Sábado 28 de septiembre de 2019, p. a16
Es la hora de la cosecha para el maestro Robert Fripp: en este momento está por culminar su gira 2019 luego de recorrer puntos europeos y públicos masivos. Este fin de semana culmina la etapa estadunidense del periplo y lo cerrará en São Paulo, Río de Janeiro, Buenos Aires y Santiago.
Por supuesto que México fue punto central para él, tan importante que uno de sus discos recientes se titula: Meltdown: Live in Mexico y hace un poco más de un mes vivimos el mejor concierto que ha sonado aquí en cualquier género musical, puesto que la música de King Crimson ha encontrado, medio siglo después de fundado, su lugar.
Mi maestro José Agustín denominó al rock como ‘‘la nueva música clásica” y se trata de un acierto monumental. Porque lo que hace Robert Fripp desde hace 50 años con su grupo, en sus múltiples cambios de personal y estilo, le queda chico el traje ‘‘rock”. Es música clásica en el sentido de atemporal.
Es común que un genio musical pase desapercibido en vida, o que algunas veces sea reconocido y luego caiga en el olvido. Vaya, el caso de Bach es el más brutal: Felix Mendelssohn rescató la música de Bach casi un siglo después de la muerte de ese autor, ignorado hasta entonces.
Que Arvo Pärt viva hoy día estorba a muchos para dimensionar su grandeza creativa, que es similar a la de Johann Sebastian Bach.
Algo más o menos así pasa con Robert Fripp. Y él lo sabe.
Tan lo sabe, que el álbum doble que hoy nos ocupa tiene forma de libro y abre con un texto de Robert Fripp que dice así:
‘‘El objetivo central de la Gira de Celebración 2019 por los cincuenta años de King Crimson en el mundo es hallar oídos inocentes: oídos que nunca habían escuchado la música de King Crimson; y también oídos experimentados capaces de penetrar el momento musical como si fuera la primera vez.”
Insiste Robert Fripp: ‘‘es de mi interés máximo que King Crimson sea escuchado y visto como lo que es y por lo que es, sin el fardo de la Opinión Pública Favorable y la carga de expectativas, por las que este grupo es tan aceptado”.
Más claro ni el agua.
Porque King Crimson no es un grupo de culto ni una banda popularísima ni creadora de grandes éxitos ni tiene su público.
Es, y así pide Robert Fripp sea apreciado, una expresión artística que indaga, provoca, mueve, incita. Es una apuesta. Una clara provocación. Una manera de entender el mundo.
Ya el pianista Glenn Gould, otro genio que parece confinado a ‘‘músico de culto”, lo había puesto en claro también: ‘‘el propósito del arte no es la descarga de una momentánea eyección de adrenalina sino la gradual, producto del trabajo de toda una vida, construcción de un estado de asombro y serenidad”.
Esa descripción viaja en paralelo con la definición del científico budista Matthieu Ricard de otra expresión creativa por antonomasia: la felicidad: ‘‘la felicidad consiste en la construcción de un estado permanente de asombro y serenidad”.
El sistema de vasos comunicantes se completa si citamos ahora el título de una de las obras maestras de King Crimson, su álbum The Construkction of Light (por cierto, el objetivo del estado permanente de asombro y serenidad en budismo se llama ‘‘enlightment”. Más: la era creativa de señores de apellido Descartes, Newton, Bacon, Leibnitz, Spinoza y Locke, se llamó ‘‘Age of Enlightment’’).
¿Qué tiene que ver eso con King Crimson? Es la respuesta a lo que pide Robert Fripp para su música: que se escuche con oídos inocentes.
Entendemos con oídos inocentes la actitud de apertura de entendederas hacia una música que no es lo que aparenta sino que encierra lo que ha movido a la humanidad: la necesidad de saber, de conocer. Encierra el knowledge, el conocimiento entendido como sabiduría, la materia que nos ayuda a evolucionar, a ser mejores personas, el knowledge como herramienta y no como mera información o mero consumo.
Esta es entonces la preocupación de Robert Fripp: no quiere ser el líder de un grupo de culto o de conocedores. Quiere, en cambio, que públicos nuevos se acerquen a lo que él tiene que decirles, comunicarles, compartirles.
Y a quienes ya lo conocen, que se despojen de toda pose, ropaje y prejuicio para penetrar desnudos por primera vez.
Todas estas reflexiones a partir de la petición de Robert Fripp en el librito del disco doble que hoy nos ocupa y cuyo título es un poliedro y es un homenaje a los 150 años de la Tabla Periódica de los Elementos, prosperan en cuanto avanzamos en la escucha de este material sonoro que es todo un descubrimiento.
Efectivamente, escuchamos por primera vez a Robert Fripp y a su banda, en sus distintas conformaciones de personal y de instrumentos y de repertorio.
El material de este álbum doble es el asombro permanente. Un prodigio. Música de cámara químicamente pura. El King Crimson que pocos conocían.
Nos dota de oídos inocentes de la manera más humilde, sencilla y eficaz: nos abre la puerta de su casa y nos hace pasar a la cocina: el material que conforma el álbum titulado King Crimson 2019, también titulado King Crimson Celebration Tour 2019, también titulado King Crimson The Elements, también titulado The Elements of King Crimson, es una suerte de radiografía, tomografía, gráfica cordial, electrocardiograma, líquido revelador.
Es la música desnuda.
De manera magistral, Robert Fripp le da la vuelta a la tortilla y toma la sartén por el mango: no es el típico álbum recopilatorio de grandes éxitos. Tampoco la colección de cortes alternativos redundantes, tan en boga en grupos que ya no tienen qué decir. No es un acoplado de éxitos. Es el NUEVO disco de King Crimson.
Nuevo porque contiene mucho material inédito. Nuevo porque nos desnuda el oído al quitar los velos que suelen poner los ingenieros de sonido a la hora de convertir un master de estudio de grabación en disco compacto. Nuevo porque nos despierta la capacidad de asombro y nuevo porque, no hay duda alguna, lo que escuchamos, así sea la vez enésima que terminó el disco uno, el disco dos y los volvimos a poner a sonar, tenemos la certeza, que no la sensación, la certeza de que lo estamos escuchando por primera vez.
Somos vírgenes.