Opinión
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Ciudad perdida

Pugna por el control del Congreso

A

unque nadie creyera posible que la política de la Ciudad de México pudiera parir un grupo parlamentario tan limitado y mediocre como el de la última Asamblea Legislativa, los diputados del primer Congreso de esta capital nos han demostrado que sí, que para ellos nos hay imposibles y que hasta el momento su trabajo está por debajo de la legislatura pasada. Son peores.

Desde el inicio de su trabajo, pasada la primera quincena del mes de septiembre del año pasado, la confusión y los intereses de grupo han copado cualquier intento de reconvertir ese órgano en una auténtica representación popular, y cada vez más la amenaza de convertir al Congreso en una incubadora de tribus se va haciendo realidad.

Valentina Batres, hermana del hasta ahora presidente de la mesa del Senado, envalentonada ha hecho crecer a una corriente que busca hacerse del control del Congreso y coloca sus piezas donde mejor le conviene. Por eso, por ejemplo, tomó como suya la dirección de comunicación que produce, fundamentalmente, las informaciones que le convienen a su tribu.

Esta situación, conocida por todos, ha fortalecido, por otro lado, a los grupos ya existentes que ahora velan armas para el encontronazo que ya viene y que puede llevar a la paralización del Congreso, es decir, a que todas las iniciativas de un lado sean rechazadas por el otro, y que sin votaciones ganadoras las posibles leyes se metan a la congeladora.

El otro grupo hegemónico es el de José Luis Rodríguez, a quien se le atribuyen nexos con el senador Ricardo Monreal, lo cual advierte que si en el Senado la pugna Batres-Monreal es sorda y real, en el Congreso de la CDMX los pronósticos hablan de guerra, cosa que podría suceder dentro de muy poco.

Y en medio de todo esto, casi inerme, es decir, sin un grupo que lo arrope por más que su presencia en la casona de Donceles parta de la ausencia de Alejandro Encinas, Ricardo Ruiz mira como Adán en busca de sus padres, para dónde inclinarse.

A Ruiz parece no importarle lo que pase en el Congreso; con lograr algunos amarres de mediano nivel y dar largas a los grupos en pugna la va pasando muy bien, porque sabe que su compromiso no es con la ciudad, sino con el subsecretario Encinas, y que no ha buscado la forma de conseguir el apoyo de quienes aún no se afilian a las tribus establecidas.

De pasadita

En un restaurante del Centro Histórico de la ciudad muy apreciado por la clase política local comieron ayer, en mangas de camisa, obligados, claro, sólo por las condiciones climatológicas, el líder de Morena en la Cámara de Diputados, Mario Delgado, y el ex candidato a la Presidencia de la República, el más panista de todos los priístas, José Antonio Meade.

Según los testigos, que hasta hicieron fotos del encuentro, la reunión duró poco más de dos horas, aunque hay quienes afirman que no utilizaron tanto tiempo los políticos que antes de su carrera como gente comprometida con un partido los dos manejaron las finanzas de las administraciones en las que participaron.

Claro que había ojos morenos en el restaurante, y claro que se levantaron críticas en contra del diputado que, según ellos, nada tenía que hacer con el hombre que llevó sobre la espalda el fracaso electoral más grande del PRI.

Al final de la comida, sobre la banqueta de las calles de Palma, los conocedores de las finanzas se dieron un abrazo fraternal y partieron. Adentro se cruzaban apuestas: hablaron de futbol, aseguraban unos, mientras otros descartaban que la conversación hubiera versado sobre política. De eso, sí, no saben...

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