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El libro se lee como una apasionante novela

Felipe Ángeles, el nombre que por muchos años buscó a Adolfo Gilly

La figura del general ha sido cubierta con el barniz opaco del silencio, afirma el autor

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▲ En su nueva obra, el historiador Adolfo Gilly encuentra puentes entre Felipe Ángeles y el destino trágico de personajes como el Che Guevara, Camilo Torres y José Martí.Foto Jesús Villaseca
 
Periódico La Jornada
Lunes 21 de octubre de 2019, p. 18

En el arranque del libro, el autor eligió unos versos de Jorge Luis Borges, que deben leerse con la música de Astor Piazzola y la voz de grandes tangueros: Quién sabe por qué razón/ me anda buscando ese nombre./ Me gustaría saber/ cómo habrá sido aquel hombre./ Alto lo veo y cabal,/ con el alma comedida,/ capaz de no alzar la voz,/ y de jugarse la vida.

El nombre que buscó por largos años a Adolfo Gilly (Buenos Aires, 1928) fue Felipe Ángeles, una figura que, dice el historiador en una suerte de prólogo, ha sido cubierta con el barniz opaco del silencio o tal vez de la calumnia.

Hoy, en la urgencia de los titulares, Ángeles es el revolucionario socialista, pues su nombre ha sido elegido por el presidente Andrés Manuel López Obrador para el aeropuerto de Santa Lucía. El general revolucionario sin estatua –no la tuvo largo tiempo– volvió nuevamente a las ocho columnas luego de que el Presidente usó palabras suyas para dirigirse a los soldados tras la pifia de Culiacán, Sinaloa.

Ángeles es, por supuesto, un personaje mucho más complejo.

Tanto lo buscó ese nombre que Gilly, profesor emérito de la UNAM, terminó publicando un libro de 783 páginas, con el sobrio título de Felipe Ángeles, el estratega (Ediciones Era, 2019).

Las contratapas de los libros suelen exagerar o mentir. No es el caso. El libro de Gilly (Gigí, le decían los zapatistas de hoy en los años de la convención en la selva) se lee como una apasionante novela.

La historia de la Revolución Mexicana tiene en Gilly a uno de sus mejores narradores, a uno que en su prosa combina erudición y rigor, respeto a las fuentes y amor por el contexto, por los vasos comunicantes entre los hechos del pasado y nuestros días.

Generaciones enteras de jóvenes mexicanos se formaron en la lectura de obras como La revolución interrumpida. Los jóvenes troskistas de fines de los 80 reprochaban a Gilly –recuérdese que doña Rosario Ibarra era también candidata– su cercanía con Cuauhtémoc Cárdenas: El hijo del general ya tiene quién le escriba, lamentaba un militante de la IV Internacional en aquellos años.

Algún tiempo atrás, Octavio Paz reconocía la obra de Adolfo Gilly de este modo: Su contribución a la historia de la Revolución Mexicana es notable. No lo es menos la que hace a la historia viva, quiero decir, a la historia que en México, en estos días, todos vivimos y hacemos (o a veces, deshacemos), se lee en una nota de La Jornada (19 de noviembre de 2006).

El Nobel mexicano escribió esas notas en 1971, pero este nuevo libro del profesor de la UNAM prueba que la contribución de Gilly a la historia viva es un vino que sabe envejecer en botella nueva.

Y sí, su más reciente libro se lee como una novela que, al tiempo que traza con exactitud la ruta del general Ángeles, abre puentes y ventanas a otros momentos de nuestra historia y al vértigo de estos días mexicanos.

En las líneas que siguen, van varios ejemplos de cómo Gilly reconstruye a su Jacinto Chiclana, al Felipe Ángeles que lo buscó hasta encontrarlo.

Retrato fiel del personaje con fuentes directas

Si Borges imagina (señores, yo estoy cantando lo que se cifra en el nombre), Gilly logra un retrato tan fiel como permiten las fuentes directas (las cartas de Ángeles y muchas otras), los periódicos de la época y los muchos libros que la figura de Ángeles inspiró.

En el cierre de la obra, el autor reconstruye los últimos momentos del personaje (previos a su fusilamiento por órdenes de Venustiano Carranza) y resume: Ángeles hace lo único que puede hacer: ir hacia su destino lúcido y sereno. Una vez más, son el rebelde villista, el demócrata maderista, el hombre educado en sus misiones en Francia y en su exilio en Estados Unidos, el socialista solitario, el místico laico y, detrás de todos ellos, el oficial de carrera educado en la disciplina del Colegio Militar del antiguo régimen y fogueado en los combates y batallas de la Revolución, quienes se confunden y actúan en la persona del general ante el consejo de guerra.

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▲ De 783 páginas consta el libro del profesor emérito de la UNAM recién publicado por Ediciones Era.Foto La Jornada

Cada una de esas facetas de Ángeles está prolijamente documentada en el libro de Gilly. Una obra que, claro, va mucho más allá de los rasgos y el pensamiento del general nacido en Hidalgo. Capítulos enteros del libro transcurren sin que aparezca Ángeles, pero esa es justamente una de los maravillas del libro: el contexto, las razones, las otras historias que luego nos harán entender los motivos del general.

Así, desfilan la mano del embajador gringo en la dictadura de Victoriano Huerta, los entretelones de la guerra contra los zapatistas y otros episodios de la gesta revolucionaria, que son narrados a detalle porque sólo así es posible entender a plenitud la aparición de Ángeles en el escenario.

Cuando fue capturado, el general cargaba consigo dos libros que, “combinados, casi resumían las preocupaciones más duraderas de su espíritu: una biografía de Napoleón para sus ideas de militar, y La vida de Jesús, de Ernest Renan, para sus inclinaciones de místico agnóstico”.

En el recuento de las contribuciones de Gilly a la historia viva –Octavio Paz dixit– quizá habría que anotar algunos rasgos de la personalidad de Ángeles que lo llevaron a cumplir su destino frente a un pelotón de fusilamiento: No había construido ni tenía una organización propia, gentes leales, unidas por objetivos y esperanzas comunes, disciplinadas y confiables.

En las cartas de la etapa final de Ángeles, Gilly encuentra puentes con el destino trágico de personajes como el Che Guevara, Camilo Torres y José Martí: Esta afinidad no está en las disímiles coyunturas políticas ni tampoco en las ideas particulares de cada uno de ellos, sino en la identidad espiritual de determinado tipo humano y de cierta concepción del deber y la milicia (militar, religiosa o revolucionaria), cuyas consonancias y resonancias atraviesan las fronteras y las épocas.

Esa identidad espiritual es la que conduce al general Ángeles a sumarse a un ejército (el de Villa) que él mismo ve formado por gentes ignorantes y salvajes, en la búsqueda de tocarles la fibra humanitaria y la fibra patriótica, porque, como escribe en un mensaje que quiere hacer llegar a su hijo Alberto: No olvide que la felicidad de las masas es condición indispensable para la tranquilidad del país.

Ángeles lo dice de otro modo en carta a uno de sus amigos: La piedad por los desheredados no es un dislate político, es la base indispensable para el equilibrio social.

No sobra decir que escribe esa misiva cuando está en el exilio, en Nueva York, donde, habiendo sido un oficial honrado del ejército porfirista, pasa hambres mientras busca trabajos duros y mal pagados.

Francisco Villa puso el nombre de su amigo a la escuela primaria en su pueblo. Le debía la toma de Zacatecas y la batalla de Torreón, en la cual envió un mensaje, de la mano de Ángeles, al general huertista: Con el objetivo de evitar el derramamiento inútil de sangre de civiles, invito a usted formalmente a continuar la batalla fuera de los muros de la ciudad. Si tal hace usted creeré que es un hombre humanitario y de sentimientos nobles.

La negativa del general Refugio Velasco se selló con miles de muertos.

Ángeles corrió la suerte de los vencidos y su nombre fue silenciado por un largo periodo.

En poco tiempo, si todo resulta según lo planeado, el nombre de Felipe Ángeles recibirá a los viajeros que lleguen a la Ciudad de México.