n acto con todas las características de un proceso terrorista llenó de duelo al país. Un grupo armado atacó un centro nocturno en Coatzacoalcos, Veracruz.
Entre gritos lastimeros, horror, fueron sometidos a balazos por ese grupo y posteriormente incinerados con bombas molotov, previo a cerrar las puertas. Acto omnipotente si los hay de enviar a jóvenes que se divertían bailando a los infiernos. Fantasía omnipotente de ser Dios y castigar con los infiernos a seres humanos.
Las posibles y terribles consecuencias mantienen a la población en estado de consternación. Perplejos, aturdidos y apanicados los sentimientos que invaden apuntan hacia una sustentable sensación de vulnerabilidad.
No se puede permitir que el dolor nuble nuestra capacidad de reflexión y el rencor oscurezca el entendimiento. Lo más dramático y duro de aceptar es no haber apren-dido de nuestra historiatraumática; seguimos instalados en la compulsión a la repetición. Si acaso, más sofisticado. ¿Cómo transmutar en lenguaje esa compulsión a repetir la destrucción si no llega a la conciencia y se ve obnubilada por el odio y el rencor?, ¿cómo transmutarla en lenguaje y negociación pacífica y racional si el instinto de muerte es un reactivo al revés, una inapropiada visión retrospectiva de lo que es y no es? México se revela con ínfulas de electrónica suprema que se desmiente por las disonancias de la agitación estruendosa de la violencia, el hambre, las desigualdades brutales, las ejecuciones brutales, el ecocidio, corrupción e impunidad que rebasan la razón. Pulsión de muerte, fuerza destructiva irrefrenable que reduce en forma regresiva lo más organizado a lo menos organizado, las diferencias de nivel a la uniformidad y lo vital a lo inanimado, la muerte como fin último.
Destrucción silenciosa que se vuelve sobre el otro o sobre lo que de sí mismo se proyecta en el otro. Violencia engendra más violencia, atacamos al enemigo que refleja nuestra peor parte y al matarla en el otro creemos deshacernos de lo que proyectamos. No toleramos la imagen de nosotros que el otro nos refleja. Por eso la intolerancia a la indiferencia al otro, a lo que el otro nos dice de mí mismo. ¿Cuándo será el tiempo para reflexionar y no actuar con nuestros impulsos destructivos, reprimidos y desplazados en el otro? ¿Cuándo el tiempo de asumir con conciencia y no acicateados por el odio, las fuerzas irracionales ocultas desde donde podemos actuar? ¿Cuándo el recordar para no repetir?