l año que concluyó fue de festejos para el Colegio San Ignacio de Loyola, conocido como Colegio de las Vizcaínas. La noble institución cumplió 250 años de su fundación.
Fue obra de la cofradía de Nuestra Señora de Aránzazu, formada por un grupo de hombres prominentes de origen vasco, preocupados por la protección de niñas y mujeres, primordialmente de esa misma ascendencia. En las constituciones de su fundación menciona que fue dotado por la ilustre congregación de Nuestra Señora de Aránzazu para la manutención y enseñanza de niñas huérfanas y viudas pobres
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Para alojarlas mandaron construir el que habría de convertirse en uno de los edificios en estilo barroco más imponentes y bellos de la Ciudad de México. EI día 30 de julio de 1734 se colocó la primera piedra.
Tuvieron la visión de crear una institución laica y autónoma, algo impensable en esa época. Esto la salvó de desaparecer a mediados del siglo XIX cuando le quitaron los bienes a la Iglesia, tras la aplicación de las leyes de Exclaustración.
En sus 250 años ha padecido múltiples problemas: económicos, constructivos y legales. En más de una ocasión estuvo a punto de desaparecer, pero la voluntad de los vascos que se han mantenido fieles a la institución la ha sacado a flote.
Ahora se encuentra en un magnífico momento, continúa exitosamente con su función educativa, ahora en sistema mixto; el inmueble está muy bien cuidado, lo que permite apreciar su majestuosa belleza. Custodia un archivo histórico de tal importancia que ha sido declarado Memoria del Mundo por la Unesco. Una parte del enorme edificio resguarda un museo que en 14 salas muestra una colección integrada por pinturas, esculturas, grabados, muebles, instrumentos científicos, musicales, plata y textiles.
Otra obra de arte es la capilla, una auténtica alhaja barroca con los extraordinarios retablos que realizó el notable dorador y ensamblador Joaquín de Sállagos.
La magna edificación está rodeada por accesorias de taza y plato
que con muy buen ojo pensaron los cofrades, ya que durante muchos años fue una buena fuente de ingresos; actualmente, la mayoría permanecen vacías y cerradas. No pierdo la esperanza que con el renacimiento que tiene el Centro Histórico recuperen la vida. Son un excelente estudio para un artista o escritor.
Su interesante historia y las maravillas que guarda ahora las podemos conocer mediante el libro Vizcaínas, 250 años de vida en un colegio a prueba del tiempo.
Muy bien ilustrado con fotografías, planos y reproducciones de pinturas, está compuesto por ensayos de especialistas en distintos aspectos del magno colegio. Menciono algunos: la historiadora Ana Rita Valero de García Lascurain escribe sobre el archivo histórico; el arquitecto Francisco Pérez de Salazar nos acerca a su historia arquitectónica, aderezando el texto con novedosos planos. El doctor Manuel Ramos Medina platica del colegio ilustrado del México Virreinal. Así continúan los temas que nos acercan no sólo a la fascinante historia de uno de los colegios más antiguos del país, sino a momentos trascendentes de nuestra historia, de los que la institución fue parte.
Aquí nos enteramos que es una leyenda la anécdota que cuenta que algunos miembros destacados de la cofradía de Aránzazu al pasear por un paraje medio abandonado cerca del mercado de San Juan, vieron a unas niñas jugando brúscamente y diciendo palabras malsonantes. Ello los llevó a decidir fundar un colegio para brindarles protección.
Creo que se impone ir a comer a un restaurante de esa región de España: El Círculo Vasco, de gran tradición; está situado en 16 septiembre 51. Hasta hace poco, en la fachada lucía una bandera española, una mexicana y una ikurriña. Los fines de semana tiene un espléndido bufet con alrededor de 30 platillos más postres. Mis favoritos: la fabada, el pecho de ternera, los caracoles a la gallega, el lomo de robalo a las brasas y por supuesto la paella. Ameniza una alegre tuna
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