Opinión
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Jaime Ros
E

l pasado domingo 7 de julio murió Jaime Ros Bosch, amigo entrañable, hombre de talento y sencillez, Jaime fue generoso con sus ideas que siempre puso a disposición de los demás. Fue un maestro ejemplar que ganó el respeto de nuestra comunidad universitaria y de muchas otras en México y el mundo. Su solidaridad con adjetivos fue con el reclamo democrático, por el desarrollo y la igualdad.

Su talento lo llevó más allá de las guerras floridas tan inútilmente frecuentadas por los economistas de izquierda y orientación marxista. Para reconocer su talento y sabiduría como pensador social y economista político del desarrollo no se necesita recurrir a las etiquetas. Como economista riguroso que fue, asumió y practicó desde muy temprano que la economía política es una herramienta fundamental, pero sólo eso, para conocer y entender la sociedad contemporánea y tratar de mejorarla en una dirección de bienestar e igualdad.

Su economía política se desplegó en dos grandes planos: la crítica de las ideas dominantes, de su teoría y doctrina y el examen radical de las estructuras y contradicciones que dan cuerpo a la formación social. Por eso decimos que la suya fue una economía política clásica sin más, pero volcada al presente y su futuro.

Su socialismo, democrático e histórico, nutrido en las mejores tradiciones de sus ancestros, fue inseparable del análisis riguroso de la realidad y de la historia, así como de la exposición honesta de lo que podría ocurrir de optarse por una u otra vía de desarrollo o política económica. Keynesiano profundo, fue un reformista ilustrado y un realista histórico, convencido de que, mediante políticas congruentes, audaces o moderadas según la circunstancia, las cosas podrían cambiar para mejor, para un México menos injusto y más democrático.

Apenas regresó de París, a finales de los años 60, conocí a Jaime gracias a mi amigo Gustavo Gordillo, refugiado en esa ciudad después del movimiento del 68. Pronto, Jaime desplegó ingenio y notables capacidades para la reflexión, el análisis y la enseñanza. Así lo vivimos quienes asistimos a los seminarios organizados por la revista Punto Crítico.

Fue parte de la primera generación de la maestría en Economía en la facultad y se unió a los fundadores del CIDE, promovido por Javier Alejo desde el FCE y Sepanal, dirigido primero por el maestro Horacio Flores de la Peña, luego por don Antonio Sacristán Colás y siempre coordinado cuidadosa y celosamente por Trinidad Martínez Tarragó. Desde ahí, acompañado por la enriquecedora compañía de los refugiados del Cono Sur y varios colegas y amigos mexicanos, Jaime emprendió una interminable y comprometida tarea de investigación y difusión sobre la economía nacional, en especial en la revista Economía Mexicana.

La revista y el proyecto son ejemplares, por su rigor y aportaciones a la difícil perspectiva de entonces. Pronto propiciaron algunos vergonzosos sentimientos de envidia y rencor político que la crisis de 1982 exacerbó y dio pie a momentos de acoso a Jaime y sus colegas. Víctima de una necedad dogmática y arrogante, lindante con la estolidez, a Jaime le negaron su ingreso al SNI, tuvo que dejar el CIDE y, junto con José Casar y Carlos Márquez primero y después con María Amparo Casar y Guadalupe González, refugiarse en el ILET, a la sazón presidido por nuestro inolvidable y querido Juan Enrique Vega.

Pasó por Cambridge, donde hizo dolorosa revista a lo que habían dicho y propuesto ante la crisis que se cernía sobre el país y logró poner su rica mirada sobre el horizonte del desarrollo internacional cuyos principios y proyectos eran puestos contra la pared por los inicios de la revolución neoliberal.

Así emprendió el vuelo al reconocimiento internacional como economista político del desarrollo y aterrizó en Ginebra, en la Comisión del Sur, que promovieran Willy Brandt y la Social Democracia Alemana y Europea y presidiera el ex presidente de Tanzania Jules Nyerere. El Instituto de Estudiosos del Desarrollo de la ONU y otros foros, le dieron la alternativa y la Universidad de Notre Dame de Estados Unidos se lo llevó a su aulas y centros de investigación con todo y Tenure. Al final de su larga estadía en South Bend, Indiana, la Universidad le otorgaría el Emeritazgo y el respeto de estudiantes y estudiosos.

Por fin, luego de incursiones temporales en seminarios y cursos veraniegos, gracias a las gestiones del doctor Leonardo Lomelí, director de la Facultad de Economía de la UNAM, y la generosidad del banquero y economista Carlos Abedrop, quien además de fondos de apoyo y para repatriar donó a la facultad un espléndido edificio para su posgrado, Jaime retornó a México y desplegó una gran actividad docente y de investigación en la licenciatura y el posgrado en economía. Fruto de esos esfuerzos son varios volúmenes sobre México y su desarrollo (uno de ellos escrito con Juan Carlos Moreno Brid, distinguido colega y amigo) múltiples ensayos y un nuevo y magno volumen sobre las teorías del crecimiento y el desarrollo que actualiza otro escrito en Notre Dame y publicado por Oxford University Press.

El libro rescrito y traducido en México, me dice José Casar, titulará La Riqueza de las Naciones en el Siglo XXI, bajo el sello editorial del FCE. Un trabajo formidable de reflexión teórica e histórica que confirmará la vigencia global de las ideas y tesis de Jaime por años.

En los años recientes Jaime dirigió, coordinó y coescribió el Anuario Revista de Economía Mexicana, apoyado por la Facultad de Economía de la UNAM y su director Eduardo Vega. Sus trabajos introductorios sobre el estado actual de nuestra economía política han sido acompañados por trabajos notables, actuales y rigurosos sobre nuestra diversas cuestiones de política económica y social y sus implicaciones sobre el presente y devenir del país. Las primeras tres entregas que Jaime pudo coordinar y editar conforman una obra robusta que, sin duda, contribuye a ampliar y darle fuerza a la mirada crítica y constructiva sobre la política económica en México.

La presencia de Jaime en la investigación, la docencia y la conversación en la facultad fue y es motivo de orgullo para el conjunto del claustro universitario. Sus estudiantes, colegas y sus camaradas de la Orden Internacional por el desarrollo lo extrañarán, pero también lo glosarán y mucho. Sí, Jaime Ros se nos fue, pero su obra, su sonrisa y bonhomía interminables vivirán siempre entre nosotros y para el bien de México.