Opinión
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La insurrección en Chile y el despojo mapuche
E

l llamado paraíso del neoliberalismo en América Latina arde en llamas desde hace 10 días. Son tiempos de convulsiones a escala mundial y los causantes de tales síntomas son los oprimidos de Ecuador, Haití, Honduras, Kurdistán y, recientemente, los pueblos mapuche y chileno, los cuales, en medio de toques de queda, militares en las calles, estados de emergencia y feroces medidas represivas, siguen en pie de lucha por una vida más digna.

Sería miope pensar que el pueblo chileno y mapuche se han tomado las calles y los territorios tan sólo por el alza del transporte público en la capital. Más allá de esto, la revuelta popular que hoy azota al jaguar latinoamericano es producto de la acumulación de décadas de rabia e indignación frente a la privatización y el despojo no sólo de los servicios básicos, sino de la vida misma. Son las mismas desigualdades coloniales que el movimiento mapuche ha venido denunciando históricamente frente a la pérdida de 95 por ciento de su territorio ancestral, producto del desarrollo nacional. Así, el oasis neoliberal de América Latina ha significado sequía para los pueblos. En este sentido, no sorprende que las masivas evasiones en el transporte público iniciadas por los estudiantes el pasado viernes 18 de octubre se volvieran una rebelión plurinacional.

Fue en este contexto, después de tres intensos días de insubordinación popular, que el presidente Sebastián Piñera declaró públicamente que Chile está en guerra contra un enemigo poderoso. Con tales palabras, además de definir mediáticamente una postura que los distintos gobiernos de turno han venido sosteniendo selectivamente, impulsó la reactualización de la figura del enemigo interno, la cual era necesaria para desatar en plenitud la represión militar y justificarla ideológicamente. Así, en días recientes se ha vivido la violencia estatal más cruda desde los tiempos de dictadura, dejando un saldo 19 muertos, 3 mil 193 personas detenidas, mil 902 heridas y 88 acciones judiciales por torturas, homicidios, violencia sexual y otros delitos.

Sin embargo, este escenario necropolítico no es novedad para algunos en el Cono Sur. Con la denominada transición democrática, el enemigo interno dejó las calles de la ciudad y fue encarnado en el mapuche que metro a metro comenzó a recuperar su territorio usurpado, primeramente por los latifundistas a finales del siglo XIX y, en plena dictadura, por las forestales y múltiples trasnacionales que dieron forma al neoliberalismo chileno.

La violencia desmedida, la criminalización y la aplicación de la Ley Antiterrorista fue la respuesta que el Estado sostuvo frente a los procesos de recuperación territorial impulsados por el movimiento mapuche. De esta forma la violencia con que hoy el Estado reprime las manifestaciones del pueblo chileno no es ninguna excepción para el pueblo mapuche, que no denuncia 30 años de neoliberalismo, sino 500 años de violencia colonial y despojo.

Hoy, mediante la unidad en la lucha, el pueblo chileno y mapuche tienen en jaque al gobierno de Piñera, quien enfrenta una acusación constitucional, la solicitud de renuncia de todo su gabinete ministerial y ad portas el aterrizaje de la ONU en Chile.

En las calles y en los territorios las brisas de victoria comienzan poco a poco a organizarse para abrir y caminar por las grandes alamedas. Y si bien, después de 10 días de históricas manifestaciones populares, es probable que no se superen los pilares coloniales, patriarcales y económico-políticos más profundos del neoliberalismo al sur del continente, la gente de Chile y el Wallmapu ya no enfrentarán su futuro con el miedo heredado de la dictadura. Nunca más. Son los de abajo y van por los de arriba.

* Antropólogo chileno y militante de la causa mapuche