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Ver día anteriorDomingo 4 de agosto de 2019Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Tercer país seguro
U

na de las mayores obsesiones de la administración de Donald Trump es lograr que México u otra nación acepte la condición de tercer país seguro. En términos sencillos, esto significa que hay un primer país donde existen condiciones terribles, que afectan a sectores de la población y que tienen que salir para salvar sus vidas o preservar su integridad y quieren ir a un segundo país de destino. No obstante, para llegar a éste pasan o transitan por un tercer país que se considera seguro y es ahí donde deben pedir refugio.

El modelo, que ha funcionado para el caso europeo, es el de Turquía que se considera tercer país seguro y las migraciones que llegan, principalmente de Siria y otros lugares que huyen de guerras civiles, tienen que pedir refugio en esa nación y de ese modo no llegan a Europa. En Turquía hay cerca de 2 millones de refugiados, mientras que Alemania, que fue el país europeo que más refugiados recibió acogió a un millón. Todo esto a cambio de una buena cantidad de millones de euros, además del interés que tiene Turquía en convertirse en el líder de esa convulsionada región.

En las negociaciones de comienzos de junio entre México y Estados Unidos, después del famoso tuit de @realDonaldTrump, donde amenazaba a México porque no hacía nada por detener el flujo de migrantes centroamericanos y que impondría aranceles a todos los productos mexicanos, la propuesta final era la de firmar un acuerdo de tercer país seguro. México hizo concesiones importantes, prometió portarse bien y detener el flujo con 6 mil guardias nacionales y pidió un plazo de 45 días para demostrar, con los hechos y las estadísticas, que el flujo se podía reducir significativamente. Hace unos días se cumplió el plazo, se le dio a México un visto bueno y sigue pendiente una segunda evaluación. Todo esto para no aceptar formalmente que México es un tercer país seguro. En cierto modo lo es, hace el trabajo sucio de detener el flujo y recibe migrantes centroamericanos que esperan una segunda audiencia.

Cuando no funciona el chantaje con México, Estados Unidos buscó otro a quién extorsionar: Guatemala. Todo estaba preparado para firmar el acuerdo en Washington hasta que varias demandas y amparos impidieron que Jimmy Morales se sometiera públicamente a la humillación. Pero de nada valió la intentona de escurrir el bulto, Estados Unidos finalmente le dobló la mano a Guatemala y tuvo que suscribir el texto y negociar algunos puntos.

Obviamente hay dinero de por medio, por lo menos restituir las ayudas que tradicionalmente se daban a Guatemala para seguridad y desarrollo. También negoció el acceso a visas de trabajo para los guatemaltecos que van a trabajar en la agricultura y los servicios. Finalmente, se podría especular sobre una posible visa de residente a Jimmy Morales para retirarse en alguna ciudad de Estados Unidos y dificultar cualquier juicio o extradición que se podría hacer en su contra por corrupción o financiamiento ilegal de la campaña electoral.

La medida es relevante porque, en teoría, los migrantes salvadoreños, hondureños y de otros países no podrían ser aceptados para un proceso de refugio en Estados Unidos, porque transitaron por Guatemala, que se considera tercer país seguro y allí tendrían que haber solicitado asilo. Y si llegan a Estados Unidos los pueden devolver a Guatemala.

La medida, se supone, que detendría los flujos centroamericanos que quieren llegar a Estados Unidos, especialmente el de Honduras, pero tendría costos significativos para Guatemala. Para empezar, la medida rompería con el acuerdo de libre circulación entre Guatemala, Honduras, El Salvador y Nicaragua conocido como CA4. A nivel regional esta postura generaría conflictos con sus vecinos, con los cuales está integrado social, política y económicamente. Por otra parte, recibiría beneficios económicos y un trato preferencial para visas, lo cual no tendrían sus vecinos centroamericanos.

Para México, esta medida supuestamente le favorece, porque se supone que bajará la intensidad de los flujos de Honduras y El Salvador y de los propios guatemaltecos que tendrían oportunidad de beneficiarse de manera significativa de visas de trabajo y de remesas.

Por otra parte, se abre otro frente de conflictos al interior de las instancias de cooperación regional centroamericana, de los acuerdos comerciales y la circulación de personas. También impacta en los proyectos que tiene México para el desarrollo en Centroamérica, una de las apuestas fundamentales del modelo mexicano y de la actual administración, que le disputa en cierta medida la influencia de Estados Unidos y propone una nueva narrativa que va más allá de los temas de seguridad y lucha contra las drogas.

La política del garrote vuelve a hacerse presente en la región y vuelve a ser el eje central de la campaña electoral de Donald Trump. Los insultos, agresiones y chantajes forman parte de la vida cotidiana en Washington, ya no sólo afectan a México, sino a congresistas, periodistas, opositores y cualquiera que ose contradecirlo.

Amenazar, golpear y extorsionar a países como México y Guatemala forman parte de las nuevas y remozadas reglas del juego, impuestas por el imperio. La última guerra e invasión en tierras americanas fue en Panamá en 1989, que todavía no se liberaba del yugo colonial.

Pero hay una larga historia de intervenciones en México y Centroamérica que creíamos que habían sido sepultadas por la historia en el siglo XIX y el XX. Nada más falso.

Habrá que pensar sobre la próxima amenaza y cuál va a ser nuestra respuesta.