Opinión
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Waterloo
E

n La cartuja de Parma, el genial novelista francés Stendhal cuenta la historia del joven italiano Fabricio del Dongo, quien empujado por un ardiente impulso libertario decide sumarse a los ejércitos de Napoleón Bonaparte. Tras una serie de peripecias, Fabricio se encuentra en medio de una espantosa confusión en la que intenta orientarse. En mitad del caos visible y de la confusión en que no veía orden ni sentido, Fabricio pregunta a un sargento:

“–Señor –dijo por fin–, es la primera vez que asisto a una batalla; pero ¿es esto una verdadera batalla?

“–Así parece.”

La respuesta del veterano sargento, que había estado en 20 batallas e infinidad de combates, y aun así no asegura nada, nos permite aproximarnos al gran teórico británico de la guerra John Keegan, quien en su análisis de la batalla de Waterloo habla del ángulo de visión personal y, tras resumir las descripciones clásicas de aquel encuentro decisivo, dice:

Supongo que no hará falta señalar que las cinco fases de la batalla no fueron percibidas en su momento como tales por ninguno de los combatientes; ni siquiera, pese a su posición ventajosa y a su poder de intervención directa en los hechos, por Wellington ni Napoleón ( El rostro de la batalla, p. 136).

Menos aún para los otros participantes. Un oficial británico escribe: No podíamos ver nada de lo que sucedía en el frente de batalla, porque la altura donde estaba desplegada nuestra primera línea quedaba por encima del terreno que ocupábamos. Pero aún desde una posición privilegiada la vista era limitada y parcial, como escribió un ayudante de campo de Wellington al contar el ataque de la guardia como negras columnas que parecen surgir entre el humo y la niebla.

Las visiones de los participantes son necesariamente parciales, en dos de los sentidos del término: parcial como perteneciente o relativo a una parte del todo y parcial como quien sigue el partido de alguien. Pero es el conjunto de estas visiones parciales, su análisis y confrontación, las que nos permiten acercarnos a una visión de la batalla como un todo y a partir de esa visión, de los resultados y consecuencias de la misma. Y es debido a eso, que Napoleón puede interpretar esa misma batalla en su destierro de Santa Elena, o que Fabricio del Dongo haya comprendido varios años después, al leer historia, que aquella sangrienta confusión en la que estuvo, fue la batalla de Waterloo. ¡Estuve en Waterloo! ¡Fui parte de la historia!, parece exclamar.

No supo que estuvo en una de las batallas más famosas de la historia, pero ¿iba a ciegas?, ¿era un borrego Fabricio del Dongo? No. Se incorporó por propia voluntad al ejército de Napoleón, al que identificaba con los ideales de libertad, igualdad y fraternidad de la revolución francesa. Y a pesar del cansancio de casi dos décadas de guerra, no pocos de sus compañeros compartían esas ideas.

Lo que nos recuerda que en su Historia de la revolución rusa, León Trotsky dice que la historia de las revoluciones es la de la irrupción de las masas en el gobierno de sus destinos. En los tiempos normales el Estado está por encima de la nación y la política la hacen los especialistas; pero cuando el régimen establecido se hace insoportable para las mayorías, éstas rompen las barreras que las separan de la palestra política, derriban a sus representantes tradicionales y, con su intervención, crean un punto de partida para un nuevo régimen.

Esta irrupción tiene una característica que Trotsky resalta: Las masas no van a la revolución con un plan preconcebido de sociedad nueva, sino con un sentimiento claro de la imposibilidad de seguir soportando la sociedad vieja. Dicho de otro modo, las mujeres y hombres que deciden, de manera consciente e individual, sumarse a una revolución pueden no saber exactamente qué quieren para después de la revolución, pero saben perfectamente qué es lo que no quieren, lo que no aguantan más, los agravios –diría Barrington Moore– que ya no están dispuestos a soportar.

Todo esto viene a cuento como respuesta a quienes me preguntan si el gobierno actual es un fracaso. En realidad lo sabremos cuando tengamos la distancia suficiente para saber si sus medidas paliaron la inseguridad, la pobreza, la miseria, la corrupción, la inequidad que nos dejaron los gobiernos anteriores. ¿Eso significa que no podemos escribir historia inmediata? No, de ninguna manera, todas nuestras visiones parciales, necesariamente parciales, serán las fuentes de la historia de esta revolución en la que estamos inmersos, de esta batalla en la que quizá no vemos más allá del humo de la primera línea…

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