de la inversión pública. A su vez, mantener tales programas, fortaleciéndolos, reclama sin más demoras una reforma fiscal sin la cual todos los programas aludidos se vuelven insostenibles. El gobierno debiera dejar de expresarse en abstracto contra la reforma fiscal y contra el endeudamiento.
La derecha mexicana está colérica y reprueba tajantemente los programas asistenciales. La postura neoliberal es así: siempre transfiere la responsabilidad a los individuos –por más carenciados que hayan estado por siglos–, ignorando olímpicamente que privilegio y carencia son las dos caras de la misma moneda.
La derecha siempre ha estado ahí, pero no era tan visible. A partir del 1º de julio de 2018 comenzó a configurarse un contexto social y político distinto al reinado neoliberal y el contraste hizo a esa derecha mostrar sus contornos: quedó claramente definida; más aún, frente a los programas asistenciales aludidos, y a la política pública en general, entró en múltiples (e inútiles) desesperos, mientras se corría más a la derecha. Hasta ahora ha permanecido en un obvio estado de impotencia que apenas logra echar burdos cohetones y asestar fuertes bocinazos en los medios, sin acatar a construir nada alternativo.
Con el golpe de Estado en Bolivia y el asilo político al presidente Evo Morales, la derecha enloqueció. Por primera vez en la historia la derecha mexicana de hoy repudió el consenso social respecto al asilo a los perseguidos políticos. El orgullo nacional de salvar las vidas de los perseguidos fue roto estruendosamente comenzando con el PAN. En los últimos tiempos ese orgullo resplandeció en el caso de los españoles perseguidos por el franquismo, y lo hizo con las luces unánimes por el asilo a los chilenos perseguidos por Pinochet a partir de 1973. Esas mismas luces en un movimiento continuo se renovaron con el asilo a los argentinos acosados por la junta militar liderada Rafael Videla, y aún se hicieron extensivas a numerosos brasileños, uruguayos, ecuatorianos y de otras nacionalidades de América Latina.
Ahora México ha debido volver a extender su mano por un imperativo moral y político, frente al golpe de Estado ejecutado contra el extraordinario presidente Evo Morales. Y la derecha panista y semejantes, sin más pensarlo, atendiendo a pulsiones reales y profundas de una derecha grogui e ignorante, han salido del consenso histórico nacional del asilo mexicano y, ridículamente, preguntan de dónde salieron los recursos para traer a México al presidente boliviano. Lo ha hecho lastimosamente el PAN, pero también numerosos corifeos que medran en los medios cuyo empeño, por hoy, se reduce a intentar dinamitar a la 4T con cohetes insolentes.
El gobierno debe tomar nota de cara al futuro de México. Numerosos agentes que pueblan los medios y las redes sociales son ahora parte de una renovada derecha mexicana, más alterada, más insidiosa, más apegada a la supuesta validez política del relato falseado, las fake news y la posverdad. Una línea destacada del combate ideológico a esas posturas debiera provenir de Morena; el Presidente no debería ponerse de perfil frente a tales hechos.
La 4T debe ver con claridad esa nueva derecha: abarca a un segmento significativo de la clase media que fue beneficiado por los años de neoliberalismo y hoy se siente amenazado y ve frustradas sus aspiraciones de consumo infinito y cree, con los opinantes cotidianos de esa derecha, que el país está gobernado por necios y lelos.