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Pantalla nómada

La muerte y los cineastas

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▲ Escena de ¡Que viva México!, de Sergei Eisenstein, quien descubrió que en nuestro país el Día de Muertos es el de mayor regocijo y diversión.Foto Fotograma de la película
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oviembre en México siempre se inicia con fantasía y tradición; con un festejo sonoro, sincrético y colorido. Lo que para otros puede pasar por una festividad inaudita es para nosotros un jolgorio de vitalidad espiritual. La celebración a la muerte es la gran fiesta negra mexicana, la esperada por muchos a lo largo del año.

Un cineasta admirable como Chris Marker supo ver la singularidad de esta conmemoración y lo expresó así: Cuando el Día de Muertos se acerca, máscaras y esqueletos bailan siempre la danza de la muerte conjurada, de la muerte domesticada, de la muerte familiar, y México entero se convierte en la casa de los muertos.

La muerte en nuestro país tiene visibilidad y presencia única e irrepetible. Cosa distinta en otras sociedades, donde no se le evoca, sino se le evita. Octavio Paz dejó escrito que para una persona de Nueva York, París o Londres, la muerte es palabra que no se pronuncia porque quema los labios. En cambio, el mexicano la frecuenta, la burla, duerme con ella, la festeja.

En la historia del cine, la muerte ha sido presencia frecuente. Y son muchos los cineastas que incluso le han dado vida en la pantalla. Desde los directores de los grandes estudios, pasando por los autores de películas serie B, hasta los realizadores del circunscrito cine de arte, todos la han animado para nosotros padecerla, sentirla, imaginarla, temerla. Quien precisamente la vio como algo inquietante fue un realizador de la talla de Ingmar Bergman, en cuya obra la muerte no descansa y alcanza su epítome en El séptimo sello (1957), filme en el que le otorga cuerpo y rostro. Mientras rodaba esta película, un miedo acechaba al director sueco: “Mi temor a la muerte –esta infantil fijación mía– era, en aquel entonces, abrumadora. Me sentía yo mismo en contacto con la muerte día y noche, y mi temor era tremendo. Cuando terminé la película, mi temor se había ido”.

No fue así para Sergei Eisenstein, quien durante su estancia en nuestro país quedó prendido de la Huesuda. En su malogrado filme ¡Que viva México! desfila un repertorio de calaveras, y en su libro El sentido del cine (1942) alude a la sabiduría de México sobre la muerte en relación con la unidad circular que conforman muerte y vida y, sobre todo, el goce de ese círculo. El cineasta letón se dio cuenta de que aquí el Día de Muertos es el de mayor regocijo y diversión, la ocasión en que México provoca a la muerte y se ríe de ella.

La muerte da sentido y determina la vida: así lo pensó Pier Paolo Pasolini, quien por azares de la vida halló su fin precisamente un Día de Muertos. El director italiano, asesinado un 2 de noviembre, aseguraba que una vez que la vida termina es cuando ésta adquiere sentido. Hasta antes, el sentido de la vida está suspendido y por lo tanto es ambiguo, decía.

Alguien como Luis Buñuel (la expo sobre su cine hecho en México se ha instalado ya en la Cineteca Nacional) dejó ver en sus películas un vínculo de la muerte con la pulsión sexual. El nacido en Calanda asumía la fornicación como algo terrible y trágico, algo semejante a morir: Los ojos en blanco, los espasmos, la baba. Y la fornicación es diabólica: siempre veo al diablo en ella... El acto sexual es como una forma de muerte.

Condición ineludible para cualquiera, la muerte es una figura que nos aguarda apenas nacemos. Y quizás como pensaba Jean Cocteau, reviramos hacia nuestro fin tan sólo al mirar al espejo y observar a la muerte en forma de abejas que trabajan en una colmena de cristal. Quien también mira a la guadaña en perspectiva temporal y como cosa reveladora es Guillermo del Toro, quien piensa que vivimos para los últimos tres minutos de nuestra vida: No sé si han visto a alguien fallecer, pero la gente muere con absoluto terror o absoluta paz. Porque entonces ven su vida con absoluta desnudez y con la claridad completa de que se están yendo. Por eso piensa en tus decisiones, porque eso es lo que verás en ese momento. Porque todo lo que hagas volverá, y será en esos tres minutos.

Para Federico Fellini, el tiempo era muerte, porque ésta se oculta en los relojes, decía. No obstante, también supo descubrir la sabiduría que conlleva el trance de perecer: Liberados de la guadaña de la Parca, nos enteramos de que el dolor es conocimiento y que todo conocimiento es dolor.

Colocarla en una historia, hacernos percibirla de manera seria ha sido tarea demandante para muchos directores. El tailandés Apichatpong Weerasethakul habla así sobre el desafío de este propósito al momento de realizar El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas (2010): “Lo interesante para mí fue cómo hacer una película que hablara de la muerte –este tema universal del que se ha hablado mucho– y al mismo tiempo hacerla lo suficientemente abstracta para dar al público la libertad de usar su imaginación”.

Está claro que en algunos como tema, en otros como verdadera obsesión, la muerte para muchos cineastas ha sido motivo de reflexión y en algunos casos un nutriente para su obra. Ya sea con la forma de elemento extraño, traumático o espeluznante, los realizadores han hecho uso de esa potencia, de ese enigma, tanto para hacernos más conscientes de ello como para ellos hacer mayor conciencia de la Gran Dama que no tiene parentesco. La misma que en estas fechas provoca aquí un festejo alegre entre máscaras, ofrendas y cempasúchil.

Twitter: @kromafilm