También de Satanás
o sólo del bien viven los hombres, también de la maldad, unos más que otros según las épocas en que la tendencia del mal predomine, y no porque predomine dentro de la mayoría de los seres humanos, sino porque la mayoría se le someten, los menos por genuina convicción de las ventajas de servirle, los más por debilidad para hacerle frente o por incapacidad para definir lo bueno y lo malo y marcar una frontera entre ambos, otros por perderse en disquisiciones sobre la naturaleza del uno y el otro optando por el nihilismo y gran parte por la franca impotencia que los lleva a hacerse a un lado, como si existiera un lugar en el que el mal no nos tocara o nos tocara menos, en vez de enfrentarlo y destruirlo como se dice hizo San Miguel con Satanás…
Pero el mal sólo puede destruirse en un sentido universal; es decir, el mal que afecta la supervivencia y viabilidad de nuestra madre Tierra y la vida en ella, porque en un sentido íntimo también es verdad que cada quien trae y ejerce pequeñas dosis malévolas con permiso de una conciencia más o menos flexible. En cambio, si nos ponemos de acuerdo en que lo bueno sería todo aquello que da y favorece la vida en su armonía primigenia y que el bien estaría constituido por las acciones voluntarias que van en dicho sentido, la aplastante mayoría de los seres humanos hoy presentes en el mundo nos levantaríamos de nuestra inercia para desterrar (literalmente) lo satánico que nos permite, por comisión u omisión, una conducta masiva destructora de la vida que, hasta donde se sabe, sólo existe en este planeta amenazado bajo un arsenal conjunto de armas nucleares que harían pedazos en minutos lo que costó millones de millones de años construirse. Y este apocalipsis sin contar la ya considerable pérdida de su salud periférica y grave deterioro regional que costarán otros miles de años regenerar…, si acaso detuviéramos ahora mismo sus causas.
Pero, ¿cómo detenerlas? La lista de acciones rebasarían todas las páginas de este generoso medio que me permite expresarme regularmente, enunciemos entonces sólo algunas que serán completadas, mejor dicho colmadas, por los lectores.
Se me ocurre, en primer lugar, no lamentarnos, como incluso algunos respetables autores lo han hecho, de un posible regreso del proteccionismo estatal con un consecuente retroceso del libre mercado, como si éstos no hubieran sido el comienzo y causa de la catástrofe mundial económica, social y natural, con sus imponderables resultados, no sólo de daños a la naturaleza y las pandemias, sino de la concentración de capital y extensión de la miseria humana a través de los cinco continentes.
En segundo lugar, dedicarnos a la reflexión y revisión históricas para encontrar el punto en el que los avances tecnológicos de la humanidad tomaron este rumbo aparentemente inevitable de inequidad humana y destrucción del medio natural. Y, en tercer lugar, empezar inmediatamente a aplicar alternativas al neoliberalismo como el repunte de los mercados internos de alimentos para favorecer la producción y el consumo de y entre los que menos tienen actualmente, como es nuestra propuesta desde hace 20 años, al lado de otras que empiezan a tomar fuerza en el sector de la alimentación, como la que difunde la Alianza por la Salud Alimentaria (www.alianzasalud.org.mx)
Pero, además, que esta política sobre el mercado interno abarque la producción y consumo en los sectores estratégicos, revirtiendo las reformas que nos quitaron lo que legítima y ancestralmente nos pertenece para ponerlo en los tapetes del bazar mundial de los energéticos; y que produzcamos y consumamos mobiliario, vajillas, textiles, juguetes, automóviles (ya que somos tan buenos en la fabricación de autopartes) con etiquetas de Hecho en México. En suma, ¿por qué la única opción de nuestro mal llamado desarrollo debe ser fabricar personas pobres obligadas a emigrar para que sus remesas impidan la quiebra del país endeudado por malos gobernantes? ¿Por qué no aprovechar la coyuntura y dejar que se hunda en sus amenazas el vecino del norte, realizando en nuestro suelo una revolución pacífica de valores y acciones consecuentes? Yo, francamente, celebro que no haya triunfado el neoliberalismo con cara de bueno en Estados Unidos, y tampoco celebro que haya triunfado el pastiche neoliberal-nacionalista. Lo que sí deberíamos es aplaudir la oportunidad de unirnos contra el Satanás que nos tocó en suerte, a menos que nos sea voluntariamente indispensable convivir, ya no con éste, sino bajo su dominio.