Sábado 31 de agosto de 2019, p. a12
William Shakespeare amaba la música.
Estudió música. Conoció a los compositores en persona. Tocaba el laúd, ese antecedente histórico de la guitarra.
Para él, la música es antes que nada el sonido del lenguaje, la palabra hablada. Como el siguiente pasaje de Hamlet, donde habla/canta Ophelia, hija de Polonius:
O, what a noble mind is here o’er thrown!
The courtier’s, soldier’s, scholar’s eye, tongue, sword:
The expentancy and rose of the fair state,
The glass of fashion and the mould of form,
The observ’d of al observers, quite, quite down!
An I, of ladies most deject and wretched
That suck’d the honey of his music vows,
Now see that noble and most sovereign reason,
Like sweet bells jangled, ourt of tune and harsh;
That unmatch’d form and feature of blown youth
Blasted with ectasy: O, woe is me,
To have seen what I have seen, see what I see!
El Disquero de hoy está dedicado a la música de William Shakespeare.
La ocasión es propicia; estos días ocurre un prodigio: la maestra Julieta Egurrola encarna a Hamlet en un montaje prodigioso, dirigido por José Caballero en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque. Es lo mejor que ha sucedido en teatro en México en mucho tiempo.
En este montaje no falta por fortuna la música en vivo. William Shakespeare trabajaba con los compositores, en especial con el legendario Thomas Morley, en la música que destinaba a sus obras.
En La trágica historia de Hamlet, príncipe de Dinamarca. Primera parte. Puesta en escena de José Caballero, que cumple temporada en el Teatro Julio Castillo del Centro Cultural del Bosque (atrás del Auditorio Nacional), la música fue preparada por Alberto Rosas Argáez e interpretada en escena por los actores Erando González, en guitarra (el instrumento de Shakespeare, en cuya época era laúd, que se desarrolló hacia guitarra) y Pablo Ramírez, alientista.
Erando y Pablo conforman lo que en época de Shakespeare se denominaba ‘‘Broken Consort”: dos o más músicos ejecutantes de instrumentos de diferentes familias, en este caso cuerda y alientos.
La música en la era Shakespeare se llamaba ‘‘Musick” y estaba destinada, en palabras del dramaturgo, a ‘‘la calidad del espíritu, la ética del espíritu”.
La música de Shakespeare no era decorativa. Tenía un efecto calculado, con claras intenciones dramatúrgicas y poéticas.
Era para él una herramienta poderosa.
Usaba ruidos, efectos de sonido (relámpagos-luz con sonido-truenos, por ejemplo), piezas vocales por separado de las instrumentales. Recurría a las melodías folclóricas en boga.
Eso es lo que ocurre en el montaje de Hamlet que el Disquero recomienda ampliamente. La maestra Julieta Egurrola es Hamlet. Un prodigio de actuación. Magia. Poderosísima, extraordinaria actriz.
El uso de la música en esta puesta en escena sigue de manera natural los lineamientos de William Shakespeare. Sin aspavientos. Fluye.
Ya dijimos que para Shakespeare la música es antes que nada el sonido del lenguaje. En su caso la lengua inglesa.
Ahí también se sigue de manera magistral la tradición shakespereana en el montaje de Hamlet al que hoy nos referimos. El hallazgo monumental está en el siguiente parlamento, que enuncia Julieta Egurrola/Hamlet, así:
‘‘Se es o no se es, de eso se trata.’’
Es el axis mundi, la piedra de toque, el detonador. Es el momento de reafirmación del personaje. Hamlet pasa de ser el príncipe huérfano, el desvalido, derrotado, ninguneado, el fantasma, a una persona libre y soberana, cuya inteligencia lo lleva hacia derroteros promisorios. Ahí comienza todo.
La frase entonces ‘‘ser o no ser, he ahí la cuestión” la podemos aventar por la borda, olvidar, apenarnos incluso de ella.
To be or not to be, that is the question.
Toma la palabra mi querido amigo, el maestro José Emilio Pacheco: ‘‘en poesía, Pablo, nunca hay traducción. Hay versión”.
La traducción literal de la frase en inglés, ciertamente, es la que se volvió un lugar común. Pero la que utiliza José Caballero en labios, carne y sangre de Julieta Egurrola, nos dice TODO. Dice, simplemente, dice.
El propio José Caballero se adelanta: ‘‘sé muy bien que el procedimiento empleado para la versión en español mexicano puede topar con la oposición de investigadores, traductores y eruditos, a quienes sólo puedo rogar comprensión para quienes, como nosotros, debemos navegar para llevar la embarcación a la costa del escenario público”.
Esta versión en lengua hispano mexicana, explica el director Caballero, ‘‘es una suerte de collage”, un ensamble de distintas traducciones ‘‘finalmente pasado por el cedazo de la realización escénica”. Se apoyaron, explica el maestro, principalmente en las traducciones de Tomás Segovia y Ángel Luis Pujante, ‘‘dándonos la vuelta por Flavio González Mello, sin omitir que hay varios fragmentos traducidos directamente por mí, procurando cotejar la versión del Second Quarto (1604-1605) según la edición de Ann Thompson y Neil Taylor publicada en The Arden Shakespeare en 2006”.
Lo que está estos días en escena es la versión más extensa y solamente la primera parte. El desenlace se montará en fechas todavía por definir. Mientras tanto, no se pierda nadie este acontecimiento donde la música cumple su papel cabal.
Más que enaltecer el espíritu sobre las butacas, los insertos musicales completan la función de apoyar a los personajes a poner en vida sus estados mentales, definirlos y revelar su sicología, de acuerdo con el especialista Massimo Rolando Zegna, autor de un claridoso ensayo ensartado en el booklet de una caja con siete discos compactos titulada Shakespeare’s Musick, interpretada por el Broken Consort Musicians of the Globe, dirigidos por una eminencia: Philip Pickett.
Ahí se escancian partituras de Thomas Morley, varias de ellas preparadas al alimón con William Shakespeare, y de John Wilson, Giles Farnbaby, Robert Jones, John Dowland, William Byrd, Henry Purcell, Henry Rowley Bishop y autores anónimos.
El Disquero se ha ocupado en distintas ocasiones de uno de sus autores favoritos: William Shakespeare. Hemos recomendado así, por ejemplo, el disco titulado Take all my loves (Deutsche Grammophon), donde Rufus Wainright canta sonetos de Shakespeare, en especial el soneto 40, cuyos siguientes versos dan título a esa joya discográfica:
Take all my loves, my love yiei, take them all
Participan grandes músicos y actores en esa grabación. Se consigue en Spotify, donde hay varios apartados en los que podemos disfrutar de la música por antonomasia de William Shakespeare: la de la palabra dicha por actores, es decir: las obras de Shakespeare en radioteatro, o teatro/audio, completas. Es fascinante seguirlas, degustar su música. Su poesía.
Las opciones abundan en otros medios digitales (Deezer, Apple Music, Amazon Musica, YouTube…). Garantizamos deleite, emoción, espejeo, tal como enuncia Hamlet/Julieta Egurrola en el Teatro Julio Castillo al referirse al arte de la actuación ‘‘cuyo objeto, podemos decir, ha sido y sigue siendo servir de espejo a la naturaleza, mostrar a la virtud sus propios rasgos, al vicio su semblante y al momento y la época su forma y su carácter. Si esto se exagera o se hace con torpeza, aunque haga reír al ignorante, disgustaría al juicioso, cuya opinión debes valorar más que la de un teatro lleno de los otros”.
Silogismo básico:
William Shakespeare ama a la música. William Shakespeare es humano. Ergo: amemos a la música. Ya a Shakespeare lo amamos de antemano.