Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Suplemento Cultural de La Jornada
Domingo 20 de septiembre de 2015 Num: 1072

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Papeles Privados
José María Espinasa

Habitar la noche
Renzo D’Alessandro

Un día en Ciudad
de México

Héctor Ceballos Garibay

La imagen contra
el olvido: a treinta
años del terremoto

El terremoto de 1985:
“absurda es la materia
que se desploma”

Gustavo Ogarrio

ARTE y PENSAMIENTO:
Tomar la Palabra
Agustín Ramos
Jornada Virtual
Naief Yehya
Artes Visuales
Germaine Gómez Haro
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Cabezalcubo
Jorge Moch
Prosaismos
Orlando Ortiz
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
Núm. anteriores
[email protected]
@JornadaSemanal
La Jornada Semanal

 

Jorge Moch
[email protected]
Twitter: @JorgeMoch

La porquería persistente

En México la televisión ha sido desde su inicio en términos de calidad una decepción. Utilizada como rama del gobierno pero aparentando distancia, en realidad ha sido la televisión, primero Televisa y luego TV Azteca y otras empresas del ramo como Antena Tres, las grandes y más incisivas vocerías oficiales. Desde sus inicios, con la transmisión del interminable discurso de informe de gobierno de Miguel Alemán Valdez en el otoño de 1950, la versión oficial siempre se puede sintonizar en la televisión. Para el resto del tiempo y el espectro radioeléctrico, la televisión destina toda su cauda de recursos y parafernalia principalmente a dos fines: vender espacio publicitario cualquiera que sea la circunstancia y tratar de acaparar la atención del ideario colectivo mexicano aunque sea con fórmulas fáciles, vulgares y éticamente cuestionables. La calidad de los programas televisivos perpetrados en México, de los contenidos diseñados para cautivar al público es verdaderamente y salvo muy pocas y muy honrosas producciones (pero ninguna salida del duopolio rastrero) una inconmensurable pila de porquería. Las televisoras mexicanas, monolíticas, constituyen en aras de su inmensa capacidad de penetración mediática el puntal más importante de sucesivos gobiernos corruptos, ineptos y tripulados por verdaderos sociópatas y criminales, desde el monolito priista de entonces, el que instauró la más alambicada simulación de democracia quizá del mundo, hasta el de ahora, caracterizado por su impericia, su incapacidad de maniobra y su lamentable debilidad por la salida fácil de la represión y la censura mientras se disparan todas las alarmas de la sociedad en temas como corrupción institucional, degradación aparentemente insalvable de la convivencia nacional y una inseguridad pública que convierte un polvorín sangriento en normalidad cotidiana.

Es sobre todo en los muy delicados temas de seguridad pública, ante episodios tan terribles como los ocurridos en San Fernando, Ayotzinapa, Tanhuato, Tlatlaya, Aguas Blancas, Acteal o el mismo Tlatelolco, donde la televisión mexicana más se apresta a hacer el trabajo sucio mediático al gobierno. Un ejemplo reciente son los desenlaces del informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) respecto de los ataques en Ayotzinapa contra estudiantes que se tradujo en desapariciones y asesinatos: durante la posterior conferencia de prensa de los padres de los 43 estudiantes normalistas desaparecidos, Foro TV (de Televisa) se apresuró a cortar la transmisión cuando una de las madres de los muchachos, llevada por una muy comprensible indignación, afirmó que ellos no le deben nada a la Presidencia de Peña, de quien la señora se expresó con particular y coloquial dureza.

Del mismo modo, en los noticieros de Televisa, TV Azteca y alguna de las otras empresas del ramo, se omitió descaradamente mencionar las conclusiones del giei que sitúan a agentes de la Policía Federal y aún a elementos del Ejército en diversos puntos donde se fueron desarrollando los lamentables sucesos de Ayotzinapa. La información, pues, que ofrecen las televisoras no es confiable: tiene sesgo político e invariablemente trata de atemperar las críticas al régimen para mejor abonar en el territorio de la enajenación.

Para la enajenación las televisoras disponen, ahora sí, de un rico arsenal de porquerías que en realidad no informan ni aportan contenidos para la vida de la gente pero resultan ideales para el verdadero propósito del medio: distraer. Distraer la atención de la sociedad mexicana, alejarla de los temas y asuntos ya urgentes, históricamente pospuestos de la agenda nacional para repartirla en bagatelas y estupideces; en partidos de futbol, concursos de baile y canto, en chistes misóginos u homofóbicos y en general en ese compendio de estupidez, de ignorancia, de prejuicios clasistas y racistas que se aglutinan en la programación televisiva nacional. Y desinforman. Por deliberadas, perversas decisiones ejecutivas de ese maridaje obsceno entre medios y gobierno y también por omisión que nace del incordio conspirativo, o en el mejor de los casos de una apatía social que raya en cotidiana traición a la patria.

No podemos exigir utopías a una industria que es esencialmente un negocio lucrativo. Pero si el espectro radioeléctrico todavía es recurso público y está sujeta su concesión a procesos de evaluación, debemos exigir que aporte contenidos de calidad, nutritivos, y deje de arrojar paletadas de basura a nuestras casas.