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Infancia y sociedad

Educar: rostro y corazón

C

omo los antiguos griegos, los primeros mexicanos también desarrollaron ideales complejos y exquisitos sobre educación. “Tal vez no exista modo mejor de conocer una cultura –afirma Miguel León- Portilla– que estudiando el concepto que alcanzó acerca de la educación”. Así, en su obra magistral Paideia: los ideales de la cultura griega, el historiador y filólogo alemán Werner Jaeger aborda la historia y evolución de la cultura griega mediante una amplia investigación de la paideia, concepto griego de educación. “La educación es –escribió Jaeger— la expresión de una voluntad altísima mediante la cual cada grupo humano esculpe su destino”.

Hoy que la segunda mal llamada reforma educativa hunde al sistema educativo en contradicciones y extravío de valores es al menos reconfortable pensar en los ideales de antiguos mexicanos que las investigaciones de Miguel León-Portilla ponen a nuestro alcance. ( Toltecáyotl, FCE).

Para penetrar siquiera un poco hay que decir que la concepción náhuatl de la persona como rostro y corazón es punto clave en su idea de educación: llegar a ser dueño de un rostro y de un corazón, porque de no poseer un rostro sabio y un corazón firme se tendrá que ocultar un corazón amortajado y cubrir con máscara la falta de rostro. Ixtlamachiliztli es el nombre del hecho de educar: acción de dar sabiduría a los rostros ajenos. Y el sabio náhuatl en su función de maestro, el temachtiani es: “’maestro de verdad/ que no deja de amonestar/ hace sabios los rostros ajenos/ hace a los otros tomar una cara/ los hace desarrollarla / abre los oídos, ilumina. El temachtiani es maestro de guías, les da un camino, de él uno depende/ él hace que los otros sepan algo, conozcan lo que está sobre la tierra”. Además: Pone un espejo delante de los otros/ los hace cuerdos y cuidadosos/ hace que en ellos aparezca una cara/ gracias a él la persona humaniza su querer/ recibe una estricta enseñanza/ para tener un corazón firme como la piedra y un rostro sabio/ así llega a ser dueño de un rostro y un corazón. Y aquí asombra la coincidencia con Aristóteles cuando afirmaba: Educar la mente sin educar el corazón no es educar en absoluto.

Todo no. Pero sin los maestros, nada.

PS Por los caminos del sur, vámonos a Ayotzinapa…